LA MASCARADA DEMOCRÁTICA DEBE TERMINAR

OPINIÓN

El peronismo tiene un concepto muy rudimentario de la democracia

Por Carlos Mira

Para los que creen que la salida de la Argentina está más relacionada con una puerta política antes que económica, deberían prestar atención a la conformación sociopolítica del peronismo para entrever si esa salida es posible mientras el peronismo mantenga las características generales con que nació y que hoy le vemos reverdecidas más que nunca.

Es cierto que como un efecto de lo que también es una característica suya -la maleabilidad- tuvo épocas en donde sus ínfulas autoritarias y patoteras se aplacaron (ocurrió básicamente con el peronismo de los ‘90). Pero también es cierto que muchos de sus referentes y simpatizantes aceptaron esos cambios con resignación y casi de mala gana, solo en retribución a que esa metamorfosis les permitía seguir en el poder.

Pero siguiendo las reglas generales y las raíces más ostensibles del peronismo, la Argentina se verá enfrentada a una dificultad sublime para “abrir” esa puerta de salida política.

Y esto es así porque el peronismo supone una anomalía sistémica para un orden democrático que mientras no se resuelva va a impedir deshacer el nudo que ata al país a la convulsión, a la falta de reglas y a la ausencia de confianza.

Tener al peronismo como uno de los “equipos” que compite en una justa teóricamente “democrática” es lo mismo que tener a un equipo de rugby compitiendo en un torneo de fútbol: para ellos están permitidos los tackles, los hands off, los agarrones de la camiseta, los empujones, los tackles franceses… Ahora, si uno de sus integrantes se va al gol y un jugador de los equipos de fútbol lo derriba con un tackle desde atrás, el peronista se dará vuelta y le reclamará penal y expulsión al árbitro.

Esta anomalía normativa (es decir permitirle competir a un partido -que ni siquiera se conforma con ser “partido” [es decir “una parte”] sino que aspira a ser un “movimiento” que abarque el todo-) no puede continuar si realmente se aspira a resolver los problemas desde el lado político.

Aquí hay un choque muy violento y muy primario sobre lo que debe entenderse por “democracia” (del mismo modo que, en el ejemplo, lo tendríamos definiendo “fútbol”) que, hasta que no sea zanjado, no permitirá que el país funcione de modo normal.

El peronismo tiene un concepto muy rudimentario de la democracia. Para ellos la democracia es solo un mecanismo que permite averiguar quien cuenta con la mayoría. Develado ese misterio, todas las discusiones deberían terminarse porque ese que tiene la mayoría tiene la razón en todo, lo que dice es ley porque esa mayoría es la expresión de la “voluntad general” y el que ose contradecirla se pone en el lugar del anti pueblo, de la anti patria.

Para ellos no hay gobierno más “democrático” que aquel que le otorga todo el poder (si es posible, sin control alguno) al que ganó.

Aquí hay que hacer una salvedad que nos retrotrae a nuestro ejemplo futbolero: se le entrega todo el poder al que ganó siempre y cuando los que ganaron sean ellos (del mismo modo que los tackles serían legales solo en el caso que los hiciera el equipo de rugby). Porque si los que ganan son otros, el peronismo se valdrá de todas las reglas del sistema democrático para obstaculizar el accionar de quien ganó en aras del “control” que debe tener toda democracia.

En una palabra, si gano yo, yo tengo todo el poder como si esto fuera una autocracia (los tackles están permitidos porque estamos jugando al rugby); ahora, si ganas vos, voy a complicarte la vida con un exceso de “control” porque esto es una democracia (los tackles deben penalizarse porque estamos jugando al fútbol).

Jugar de este modo, con un jugador que interpreta el “reglamento” según sea su conveniencia es imposible jugar.

Ahora bien, como en el fútbol y el rugby, en política también se sabe lo que es una democracia (cuáles son sus reglas) y lo que es una autocracia (cuál es su régimen). Entonces la discusión sobre que “deporte” estamos jugando no debería durar mucho.

Solo la permisividad que la sociedad argentina tuvo con el peronismo explica porqué este verdadero grano en el seno de una democracia pudo llegar hasta aquí.

La democracia es un sistema que, justa y precisamente, fue inventado para EVITAR que el que consigue el mayor número asuma la representación del pueblo TODO, como si fuera la encarnación del pueblo.

Haber permitido eso, no habría sido otra cosa más que reemplazar la fuente del despotismo monárquico que el nuevo sistema se proponía reemplazar.

Los reyes absolutos justificaban su poder omnímodo, absoluto y sin controles porque, según ellos, su fuente era Dios: ellos habían recibido esa deriva directamente del Señor por lo que sus decisiones no podían estar sujetas a ningún obstáculo.

Si la democracia permitiera reemplazar a Dios por “el pueblo” (entendido éste como la “voluntad general” expresada SOLO por la mayoría) y autorizara a que el nuevo “investido” tuviera un poder sin control, entonces la revolución democrática no habría existido. Solo se habría reemplazado a “Dios” por “el pueblo”.

La revolución democrática existió porqué controvirtió con éxito ese núcleo fundante del Antiguo Régimen: el “investido” no tendría TODO el poder porque no es posible seleccionar a un “investido” que cuente con la unanimidad del apoyo.

Por lo tanto el nuevo sistema debería construir un mecanismo que, poniendo a salvo los derechos de los que perdieron, controlara al que, circunstancialmente, había obtenido el mayor número.

Para la definición de este sistema era importante entender que el “mayor número” ademas de ser eso (una porción mayor pero no el todo) era una característica circunstancial, no permanente y rotativa.

El peronismo en la Argentina está en guerra con esa concepción. Para ellos el mayor número representa al todo, ese todo son ellos y, en todo caso, habría que encontrar una forma de que las reglas del sistema aseguren la perpetuidad “legal” de ese predomino.

Pretender mantener la convivencia de estas dos concepciones hará que la Argentina nunca encuentre la solución política que necesita.

Mientras el país permita que un equipo de rugby participe en un torneo de fútbol todo lo que conseguirá es confusión, inestabilidad y desconfianza.

Ese estado de desasosiego, esa incertidumbre sobre el tipo de “deporte” que se está jugando redunda luego en las consecuencias de tipo económico que el país sufre, derivadas de las incertezas que los tomadores de decisión tienen sobre qué reglas le serán aplicables a sus negocios e inversiones, si las de la autocracia o las de la democracia; si las del rugby o las del fútbol.

Es más hay algunos que sostienen la teoría que muchos de los operadores económicos no tienen una preferencia inicial o principista por la democracia (cosa que yo pongo seriamente en duda) y que lo que reclaman es un definición final sobre cuál es el sistema que rige en el país.

Quienes así piensan sostienen que por eso hay grandes inversiones en China o Vietnam, por ejemplo, aun cuando allí lo que políticamente rigen son autocracias.

Pero la mishiadura argentina no acabará hasta que el país no decida qué hará con el peronismo y cuál es el sistema político por el que quiere regirse.

Lo que no va más es la mascarada democrática; lo que ya no puede continuar es la intención de seguir vendiendo esto como una democracia cuando uno de sus principales jugadores no es democrático y no acepta las reglas con las que la democracia fuera inventada.

La Argentina debe resolver ese intríngulis para que la puerta de su salida política comience a abrirse.

(The Post)

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