ÚLTIMOS SUEÑOS EN CRUZ DEL EJE

EDITORIAL

Para que nadie más se sienta solo

Por Walter R. Quinteros

Últimamente ando por estas callecitas demasiado escéptico, no creo en nada, no me ilusiona nada. Y usted, amigo lector, más que nada el que ha tenido la paciencia y fortaleza de leer todas mis editoriales o gran parte de ellas, lo sabe.

He tratado de comprender al ciudadano de este suelo, de vivir sus experiencias cotidianas porque siguen con lo mismo, siguen con la única expectativa basada en pasarla lo mejor posible. No comen ni beben de los cuentos que la política nos pone en nuestra mesa a diario. Parecen estar en otra cosa. 

Nada parece importarles, caminan buscando ofertas o en qué comercio se puede meter la tarjeta. Nada más. Ni dudan de lo que nos están diciendo algunos noticieros ni se esmeran en esclarecer qué es lo verdadero y qué lo falso. Parecen no ejercitarse en tener una mente abierta para entender qué sucede a nuestro alrededor. 

Han hecho de esta ciudad un mundo pequeño. Muy reducido.

Quizás, pienso, llegará el tiempo en que alguien más, les pida que examinemos nuestras memorias, que raspemos las ollas de nuestras propias responsabilidades sobre a quiénes hemos elegido como gobernantes de nuestra sociedad.

Porque en esto, me han dejado solo. Consta.

Tuve un sueño por estos días, fue a la siesta, soñé con una amiga. Se trata de una amiga que hace años no veo y que al llegar a su casa, encontré a sus hijos, a sus nietos, ellos me decían que estaba en el médico y, por eso les pedí me dejaran esperarla. Entendí que me dijeron que si, hasta que de repente ella, acompañada de otra señora, ingresa, parece no ver, no reconocer nada, ni a nadie, la abrazo y ella murmura algo.
Tal vez —me dice la otra señora en el sueño—, a usted le quiera hablar, porque como no es de acá, quién sabe.
Cada hijo, cada nieto de ella, siguen en lo suyo.
Mi amiga no suelta mis manos, y juntos, vamos hasta su habitación.
La señora y yo la acostamos, acomodamos sus almohadas.
Vaya —me dice esa señora que no reconozco—, hable con los hijos y dígales lo que ella tiene.
No —dice ella—, quiero que me vuelva a abrazar. Quiero saber quién es.

A mi amiga, según la interpretación del sueño, la habían dejado sola. 

He escrito, lo que en la jerga se llama ríos de tinta sobre esta abominable administración, y que a estos políticos no hay que creerles nada de nada, que dan asco de tan mentirosos e ineficaces son y, que gracias a nuestra complacencia, están conduciendo esta ciudad hacia el caos. Que los que vienen, si es que vienen nuevos, ni idea tienen con lo que se van a encontrar.

Es tan pobre el caudal de opiniones, de reclamos, de enojos y denuncias por parte de los comunicadores sociales y de la gente en general, que esta ciudad parece la ciudad de las resignaciones, y asi se conforma una clara muestra de nuestra chatura como ciudadanos y de cómo nos comportamos ante los asuntos públicos. Cero actitud.

A través de "chats" y "wasapeos" solo parecen ver la responsabilidad de algunos otros y no las propias. El arte de lavarse las manos en todo su esplendor. Cero papel, cero lápiz, cero escritura y cero micrófono para exponer las penurias de los desabrigados. Me dejaron solo.

Nos cuentan los historiadores y lo he leído en uno de estos libros que tengo a mano que, hacia el año 200 de nuestra era, en el Imperio romano, vivió un médico llamado Sexto Empírico que escribió, entre otros, los libros "Esbozos pirrónicos", (Tratados escépticos y Contra los dogmáticos), con los que buscaba esclarecer los fundamentos del escepticismo: suspender el juicio que tenemos sobre las cosas con el propósito de llegar a un estado de calma y tranquilidad. Pero, para Sexto Empírico, dejar de juzgar no consiste en dejar de opinar o actuar, sino la de disponernos a tomar en cuenta las ideas contrarias con el fin de no abrazar inopinadamente respuestas absolutas, que, sobre los asuntos humanos, casi nunca las hay. Sexto Empírico entonces nos enseña sensatez y serenidad. 

Aquí se les fué la mano con eso, están más cerca del "cagonismo" contraído y que las pautas propagandísticas acuerdan, que de la hombría. 

El tiempo dirá, mejor que cualquiera de nosotros ahora, si las acciones de estos políticos en algo nos han beneficiado. Si aparte de sus beneficios personales, lograron integrarnos como pueblo, o nos dieron, aparte de un plato de locro, un poco de dignidad como para no vivir esperando una miserable dádiva, que solo a ellos alimenta y engorda.

En mis últimos sueños al frente de La Gaceta Liberal, miro desde la ventana a mis vecinos, metidos cada uno en lo suyo. estacionando donde no se debe, adelantándose por donde queda un estrecho margen. Como aplaudiendo las vivezas criollas. Sacando tajadas de lo que venga.

Como aplaudiendo las vivezas criollas de nuestros políticos que quieren seguir mojando sus dedos en la lengua para seguir contando el dinero que no pueden justificar. Y veo a esta gente como convencidos de que es normal que estos pillos le roben a la sociedad, y encima hasta los llaman de "señores" futuros candidatos en falsas encuestas que sobre estos sospechosos de maleantes elegantes, abundan. 

Y todos, absolutamente desmemoriados de sus "actuaciones" como funcionarios o concejales.

Preparando mis valijas, me dan ganas de guardar ya mismo el sueño que siempre tuve, el de ver llegar el tiempo en que mis conciudadanos examinaban qué parte de responsabilidad nos cabía como votantes para cambiar esta historia. Un poco, como intentando corregir el rumbo.

Yo dejo como legado, todas mis opiniones y editoriales publicadas.
Para cumplir con el sagrado servicio de informar.
Para que nadie más se sienta solo. 


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