DÍAS DE VERGÜENZA AJENA

OPINIÓN

Oficialistas y opositores se debaten entre lo políticamente conveniente y lo correcto. Todo tiene costos

Por Mónica Gutiérrez

Corren días difíciles para la dirigencia. Tiempos que apremian. Hay que tomar decisiones que ponen en juego la identidad. Acompañar u obstruir. Consensuar o romper. Ser o no Ser. Hacer oficialismo o pasar a la oposición.

Sin margen alguno para dilaciones, hay que pronunciarse. Es tiempo de tomar decisiones. De enfrentar dilemas éticos. También de hacerse cargo de las responsabilidades concurrentes. Nada de procrastinar.

Oficialistas y opositores se debaten entre lo políticamente conveniente y lo correcto. Todo tiene costos. Lo central es decidir cuál de los precios se está dispuesto a pagar y hacerlo saber.

Halcones y palomas de la coalición cambiemita lograron un punto de acuerdo. “No hay margen para evitar el default; el default no es una opción”, sostienen.

Los más duros tuvieron que bajar un cambio y aceptan que no hay espacio para desentenderse. Están todos alineados detrás de esta premisa. Reclaman ahora la letra fina, el plan de vuelo, los detalles de la negociación con el Fondo. Los detalles que Martín Guzmán no comparte ni con los propios. Esto recién empieza.

Casi todos los referentes del combo opositor coinciden en algo: en un sistema hiperpresidencialista como el nuestro es tarea excluyente del Poder Ejecutivo resolver el tema.

La oposición política tiene una responsabilidad de índole institucional, evitar un mal acuerdo que complique aún más la delicada situación en la que nos encontramos. No mucho más. Resisten lo que consideran una chicana política, cuando se los convoca a resolver el problema que el gobierno macrista generó al tomar la deuda.

Ya con los patitos acomodados y un estricto protocolo para unificar la comunicación ahora todos esperan que el Gobierno mueva la próxima ficha. Demandan que presente la hoja de ruta, el camino. “El piloto tiene que presentar el plan de vuelo”, reclaman. También los números de los que se está hablando con el FMI y básicamente reclaman saber quién pagará los costos del ajuste. Todos coinciden en otro punto: no están dispuestos a convalidar la creación de nuevos impuestos.

El piloto, por su parte, enfrenta sus propias tempestades. Con la tripulación insubordinada, la implacable interna en el FdT quedó dramáticamente a la intemperie.

Un espeso frente de tormenta se cierne sobre el Gabinete. Los ministros más afines a Alberto Fernández retemplan el espíritu mientras siguen esperando que el Presidente se diferencie. Lo imaginan empoderado marcando el ritmo de la gestión.

En los pasillos de la Jefatura de Gabinete que comanda Juan Manzur, otras son las inquietudes dominantes. Advierten acerca de un gobierno disperso, en el que no se toman decisiones, en el que se dilata la ejecución de las políticas. Aseguran que no logran articular un entendimiento con los funcionarios que expresan al camporismo y las iniciativas se traban.

Aseguran que Martín Guzmán no ha mostrado los números a nadie y que el poder está compartimentado. Este loteo horizontal que se replican en casi todos las áreas no deja avanzar con los proyectos en marcha. Hablan también de mucha sub ejecución presupuestaria. La atribuyen tanto incompetencia como a las propias riñas internas que se maceran en lo más alto del Ejecutivo. Están los que incluso se preguntan quién va a implementar en la práctica el ajuste, que guste o no viene en la letra chica del acuerdo con el FMI.

Los más preocupados por el curso de los acontecimientos no descartan que este entuerto genere un descalabro económico que sea funcional al kirchnerismo.

En orden a suavizar las diferencias que detonaron al FdT, Alberto Fernández, locuaz e incontinente, va por el mundo echando a rodar sus pareceres. Busca endulzar con inconvenientes melodías el oído siempre atento de Cristina.

Ocurrió esta semana durante el viaje por Rusia, China y Barbados, donde ofreció una seguidilla de desafortunadas declaraciones. Un encadenamiento de despropósitos y excentricidades que generó espanto, aún entre los más cercanos. Cómo en el juego de la oca, Fernández habla y retrocede varios casilleros.

El portazo de Máximo Kirchner puso en acto lo que ya se sabía: Alberto Fernández no dispone de consenso entre los propios para ir adelante en cuestiones urgentes y centrales de la gestión.

Es imposible por el momento saber cuántas voluntades arrastrará el devaluado jefe de La Cámpora ahora en rebeldía. Queda claro que, también él, parece dispuesto a adoptar una curiosa condición de reversible. Un estratégico doble estándar. Se va pero se queda. Reniega de acompañar al oficialismo pero no tampoco se corre a la oposición. Retiene los fueros y las cajas. Se traviste de contestatario pero sigue agarrado a los atributos del poder.

El hasta hace apenas unos días Jefe del Bloque oficialista de la Cámara baja juega a resguardar el relato. Arropado en la burbuja narrativa en la que fue parido hace gala de “superioridad moral”. Lo suyo es pura “dignidad y coherencia”. Mal puede acompañar un acuerdo con el Fondo al que calificó de “goloso” y fustigó en cuanta tribuna tuvo disponible. Se mantiene firme en su catecismo ideológico.

Maximo Kirchner salva la piel K rehuyendo de su compromiso. Que se las arregle Alberto, que le despeje el camino. El está para preservar el relato que lleva su apellido. Que el trabajo sucio lo hagan otros. No se descarta que sea una estragia consensuada con su señora madre.

En los días que corren, de confusión y desasosiego no es poca la gente que, cómo Máximo, se autopercibe “moralmente superior”. El de la pretendida “superioridad moral” es un atajo siempre disponible, tranquilizador.

La secta de los moralmente superiores crece y se retroalimenta. Quienes se sienten parte de ese colectivo no se reconocen necesariamente en una línea de conducta, un patrón de comportamiento sino en una supuesta escala de valores en lo que dicen reconocerse. Se identifican en torno a la exaltación de un conjuntos de creencias ideológicas de connotaciones rayanas en los religioso.

Pertenecer tiene sus privilegios. Colocarse al amparo de la identidad moral que se auto atribuyen los pone a resguardo de sus propias frustraciones y contradicciones. La culpa es siempre de otro. Ellos son la “reserva moral”. En la línea del “nosotros y ellos”.

Puede que no vivan de acuerdo a los mandamientos que pregonan o que los contradigan en el día a día. No importa. Lo que los define es la discriminación del otro. Una de buenos y malos, de réprobos y elegidos. Están para señalar, para estigmatizar, para separar. Se perfeccionan aplicando “cancelación” del diferente. No están dispuestos a ensuciarse el legajo con pragmatismo. Que las manos en el barro la metan otros.

No es el acuerdo con el FMI el único tema que genera las paralizantes tensiones que tramitan al interior del Ejecutivo.

Mientras los funcionarios que expresan al peronismo federal dicen estar en condiciones de avanzar con proyectos relacionados con energías limpias, un ambicioso plan de riego y despliegue de conectividad a lo largo y ancho del país, también afirman encontrarse de manera recurrente con trabas que están ancladas en el prejuicio ideológico camporista cuando no en la ambición por ganar posiciones, cajas y territorio.

Son refractarios a lo que llaman “la cultura de la renta pobre”, para referirse a los planes de asistencia social que se llevan el 2,5% del PBI sin sacar a la gente de la pobreza y a los proyectos de segmentación social de las tarifas eléctricas, que aseguran, lejos de resolver el tema del financiamiento, generan malestar.

Para cerrar la semana Gabriela Cerrutti tuvo que pedir disculpas por la diatriba con la que se despacho en la conferencia de este jueves cuando descalificó una nota periodística que hacía referencia a declaraciones en off de un alto funcionario de la embajada de EEUU en Buenos Aires que consignaba el malestar que generaron en el gobierno estadounidense los dichos de nuestro Presidente en la reunión con Putin.

La portavoz presidencial está en el ojo de la tormenta. Se le atribuye responsabilidad en la publicación de los irritantes comentarios con los que Alberto Fernández endulzó los oídos del premier ruso y de la vice en un solo y único acto. También un exceso de protagonismo y autorreferencialidad que nada tiene que ver con la función que ejerce.

Con el Jefe de gabinete Juan Manzur y nuestro Embajador en EEUU Jorge Arguello tratando de desarmar el desaguisado de Alberto Fernández frente a Putin, todos en Gobierno conocen con nombre y apellido quién fue la calificadísima fuente que dejó trascender el malestar del Gobierno de Biden.

El retuit que el Jefe de Estado hizo desde su cuenta personal al posteo de un usuario solo aportó más kerosene sobre el fuego. “El periodismo mainstream argentino es una vergüenza nacional” sostenía el tuitero @Exagerardez. Un nickname sugestivo para una cuenta ya cerrada.

(Infobae)

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