LA FELICIDAD

EDITORIAL

En primera persona

Por Walter R. Quinteros

Caminé ayer por el barrio Santa Rosa, no se lo cuenten a nadie.

Cuando hago estas cosas, casi siempre y de repente, los recuerdos me invaden, me llenan de lágrimas los ojos, me comprimen el pecho y me sacan de la línea de pensamiento. 

Porque de a poquito van brotando algunas lagrimitas y miren como me van nublando la visión, y me van sumergiendo en otro universo, el de las imágenes ya gastadas de mi infancia feliz. 

Cuando el changuito de los recuerdos me visita, estas paredes donde vivo se llenan de susurros, y esta ciudad, de fantasmas. Pero nunca podré evitar que el changuito de los recuerdos venga, y que venga y haga lo que quiera en mi cabeza. 

Parece que esa es su costumbre, llegar cuando se le da las ganas de llegar, cuando menos lo espero y tras su visita, ya nada es igual.

A ustedes amigos lectores, los que acariciamos la tercera edad, les debe pasar lo mismo.

De repente les debe aparecer, como una tierna lucecita en la oscuridad de la noche, donde nos encuentra desprevenidos y vulnerables. Y así se debe presentar en nuestra consciencia cansada, como apareciendo entre los sueños remolones que nos va dejando el tiempo. 

Entonces, conmovidos, asombrados, caemos en su juego y empezamos a recordar y nosotros mismos a contarnos, como hablando solos, cómo era la vida cuando antes soñábamos con ser mayores. Y eso hace que nos metamos despacito en el pasado, como sin hacer ruiditos.

El changuito de los recuerdos cuando viene, nos abre una puerta secreta.

Entramos y casi siempre encontramos algo, ya sea una foto, un objeto, un olor, un sabor, un paisaje. Y siguiendo el camino de la memoria, es que volvemos al pasado con todos los recuerdos que el tiempo, ha ido dejando flacos, casi borrosos. 

¿Qué es recordar, amigos míos?

Seguramente, creo, debe ser aquello que nos hace empezar a ser lo que somos sin haberlo sabido. Me sale medio complicado. Mejor dicho sería, que es el que nos dice por qué estamos donde estamos o, por qué somos lo que somos. Piensen un poco ustedes también.

Nuestra memoria nos crea universos con los fragmentos de nuestro ayer. Creo que si, que eso puede ser. Y que por eso recordamos.

De nuestra memoria nacen las obras de arte que hemos visto, los circos y otros espectáculos que hemos visitado, los puentes, las Iglesias, y los barcos, aviones, trenes y camiones. Todas esas cosas y... nuestra familia, ahora disgregada, a veces ausente, y otras veces lejana. Y de las películas en blanco y negro, libros y revistas. Y de nuestras actividades emprendidas, estudios, compañeros, vecinos, amigos y amores. Música, ropa, costumbres y amores. Cigarrillos, bebidas, bares, noches y amores...

Pero también aparece nuestro pueblo, nuestra ciudad, aquella canilla para ir a buscar el agua, el kerosene para la cocina, la libreta del almacén de la esquina, las propinas, los dulces, la escuela y en mi caso, el recuerdo del brillo de sus ojos.

Les cuento, pero les pido que no se lo cuenten a nadie más, que cuando el changuito de los recuerdos me agarra desprevenido, ahora de viejo, me hace mirar las oxidadas vías del tren cuando las cruzo por la calle Alvear.

Miro para un lado, miro para el otro, y si no viene el carguero de antes, el changuito de los recuerdos que llevo dentro me hace sentir de nuevo aquel pibe del barrio Santa Rosa y me alienta a seguir caminando por estas calles. Hasta que la encuentre, a ella, como la niña que era. 

Eso se llama felicidad.




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