LOS MACABEOS. EL ACEITE Y LA LUZ

EDITORIAL

"Bendito el hombre que no teniendo nada que decir se abstiene de demostrárnoslo con sus palabras" T.S. Elliot

Por Luis Illuminati

El siguiente es un diálogo —vía washapp— entre quien esto escribe y Walter Quinteros, a raíz de la nota de Carlos Fara: "Lección para corderos".

—"Para estos momentos difíciles que atraviesa la Patria soy de la idea que hace falta un hombre como el nacido en Yapeyú que dejó todo por ella. "No vengo a guiar corderos, vengo a despertar leones", diría hoy como Alejandro Magno. Pobre Patria mía, crucificada como Cristo por unos malvivientes que superan todo límite, todo asombro y llevados por fines tan ruines como el incendio que Nerón le causó a Roma".

—"Tranquilo amigo. Tenemos la palabra, la pluma y esa es nuestra espada. El tema es llegar a todos. Hay que tener en cuenta que tres generaciones no tienen comprensión de texto. A esos debemos dirigirnos".

—"Ojalá que el ángel guardián de la Patria venga pronto y elija nuevos guías y profetas que con la pluma y la palabra vuelen águilas y despierten leones dormidos".

"Pienso, luego soy", es la fórmula filosófica de René Descartes. De ella ahí se desprende o deducen otras consecuencias y connotaciones. Por ejemplo, por qué escribo esto o aquello, por qué digo estas cosas y no otras; quién me impulsa o inspira a decir las palabras que estoy escribiendo. Decía André Lalande -alma mater de la Sociedad Francesa de Filosofía; "La transmisión de una idea de un cerebro a otro es una labor tan compleja y tan difícil dado el inventario de ambigüedades, malentendidos y sobreentendidos que pueden surgir tanto en la escritura como en la lectura, defectos de los que hay que desembarazarse; esta tarea de desbrozar de malezas el camino es una condición o desafío necesario de una comunidad mental sin la cual la verdad está ausente". Esto mismo me propongo, con la ayuda de Dios, ya que la palabra, como dice Heidegger, es la Casa del Ser.

Entre los grandes escritores que se expresan mediante poemas, tenemos a Dante, Shakespeare, Cervantes y más cerca de nosotros, T.S. Eliot, autor del monumental poema "La tierra arrasada". Así comienza uno de sus versos. "Han enterrado el día, el tiempo y la campana, / el sol desaparece tras la negra nube de agua. / ¿Nos seguirá el girasol? ¿La clemátide nos saludará desmayada? / ¿Estará la yedra trepando / agarrada? Y la luz está quieta en el punto muerto del mundo en su vuelta" (...) "Bendito el hombre que no teniendo nada que decir se abstiene de demostrárnoslo con sus palabras". Y Víctor Hugo, con platónica pluma, dice: "las palabras son los misteriosos transeúntes del alma". La luz, inefable don del cielo, potencia, fuerza, que ilumina el mundo y es uno de los cuatro elementos, el fuego, viene del astro luminoso, el Sol.

A lo largo de los textos sagrados y otros documentos primitivos se advierte que la luz, el ser y la verdad son una única y misma cosa. El Génesis comienza (Cap.1 vers.3) con la bella frase "Fiat Lux" (Hágase la luz). El mismo Jesús dijo: "Yo soy la luz del mundo" (Juan 8:12-36). Para el Día del Periodista (7 de junio) escribí en este sitio un párrafo con deseo incluido, casi una plegaria, resaltando la luz de la antorcha y el aceite del cual ella se enciende y se abastece.

"La verdad, esa inefable Dulcinea que Don Quijote servía con honor, amor y vocación eterna y desafiaba a quien la ofendiera o se atreviera a decir que su belleza era inferior a otras no menos dignas. Que brille, aunque parezca una quimera la antorcha en medio de esta noche oscura donde son muchos los que quieren apagarla y pocos los que donan el aceite que alimenta el haz de luz que ilumina el camino peligroso donde acechan salteadores, vampiros, mercenarios e indolentes al servicio de un poder que busca convertir al hombre en un autómata ciego, insensible y obediente. Un poder global maligno que es un conjunto biomórfico de gigantes camuflados de molinos de viento.

No puedo proseguir con el tema que les quiero exponer a los lectores de La Gaceta Liberal, si no les digo antes una brevísima referencia a mi apellido "illuminati" (sermo, signo o lexis que significa "iluminados"), que me viene de mis remotos antepasados que fueron ciudadanos romanos que vivieron en el periodo ubicado entre las postrimerías de la república romana y comienzos del reinado de Octavio Augusto —sobrino de Julio César— primer emperador de Roma. Mi árbol genealógico nada tiene que ver con la logia u Orden de los Illuminati o Perfectibilistas de Baviera, fundada por Adam Weishaupt el 1 de mayo de 1776 en Ingolstadt, Alemania. Mis abuelos -María Properzi y Américo Andrés Cicerón Illuminati- eran oriundos de una región de Italia llamada Le Marche -Las Marcas-, nacidos en Pausola (actualmente Corridonia.

Según me cuentan, la característica especial de mis antepasados, es que el aceite que alimentaba el fuego de las antorchas, era el trabajo o labor de mis ancestros. De ahí que iluminadores, en plural, fue el origen del apellido de mis antepasados, a causa del trabajo de atender y abastecer "las luminarias" del campamento de las legiones romanas. De paso, no está de más decir que mi abuelo Américo Illuminati, emigró en 1926 a la Argentina junto a mi abuela (embarazada de mi padre). Su primer hijo, mi padre, nació en Buenos Aires, Hurlingham, el 20 de junio de ese mismo año. Y mi abuelo haciendo honor a su apellido nació el 2 de febrero de 1897, Día de la Virgen de la Candelaria. Tal vez se podría decir que parecería una epifanía -o coincidencia- que mi abuelo naciera el día de las luces. La luminosidad es un distintivo de mi familia. Tanto mi padre, cuanto un hermano de mi abuelo (Fiorino illuminati) y otros parientes de Italia (José illuminati, mi bisabuelo), tienen anécdotas en defensa de la verdad, que los emparenta, por así decirlo, con el aceite que alimenta las lámparas encendidas en honor de la Virgen María. El aceite es la metáfora de los que van en buscan de la luz.

Aclarado el punto -era necesario- entremos de lleno a continuación al tema de los Macabeos, historia que la Biblia documenta fielmente.

Janucá es una celebración judía que en hebreo significa dedicación y dura ocho días. Esta festividad también es conocida como Festival de las Luces o luminarias, celebración que recuerda a los Macabeos. La luz es protagonista del Janucá pues gracias a ella, se llevó a cabo un milagro. Según la tradición, en el siglo II a. de C. en Jerusalén ocurrió un hecho que la comunidad ha celebrado año tras año.

Durante la rebelión de los macabeos, en la que los judíos recuperaron su libertad contra el régimen sirio-griego del rey Antíoco IV decidido abolir la religión judía e imponer las tradiciones griegas a los macabeos, quienes decidieron reclamar el Segundo Templo de Jerusalén en el año 160 a. de C.

La lámpara que alumbraba el templo tenía aceite ritualmente puro para un solo día; sin embargo, estuvo encendida durante los ocho días que ahora dura la festividad. Gran parte de los judíos no presentaban resistencia, pues hacía mucho que sus almas estaban corroídas por la corrupción de las costumbres y la traición a su Dios y a su Patria. A tal punto que muchos de ellos renunciaron a su fe y adoptaron malas costumbres y prácticas perversas (cfr. Mac. 1,12-13).

La religión, las costumbres y la moral fueron condenadas al olvido más completo.

Para aquellos judíos valía más vivir en connivencia con el enemigo extranjero para pasarla bien, que mantener el compromiso con su Patria y con su Dios. Lo mismo sucede actualmente en la Argentina. Son muchos los que conservan las tradiciones solamente como fachada porque ya han traicionado su juramento a Dios y a la Bandera, trastocándolo en abierta colaboración con potencias extranjeras ávidas de explotar y quedarse con nuestros recursos (gas, petróleo, agua, minerales, etc., etc.), habitar nuestra tierra. La infamia más grande que un argentino puede cometer es abolir subrepticiamente las fronteras terrestres, marítimas y aéreas con el execrable fin de facilitar el ingreso de mafiosos, de narcos y aventureros que sólo buscan colonizar y someter a la Argentina.

La lucha de mi padre a lo largo de su vida -en defensa de la verdad acechada por la impostura- me recuerda en cierta forma el combate y resistencia de los Macabeos quienes después de incontables luchas y dificultades, consiguieron romper el dominio de los traidores. La religión del verdadero Dios volvió a ser practicada, con mucho más fervor que antes y "la tierra de Judá gozó de sosiego por algún tiempo". Sin embargo, tras la muerte de Judas Macabeo, hijo de Matatías, volvieron a levantar cabeza todos los malhechores. Los judíos renegados prosiguieron con sus maquinaciones y traiciones (cf. 1 Mac 9, 58; 10, 61; 11, 25), por lo cual se vislumbraba en el horizonte un mal presagio.

Ante esto, se podría pensar que la lucha de los Macabeos, noble y heroica, resultó inútil, ya que no pudieron extirpar la raíz de la corrupción y de la iniquidad. ¿Ofrendaron sus vidas en vano? ¿Valió la pena tanta fidelidad a una ley que ya estaba olvidada en su nación? ¿Valió la pena tal lealtad? ¿No habría sido mejor que Matatías y sus descendientes hubieran cedido a las exigencias del enemigo en lugar de resistir?

Por haber sido un ejemplo de fidelidad a Dios y a su Patria en medio de lo absurdo y de la desilusión, los Macabeos merecieron brillar en el firmamento de la Iglesia y de la Historia. Proclaman por todos los siglos que sólo en Dios se encuentra la verdadera victoria. Por eso hoy son y siempre serán dignos de nuestra admiración. Los guerreros y defensores argentinos, igual que los macabeos, lucharon como leones- por Dios y la Patria-, en Chacabuco, Maipú, en Malvinas y en el monte tucumano contra las huestes apátridas del ERP. Y lo pudieron hacer, porque como dice el poeta Fernando Pessoa: "todo vale la pena, si el alma no es pequeña".

(©Luis Illuminati / LA GACETA LIBERAL)

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