EL TAXISTA QUE FUE A UNA GUARDIA Y NUNCA VOLVIÓ

SOCIEDAD

Adriana plancha la camisa de su marido para la foto de esta nota y llora



Por Laura Vilche

La mujer del taxista y periodista radial Miguel Barredo, quien murió hace apenas siete meses a los 53 años, llora porque extraña al hombre con el que se casó y vivió 31 años, con el que tuvo dos hijos y al que despidió cuando se fue a una guardia porque se sentía mal y nunca más vio.

"No me lo voy a perdonar jamás, yo también estaba ya contagiada con Covid, es cierto, pero tendría que haberlo acompañado", se lamenta la mujer de 52 años, madre de Hernán y Andrés, que llora porque aún no encontró consuelo.

Miguel fue uno de los 30 conductores de taxis que murió en la ciudad en los últimos dos años por culpa del virus de Covid, uno de los tantos que llevó a miles de personas, a hisoparse o a internarse a los distintos centros de salud durante la pandemia. Incluso él mismo, ya con síntomas, se fue de su casa por última vez hacia un hospital con un taxi que tomó en la calle.

Trabajaba como peón, pero las bajas se dieron también entre los titulares. Así lo confirman tanto desde el Sindicato de Peones de Taxis de Rosario (SPT) como desde la Asociación Titulares de Taxis Independientes (ATTI).

"Perdimos muchos compañeros de uno y otro gremio, este bicho no discrimina entre peones y titulares", dijo Mario Cesca titular de ATTI, el gremio al que pertenece el hijo mayor de Miguel, también taxista. Hernán, de 28 años, estudiante de Educación Física y futbolista, boxeador y nadador, a diferencia de su papá, es dueño del taxi que aún está pagando.

Tanto Adriana, como Hernán le rindieron nuevamente homenaje a Miguel. Era el marido y padre al que definieron como "un gran laburante". Y por lo que cuentan no caben dudas. Miguel fue lava copas, vendedor de alfajores, mozo, remisero, pizzero, periodista y taxista.

También sus afectos más entrañables hablan de él como "un buen tipo, alegre y que no se rendía fácilmente". No solo porque lo asaltaron dos veces con armas y siguió trabajando. Sino porque, según cuenta su esposa, quien lo conoció en el ingreso del secundario, Miguel repitió, se cansó de estudiar y abandonó en tercer año. Pero siendo adulto, nunca dejó de leer sobre todo política e historia, y decidió terminar el secundario y estudiar periodismo en TEA. Esa fue la puerta del entrada al programa de radio "Punto y aparte" que compartió con Cecilia Casabone y Lorena Arroyo, donde las problemáticas del mundo tachero estaban a la orden del día.

Entre ambos apuntan tres perfiles más de Miguel. "Peronista, leproso hasta la médula y admirador del Che".

"Como sería su pasión por Newell´s que cuando visitó el Museo en Alta Gracia -cuenta su esposa, que ahora sí se sonríe- escribió en el libro de visitas que «el Che no era canalla», porque apenas había vivido en Rosario".

Y algo más que aporta su hijo. "Si alguien se subía al taxi y despotricaba contra Néstor y Cristina con furia, los dejaba hablar pero no porque no tuviera posición tomada sino porque sabía lo que valía y no la pena".

La mujer y su hijo dicen esto y muchas otras cosas en el hogar de barrio Larrea, al noroeste de Rosario, donde los cuatro integrantes de la familia vivieron muchos años. Una casa que cuenta con enanitos de cerámica y plantas en las ventanas principales y un garage donde aún se guarda el auto con el "0720" en el capot y solo una banderita de Cuba en el interior. Un coche que trabajaban hasta el año pasado Hernán, desde las 6 al mediodía y Miguel por la tarde.

Ahora solo viven en esa casa la madre y el hijo taxista, porque el menor decidió convivir con su pareja durante la pandemia, otro duelo. Pero Adriana y Hernán no están solos: los acompañan cuatro pichichos que se hacen oír cuando alguien toca timbre. Entre ellos, una perra negra de nombre Juana, la preferida de Miguel que lo despertaba cada mañana apoyándole la pata en la cara.

Como buen taxista de barrio, Miguel tenía dos vecinas clientas.

"Una de ellas se llama Aída y el día que se enteró que Miguel había muerto llamó por teléfono llorando", recuerda la esposa antes de relatar cómo su marido, quien tenía aplicada la primera vacuna de AstraZeneka y se comenzó a sentir mal dos días antes de recibir la segunda dosis.

"El empezó con tos y estaba con dolor en el cuerpo. Contábamos con un oxímetro, se medía varias veces al día el oxígeno en sangre y me decía «fijate saturo mal», a mí me parecía que exageraba pero un día salió del baño y aseguró que no podía respirar. Me dijo: «me voy a una guardia» y yo que estaba aislada porque ya el hisopado me había dado positivo me quedé", cuenta Adriana antes de confesar que Miguel era ex fumador y estaba un poco excedido de peso, pero nunca pensó que por eso era una persona de riesgo.

Y Hernán tras escucharla agrega que al llegar al hospital, Miguel. "Me dijo: «Me dejan internado, no la preocupes a mami, si tenés algún problema con el taxi llamalos a Ketchup y Tato», dos compañeros taxistas. Trató de ocuparse de todo y eso que estaba mal".

Al otro día de esa escena, Miguel pasó a terapia, lo intubaron, cada parte médico era ansiedad y sufrimiento. Pasó así una semana hasta que les avisaron que había muerto.

"Fue todo rapidísimo, no podíamos creerlo. Por suerte un enfermero nos permitió despedirlo unos segundos, sino sería imposible de soportar el vacío", dice el hijo que no entiende cómo aún hay gente que minimiza la pandemia o se niega a vacunarse.

La madre escucha cada palabra de su hijo y también piensa con gratitud a ese enfermero y dice que alguna vez irá a agradecerle su gesto personalmente.

"Aún no pude, todavía tengo la cabeza en cualquier lado, aún no lo puedo creer", dice Adriana, se emociona y vuelve a llorar.

(La Capital / Foto: Virginia Benedetto)

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