EDITORIAL
En primera persona
Antes de contarles dos hechos de los que fui casualmente testigo, pero cuyo protagonista principal es un hombre al que llamaré simplemente "Fulano", quiero hacer referencia al concepto de "buenos modales".
¿Qué son los buenos modales?
Para un sitio especializado, los buenos modales refieren a las costumbres de cortesía que se mantienen en una sociedad determinada. Las mismas tienen un fuerte componente cultural, es decir, dependen de circunstancias históricas antes que nada. Así, veremos cómo existen en sociedades alejadas culturalmente, distintas formas para saludarse, para despedirse, para expresar gratitud, para solicitar algo.
Lo buenos modales siempre serán importantes si lo que se desea es mostrar reconocimiento hacia las otras personas, reconocimiento que ayude a entablar relaciones de todo tipo. Es por esta circunstancia que los buenos modales deben enseñarse a los niños ya desde temprana edad, para generar así, un hábito positivo.
Está claro entonces por qué recurrimos a la frase "qué bien educado es este niño" o, "qué bien educada es esta persona", cuando advertimos las demostraciones de buenos modales.
Viene a mi memoria el señor Fulano, yo dependía de él para lograr establecerme en la ciudad de Buenos Aires, pero no en cualquier lugar, tenía que ser en tal barrio, en tal edificio y, de ser posible, en el departamento más cómodo.
Me estrechó la mano, me invito a tomar asiento en su despacho y a compartir un sabroso café en su amplia oficina con vista al puerto.
Creo —ahora que lo pienso—, que le caí bastante bien, tal vez, por haber golpeado su puerta, por haber esperado que me haga pasar, por haber pedido permiso para ingresar, por saludarlo protocolarmente y por esperar sus indicaciones.
¿Se usa eso hoy? Las primeras impresiones son las que cuentan.
Recuerdo perfectamente el día que me citó para ofrecerme un departamento acorde a mis pretensiones. Me llamó para cierto día a tal hora. Fui puntual. Bien vestido, afeitado y lustrado. Pero tuve que esperar, primero en el pasillo, después en una oficina contigua a la suya, a que terminase de "arreglar" algunas cosas.
Supo pedirme disculpas por esa mañana tan ajetreada, pero según él, yo había llegado y mi presencia y vestimenta, le venía "como anillo al dedo" para las tareas del día que se le habían presentado.
Así, golpeándose los hombros con tres dedos, me contaba que su jefe le había encomendado dos tareas urgentes y, para eso —me decía el señor Fulano—, que antes de mostrarme lo mejor de lo mejor en departamentos que él tenía para ofrecerme, debía —a modo de favor— simular que yo era su jefe.
Nada de esas malas costumbres sabía quien esto escribe, pero me daba una especie de adrenalina caminar por las delgadas líneas, y le dije que sí, que no había problema. Favor por favor. De eso se trataba.
Cuando hay "ausencia" de buenos modales puede significar en muchos casos el desprecio hacia la otra persona. Esa falta, es tener ciertamente muy poco tacto, cero de cintura política, que algunos le llaman. Ante esta situación y, bajo aquel contexto asociado al favor por favor, hacia una circunstancia favorecedora a ambos, es donde deben aparecer —digamos—, los buenos modales. La cabal muestra de aprecio y de consideración hacia el otro, deben demostrarse siempre.
Volviendo al hecho del que puntualmente quería hacer referencia, partimos en el automóvil del señor Fulano hasta una fábrica de bolsas para cadáveres, donde registré lo siguiente:
El señor Fulano le dice al dueño de la fábrica que necesita 2000 bolsas negras para cadáveres, le habla sobre las características de las mismas y todos los etcéteras complejos para confeccionar los sobres de adjudicación de la compra. Esto sucedía mientras el encargado me paseaba por la línea de producción.
Luego de unos veinte minutos aproximadamente, me hacen pasar a la oficina del gerente. Me presenta el señor Fulano, y se presenta el resto de los integrantes de la improvisada reunión.
El señor Fulano me mira y entiendo los gestos que me hace. Les aclara que yo no hablo correctamente el español pero, que yo consideraba que el precio que ellos daban por el material a comprar, era accesible para esa cantidad —supongamos— $200 cada una. Pero, como personas grandes que éramos y, sabiendo que el dinero no salía de nuestros bolsillos, debíamos hacer un "pequeño" arreglo a esa cifra para que todos ganemos "algo".
La cifra se cerró finalmente en $579, 80 cada una, ganamos todos y paga Dios.
Meses después me enteré, casi por casualidad, que la empresa salió adjudicada con una modificación final: $726, 30 cada una.
El segundo hecho de corrupción del que fui testigo casi tres horas después, se debía al segundo "encargue" que tenía el señor Fulano para su plana mayor. Debía andar por los "cuarteles militares" o "casas de rezagos" para conseguir un "souvenir de la Guerra de Malvinas", y entregárselo a un gerente de una concesionaria de autos. Había que devolver otro favor.
—"Por eso Dios atiende en Buenos Aires, cordobés"—, me dice.
Nada de andar mendigando de un lugar a otro. En la primera casa de "Todo por 2 pesos" que encontró, compró un cuchillo tipo "Rambo", supongamos a $ 40 de aquella época. Y nos fuimos a comer cerdo a la mostaza a un restaurant cercano.
Del departamento, todavía nada.
Los buenos modales son enseñados por lo general en la casa y, a partir de la participación de los familiares directos. En menor grado son enseñados en el colegio. En este sentido, se dice que es muy importante que se transformen en un hábito de forma tal, que siempre estén a flor de piel para el trato interpersonal.
El señor Fulano, mientras esperábamos la comida, se dirije al baño, arroja el puñal en el inodoro y orina sobre él, lo deja reposar, con complicidad de uno de los meseros, más de media hora. Lo retira y pasa a la bacha de descarga de grasas y aceites de la cocina. Nada de detergente ni agua caliente para limpiarlo y secarlo. De allí, a la terraza, a los rayos del sol.
El puñal había envejecido diez años, rasparlo contra las piedras del cordón de la vereda, haría el resto.
A las 17 horas, y luciendo un viejo cordón de botín de fútbol como sujetador, el puñal sin marca, sin número identificatorio ni Fuerza que lo haya tenido entre sus cargos, era entregado en mano a un señor que lo recibió —en mi presencia—, emocionado, casi al borde de las lágrimas. "Todavía tiene olor a combate", pronunció el señor Fulano.
El resultado final fue que el señor Fulano, había obtenido la entrega de un auto cero kilómetro para su jefe a la brevedad y, otro para él. A pagar en comódísimas cuotas.
Las luces del alumbrado público ya estaban encendidas, una tenue llovizna caía cuando salimos al balcón del amplio departamento a mirar a través de los otros edificios, hacia el estadio del Club River Plate y más allá, al río de La Plata. Al bajar, el encargado del edificio me señala la cochera asignada y la jaula para los muebles en desuso.
Volviendo a su oficina, el señor fulano ve a una anciana que trataba de cruzar una gran avenida con bolsitas de supermercado en las manos. La lluvia y la edad, le impedían avanzar rápido, el semáforo ya habilitaba nuestro paso, el señor Fulano cruza el auto, me indica que ayude a terminar de cruzar la avenida a aquella señora, que se aferra a mi brazo y me dice "gracias m'ijo".
Miro a Fulano, parado con los brazos en alto impidiendo el avance del tránsito. Vuelvo corriendo, subimos y nos vamos. Algunos transeúntes aplauden la acción.
Lo que quería decirles es que los buenos modales son relevantes si se los usa atinadamente. Usarlos bien, refleja la buena voluntad hacia los demás. Por ejemplo, en mi caso personal, yo todavía espero escuchar o leer, la palabra gracias. ¿Tanto cuesta hoy en día decir gracias?
—"En la vida hay que tener buenos modales siempre, cordobés"—. Me dijo aquella vez, el señor Fulano, mientras llovía intensamente y las escobillas limpiaban el vidrio parabrisas de los autos. Y agregó: —Lo dejo aquí, vaya con cuidado, no se me moje y gracias por todo.
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