EL FAMOSO GRADUALISMO

OPINIÓN

El gradualismo dejó de ser una opción

Por Carlos Mira

Lo que para muchos hace siete años era un simple detalle metodológico se ha convertido hoy en el meridiano por el cual pasa gran parte del futuro argentino, por ese lugar al que hay que mirar si uno quiere saber si la Argentina tendrá algún norte razonable en el horizonte o si solo habrá más chatura y mediocridad.

Me refiero al gradualismo. Cuando Macri asumió en diciembre de 2015 había una corriente mayoritaria del nuevo gobierno que no creía que fuera posible encarar una reforma muy profunda de todas las estructuras argentinas (sociales, políticas, económicas, culturales) que dinamitaran por completo lo que en definitiva es una mentalidad, una concepción del mundo, que es la que había llevado al país al lugar de verdadero estado fallido.

Si bien había acuerdo en que lo que había provocado la miseria de la Argentina era esa cosmovisión estado-céntrica, enemiga del individuo y de la libertad, la corriente mayoritaria de la coalición gobernante sostenía que el regreso a una organización social saludable y pujante solo podía hacerse de a poco; que intentar implementar un plan omnicomprensivo que abarcara todos los puntos clave de las causas de la decadencia era una utopía.

En realidad esa convicción no se tuvo de repente cuando se dieron cuenta que habían ganado, sino que era algo que venía desde la mismísima constitución de la coalición. Por eso no tenían, en realidad, ningún plan.

Además, es cierto que había dentro de esa asociación, algunos partidos que, si bien tenían cierta repugnancia moral por las prácticas del kirchnerismo, no tenían una convicción pétrea alrededor de la idea de que lo que había arruinado a la Argentina (además de la rampante corrupción) era el estatismo. No vinculaban la inherente conexión entre una cosa y la otra y sostenían que, personas “honradas” como ellos, podrían mantener cierto estatismo (que no era malo en sí mismo) e ir mejorando gradualmente los despilfarros y guarangadas kirchneristas.

No se sabe muy bien en este punto qué postura sostenía el presidente Macri. Sí se sabe que, de haber sido por él, al frente del ministerio de economía habría estado Carlos Melconian y no Prat Gay, si es que eso puede tomarse como una pista de definición.

Pero lo cierto es que a la hora de la decisión, más allá de cuáles hubieran sido sus posturas, cedió ante los que imponían el criterio gradual.

Ese “gradualismo” no se limitó a lo económico. Fuimos muchos los que esperamos en vano una detallada explicación de las tropelías, de los desfalcos y de cómo Cristina Fernandez de Kirchner había dejado al país. Pero nada de eso ocurrió. En aras de lo que en aquel momento se llamó “buena onda” y “optimismo”, la sociedad no supo, en blanco y negro, cómo el kirchnerismo había dejado a la Argentina.

Pero, claro está, la devastación más grande que produjo el gradualismo se vio en el terreno económico. La lentitud de las reformas hizo que el transcurso del tiempo fuera comiendo la propia utilidad de lo que tímidamente se hacía y que los resultados no se vieran. No haber atacado las múltiples causas de la decadencia (porque no tenían de antemano un plan preparado para hacerlo, porque no creían en eso) hizo que la permanencia de los hechos que la motivaban continuaran haciendo sordamente su trabajo.

Es más, como esas causas profundas no eran atacadas, los efectos “negativos” del maquillaje se magnificaban. Eso se vio muy claramente con el descontento que se produjo con el esquema de recomposición tarifaria de los servicios de energía.

Naturalmente eso fue minando la popularidad y las propias fuerzas del presidente y su gobierno. No obstante llegó a las elecciones de medio término de 2017 en condiciones competitivas y las ganó. Pero el presidente tampoco aprovechó ese endoso y, en lugar, de encarar, ahora sí, un programa ambicioso, desayunó al país con una agenda de género.

El resto es historia conocida. La segunda luna de miel estaba liquidada en quince días y, a partir de allí, comenzó un desbarranque que terminó con el kirchnerismo una vez más en el poder.

Por eso ahora, el gradualismo dejó de ser una opción. Dejó de haber respecto de él solo una diferencia metodológica; se trata del fiel de la balanza que va a dividir las aguas electorales: de un lado los que estén decididos a ir a la raíz de todos los males para matarla sin piedad y del otro los que crean que zarandeando un poco la tierra de la superficie es suficiente para mejorar.

Frente a esta disyuntiva son muchos los que van a tener que definirse en el terreno de la oposición: claramente, la UCR, el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la ex gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal,

De la UCR más o menos tenemos algunas señales que nos permitirían discernir dónde están parados frente a esa disyuntiva. El caso de Rodríguez Larreta y de Vidal es más confuso.

Las aspiraciones personales de uno y otro los hace creer demasiado en la táctica de “sumar y sumar” creyendo que teniendo a todos adentro van a ganar. OK. Vamos a suponer que esa podría ser una cínica manera de formar constituency.

Pero, luego, ¿saben que con el gradualismo no va más, no? ¿O van a seguir jodiendo con la idea de que “un poco de estatismo” no viene mal “en la medida que lo hagamos nosotros”?

Esta es la gran cuestión que deberá definirse en el horizonte político argentino de los próximos meses.

Parece mentira que finalmente una cuestión aparentemente accesoria como el “método” sea la que va a definir la suerte de muchos, pero en mi opinión así va hacer.


Por distintos motivos sociológicos, demográficos y culturales (que sería muy largo desarrollar aquí) la sociedad argentina ha envejecido. El promedio de edad social se ha elevado en las últimas décadas. Por eso hay mucha gente que ya no tiene tiempo y que le gustaría ver algo diferente antes de partir. Esa gente ya no puede sostener un método gradual, porque con la lentitud se les van a ir los años que les quedan. Necesitan -si no ver los resultados completos más o menos pronto- tener la seguridad de que se ha iniciado un camino sanador definitivo que, aunque ellos no terminen de disfrutar, será el pavimento sólido por el que transitarán sus hijos y sus nietos para tener un país mejor del que ellos van a dejar.

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