OPINIÓN
La guerrilla montonera peronista en alianza con lo peor del nacionalismo católico estaba destruyendo las bases mismas de un modo de vida
Hace poco más de 15 días se cumplieron 40 años del asesinato de Ricardo Jorge Kenny. Ustedes se preguntarán a qué viene esto y quién es Ricardo Jorge Kenny a quienes amigos y familiares llamaban Georgie.
Kenny era el Gerente de Ventas y Marketing de Chrysler Fevre Argentina en 1976. Un empleado. Más allá de la importancia de su puesto, Georgie era eso: un empleado en relación de dependencia sujeto a la misma ley de aquel que, en la planta, montaba los tableros en las cabinas de los automóviles.
Chrysler se había instalado en el país en 1916 y en sus mejores tiempos había dado trabajo directo a más de 45.000 personas.
Hacia fines de 1975 la compañía fue emplazada por Montoneros a pagar 3 millones de dólares, caso contrario iban a matar a un empleado por mes: la sublevación nacionalista-católica-fascista contra el capitalismo norteamericano.
Antes habían sido los “Minimax”, la cadena de supermercados de tamaño medio cuyos capitales pertenecían a la familia Rockefeller: los Montoneros comenzaron a incendiarlos, hasta que la firma decidió irse del país.
En la mañana del 14 de abril de 1976, Georgie, padre de Patricio y esposo de María de los Ángeles, estaba preparándose para ir a su trabajo. A las 6 se acercó a la puerta porque tocaron el timbre. Como toda respuesta recibió una ráfaga de ametralladora que lo mató de inmediato. Tenía 35 años y Patricio 5.
Luego los guerrilleros matarían a dos empleados más: Chrysler decidió irse del país porque por las leyes de los EEUU estaban completamente impedidos de negociar con terroristas. La mayoría de los trabajadores, previa indemnización, fueron despedidos. Algunos de ellos pasaron a Volkswagen, pero fue solo una minoría: la soberbia armada de un grupo que se autopercibía como “iluminado” no solo había terminado con la vida de tres inocentes y destruido a sus familias sino que había puesto en peligro el sustento familiar de miles, que, de pronto, se encontraron en la calle.
La guerrilla montonera peronista en alianza con lo peor del nacionalismo católico estaba destruyendo las bases mismas de un modo de vida: trabajar para ascender socialmente y alcanzar esa igualdad posible de las democracias civilizadas, esa por la que todos los ciudadanos pueden acceder a los enseres mínimos del confort y que desde allí salir catapultados hacia donde su esfuerzo y su mérito los llevasen, pero siempre sabiendo que los que quedaban por debajo, aun así, tendrían una vida digna con casa propia, vacaciones, educación para sus hijos, una base de seguridad para disfrutar de la vía pública.
La pobreza de los años en que la Argentina empezó a sufrir los embates de este iluminismo armado no llegaba al 5%. Sin embargo el altanero discurso de estos asesinos era que habían tomado las armas para luchar por una sociedad más justa.
Hoy, algunos de aquellos mismos delincuentes, muchos de sus descendientes y otros que encontraron en ese verso un filón inmejorable para llenarse de oro lograron imponer en el país una cultura que lo hundió en el 40% de pobreza y más del 10% de indigencia. La gran hazaña del moderno peronismo revolucionario.
Algún día deberá estudiarse en la Argentina el verdadero impacto del accionar de la guerrilla terrorista. El país fue quebrado al medio. Los últimos resabios de una cultura del trabajo honrado (más allá de la munición gruesa que el peronismo histórico ya había arrojado sobre él) fueron demolidos en aquellos años ’70.
Hoy la Argentina está gobernada por los herederos “intelectuales” de los asesinos de Georgie. Gente que cree que el Estado es de ellos y que el patrimonio público les pertenece. Gran parte del país trata a estos indeseables como “luchadores de la democracia” y un monumental relato mentiroso y esparcido hasta en las escuelas (en un claro acto de adoctrinamiento odioso) se ocupó de instalar un mentira guionada en muchas mentes argentinas.
Hoy los familiares de aquellos inocentes caídos, víctimas de las bombas y de las ráfagas de metralleta conviven diariamente con la estigmatización. Tal el caso de Patricio, el hijo que no pudo disfrutar de la paternidad de Georgie, simplemente porque un conjunto de hijos de puta decidió matarlo porque no les pagaron la millonada de dólares con la que habían extorsionado a su empleador. Porque serían muy revolucionarios, muy marxistas-peronistas y católicos fascistas, pero lo que exigían a sus víctimas eran dólares norteamericanos.
Resulta nauseabundo que en la Argentina impere la mentira y se glorifique a quienes fueron los ángeles de la muerte, quizás los que comenzaron el enorme desbarranque final de país, los que le dieron el golpe de gracia (¿o en este caso deberíamos hablar de “tiro de gracia”?) a la faena que el peronismo del impresentable General fascista que lo inventó había comenzado.
Toda esta escoria debe salir a la luz. Que el país haya permitido que malformaciones de segundo orden de aquella generación de asesinos llegue al gobierno es una mácula que nunca saldrá de la conciencia argentina. Porque es la sociedad argentina -llena de odios mal curados y de resentimientos bajos- la que lo permitió.
Mientras el país no saque toda esa mierda de su alma, no vivirá en paz.
(The Post)
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