UNO MÁS, DEL MONTÓN

 EDITORIAL

En primera persona

Por Walter R. Quinteros

Hace ya un buen tiempo que evito afeitarme todos los días, el arte de afeitarse implica que el espejo lance su opinión al repecto.

Imagínese usted, sobre que uno ya viene siendo feo desde que nació, encima un espejo atrevido se pare delante suyo y le recuerde que se está volviendo viejo. Pero viejo mal.

Agréguele a eso, amigo lector, que desde las cuatro y treinta, o cinco —pongalé—, de la mañana, esta cara se asoma al mundo de las noticias.

Y que estos dedos doloridos —por esa cosa de que los años pasan—, se pongan como quejosos por eso de tener que escribir. 

Parece que zapatearan un largo malambo sobre las teclas, con un repique caído en desgracia y limitado a cuatro dedos, nada más.

Tampoco mi vista se queda atrás. Los ojos ya no son aquellos que miraban fíjamente por el alza y centraban el guión de un arma en el objetivo y con una suave caricia que la yema del dedo índice le aplicaba al disparador, daba en el centro del blanco. 

Ahora los anteojos de lectura buscan la agudeza visual perdida.

También ayudan esos artilugios como el diccionario y los sinónimos y antónimos que esperan en el escritorio la debida consulta por mi memoria dispersa. Pareciera que soy un tipo que no lleva los patitos en hilera y camina en ojotas con medias de distinto color.

Mi cara, tiene gestos como la de un tipo depresivo, amargado o buscapleitos.

Yo no. Interiormente me creo un pibe. 

Como todos, por eso les recuerdo que soy uno más del montón. De los que toma el café en los bares. Que se cree el piola de la barra. Que usa un perfume más caro que un televisor.

Es como si fuésemos dos cosas distintas, mi cara y yo.

El detalle está también cuando me asomo a la ventana del departamento y veo a la gente que pasa a trabajar, con la esperanza dibujada en la cara.

Los recuerdos se me vienen como avalancha. Mire, yo caminaba rápido, cuidaba el lustre de los zapatos, repasaba las cosas del maletín, si guardé esto, si puse lo otro.

En el peinado, en el nudo de la corbata, en la tarea diaria. Los diagramas, las novedades. El humor del jefe. En los muchachos y los materiales a mi cargo.

Hoy mi cara habla de indiferencia. Total y absoluta. Es como que a esta altura de la vida, a mi cara le da lo mismo si van a trabajar o vienen de joda.

Es como que ha perdido, en algún lugar, algún atisbo de aquella tierna bondad. O quizás ya dispense demasiada seguridad, por eso de cierta experiencia adquirida, vaya uno a saber.

Tal vez, por eso, ella cree que se sabe todas las respuestas.

Por eso no me miro mucho al espejo, el tipo no me miente, y no lo puedo maltratar.

Lo mismo les debe pasar a los políticos, o los que entrenan duro para serlo, y que por eso no quieren hablar conmigo, debe ser porque mi cara les dice que ellos me están mintiendo. Que faltan a la verdad, que navegan entre excusas torpes, respuestas paupérrimas.

Por eso creo que mientras mi cara sigue su rumbo, yo, y el pibe que llevo adentro, pensamos en los milagros de la vida todavía, en aquellas cosas que hemos llamado infancia, juguetes, bicicletas, Fe, primera novia, primer beso, hijos, responsabilidades asumidas, y  que estamos a tiempo de... No importa de qué. Sepan que este tipo que ustedes leen, todavía tiene sueños.

Aunque parece que ya todo eso ha pasado para mi cara, que resignada y cansada, ya nada la asombra, que no se inmuta por nada. 

Yo, todavía me conmuevo cuando la mujer que me acompaña, camina como camina delante mio. 

Todavía me estremezco cuando ella suspira, cuando dormita en mi pecho, cuando despierto a su lado.

Todavía me emociona su abrazo, su desnudez.

Y todo aquello que nos pasa y nos perturba como sociedad, como pueblo. Al que quiero ver feliz. Como el llanto de los niños al nacer, eso, no habrá momento más feliz que supere eso.

A veces, como uno más del montón que soy, se perfectamente que mi cara ha envejecido. O es que tiene sinestesia, o algo parecido.

Y es con esa cara con la que escribo. Sepan ustedes disculparme.

En cambio, el pibe que llevo adentro, el que me dice que no me detenga, y que siga persiguiendo como siempre a mis sueños, bueno por él, también escribo.

Y eso es otro milagro.




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