LA QUIEBRA MORAL DE LA ARGENTINA

OPINIÓN

Hace unos días Jorge Lanata contó el caso de un señor que le envió un email relatándole a su vez lo que le estaba pasando en su plantación de limones


Por Carlos Mira

El productor debió abandonar 80 ha de limones porque no conseguía gente para trabajar. Sí, sí, en el país de los piquetes que reclaman “pan, tierra y trabajo”, un productor de limones tuvo que dar de baja 80 ha de plantación porque no consigue quien venga a trabajarlas.

En su historia, Ricardo, -de él se trata- contaba que en el pueblo cercano a su quinta debe haber más de 1000 personas jóvenes con posibilidades de trabajar que pertenecen al movimiento social Polo Obrero que no trabajan porque cobran planes, y en la inmediata proximidad a su propiedad (20km a la redonda) él calculaba que no menos de 10 personas estarían en condiciones de trabajar en los limones pero que no vienen porque tienen un plan, más allá de la vigencia de las normas que compatibilizan los planes con un trabajo registrado.

Ricardo terminaba su relato diciendo que, si la cosa seguía así, era muy probable que tuvieran que cerrar toda la plantación por inviabilidad productiva debido a la falta de personal.

En otro hecho, aparentemente desconectado de éste, que contó magistralmente para el diario La Nación el periodista Luciano Román, la notable bailarina del American Ballet Theater, Paloma Herrera, renunció al cargo de Directora del Ballet Estable del Teatro Colón por no aguantar más la mediocre precariedad en la que se ha convertido la carrera de los artistas bailarines del teatro.

Decía bien Lucio, que uno podría caer en la tentación de mandar esta noticia a la sección de espectáculos del diario. Pero en realidad las motivaciones de la renuncia de Herrera son la punta del iceberg de una putrefacción profunda de la Argentina peronista que ha borrado de la faz de la Tierra toda valoración del mérito, de la excelencia, del trabajo bien hecho, del esfuerzo y de la noción de progreso. Todas esas virtudes han sido reemplazadas por un reglamentarismo igualitarista de cuño sindical que ha perforado todas las capas de la vida argentina pero que se ha entronizado con singular imperio y hasta virulencia en el Estado, en la administración pública y en todo lo que dependa del sector público en sentido amplio.

En el Colón -cuenta Román- “de un elenco estable integrado por más de 100 personas, solo baila, con suerte la mitad. Al personal estable no se le puede exigir que concurra a clases obligatorias, ni tampoco que ensayen ocho horas diarias, porque esas exigencias no pasan el filtro sindical. Muchos dejaron de bailar hace años y esperan en sus casas la edad de jubilarse. Los roles no se asignan por merecimiento sino por una suerte de decisión administrativa guiados por criterios burocráticos.”

Decenas de jóvenes se han ido del país, a bailar a otro lado, porque este culto al escalafón troncha sus talentos y sus ganas de hacer más por su vocación.

Este hecho que surge a la noticia por la renuncia de una figura de la talla de Paloma Herrera denota en realidad un problema mucho más profundo en el que el peronismo ha metido a la Argentina: el divorcio total con la excelencia y con el orgullo por el trabajo bien hecho.

Si bien, como decíamos, el reino fundamental en donde impera esta mentalidad es el sector público, esta concepción de la vida y del mundo ha permeado a toda la sociedad, como lo demuestra el relato que Ricardo, el dueño de la quinta de limones, le hacía a Jorge Lanata.

El peronismo aniquiló el músculo social, lo convirtió el fláccido y vago, en dependiente y en completamente incapaz de asumir los rigores que exigen el éxito y el progreso.

Todos los servicios del Estado -la salud, la educación, la seguridad, las estadísticas públicas- han caído víctimas de esta sindicalización de la vida en donde cualquier iniciativa que implique un mayor esfuerzo o una diferenciación (justamente derivada del esfuerzo) cae bajo el aluvión gris de la mediocridad gremial.

No hace falta explicar mucho en qué se ha convertido la educación fundada por Sarmiento, que llevó al país a ser un faro rector en América Latina, en manos de Baradel. Julio Bocca presentó hace años un proyecto de excelencia para el Colón. Se lo rechazaron. Bocca se instaló en Uruguay en donde refundó el Ballet Oficial.

Como bien apunta Lucio, quienes pretenden cambiar esta concepción chata, sin futuro, que va a terminar con la Argentina convertida en una enorme masa de empleados públicos sin motivación, sin alma y sin horizontes, son acusados de “precarizadores”, de “ajustadores”, de “querer privatizar”. Todo lo que huela a mejoría, a hacer un poco más para estar un poco mejor, tiene que pasar por el visado del reglamento.

Esta peronización del país ha cortado las fuentes de trabajo (que no existen aunque haya muchísimo trabajo por hacer) y ha terminado con la aspiración de mejorar (porque quien aspira a mejorar, por ahí lo consigue y con eso se diferenciaría de la masa amorfa que la nomenklatura está interesada en mantener por debajo de su exclusivo imperio, en condiciones de una mediocridad miserable).

Los casos de Ricardo, el productor frustrado de limones, y de Paloma Herrera, la excelsa bailarina del Colón, nos entregan una radiografía dramática de la Argentina. Una radiografía en la que puede verse cómo los mejores se van, cómo los que tienen ganas las pierden o emigran, como las mejores mentes se frustran y como los que quieren producir se ven atacados por la medianía de un conjunto de parásitos que ni siquiera sirve para atarse los zapatos por sí mismos.

Esta abulia sistemática es el perfeccionamiento máximo del peronismo, es su máxima hazaña: haber demolido la excelencia argentina para reemplazarla por una aldea pobre en donde nadie saca los pies del plato en aras de rendirle culto a la “comunidad organizada”. ¡Y viva Perón, carajo!

(The Post)

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