UN INTENTO MÁS PARA TRATAR DE EXPLICAR LO OBVIO

 OPINIÓN

El espectáculo de varios funcionarios tomando sus vacaciones en el Caribe lleva la delantera del asombro por estos días

Por Carlos Mira

Sé que muchos encontrarán las siguientes líneas como un conjunto de lugares comunes, como una sucesión de obviedades.

Pero resulta tan increíble cómo en la Argentina las obviedades (negativas, por supuesto) forman parte de la conducta pública cotidiana de los funcionarios del gobierno, que una columna de actualidad como esta no las puede dejar de lado, por más redundantes que parezcan.

El espectáculo de varios funcionarios tomando sus vacaciones en el Caribe lleva la delantera del asombro por estos días. Asombro para aquellos que aún esperan -aunque más no sea por un principio de picardía política- que ciertas obscenidades no se cometan a la vista de todos. Porque en realidad, si bien se mira, no hay nada de qué asombrarse cuando esas conductas provienen del más rancio peronismo kirchnerista.

En el año 2012, Luana Volnovich vivía con su pareja en un departamento modesto de Constitución. Diez años después, no habiendo hecho otra cosa más que militar en La Cámpora y acceder a los sueldos del Estado, pasa sus vacaciones en una paradisíaca isla del Caribe mexicano, también junto a su pareja, que no es la misma del 2012 sino, nada menos, que otro integrante de La Cámpora, su segundo en la obra social más grande del país, el PAMI, Martín Rodríguez.

Este solo hecho, que la jefatura mayor del PAMI quede completamente acéfala porque el jefe y el vicejefe son pareja y deciden irse al Caribe dejando el gobierno de la obra social de los jubilados sin poder de decisión, es, de por sí, un escándalo que no puede explicarse.

Estos señores se auto perciben como moralmente superiores. Así lo ha manifestado públicamente Carlos Zaninni, cuando justificó el vacunatorio VIP de toda la runfla kirchnerista que se robó las vacunas “porque la sociedad tiene el deber de protegerlos”.

Desde esa alta torre, tratan al pueblo como una verdadera basura inferior. Por si hiciera falta probarlo, Volnovich tuiteó desde el paraíso su alegría porque Yolanda -una jubilada del PAMI- había ido unos días a Las Termas, gracias a las graciosas concesiones del Príncipe. “Para mí, que (en el mejor de los casos) vivo de lo que los impuestos que paga Yolanda, el Caribe; para vos que tenés que sacrificarte para que yo viva como una reina, Las Termas”.

En la declaración jurada de 2020, la última disponible, Volnovich declaró tener U$S 1071 ¿Cómo pagó su viaje? ¿Adquirió dólares por alguna de las maneras que el Estado al que ella pertenece le prohíbe adquirirlos a los ciudadanos?

Martín Rodríguez, su pareja camporista, declaró tener 47 mil dólares en su declaración jurada. ¿Pero cómo? ¿No es que los que ahorran en dólares son miserables vendepatrias?

No solo eso. Rodríguez declara invertir en bonos de la deuda del Estado argentino nominados en dólares. Más hipocresía inmoral de los “moralistas”.

A propósito de “moralistas”, otra impresentable y rancia cristinista, Julian Di Tulio (la del tatuaje “no fue magia”) salió a defender a Volnovich quejándose justamente de los “moralistas” que no le permitían disfrutar. Le quiero recordar, Di Tulio, que el discurso supererogatorio, enrostrando conductas inmorales a los argentinos que “persiguen la riqueza”, que compran dólares y que veranean en Miami, lo instalaron ustedes.

En un país en el que la clase media que lo sostiene con su trabajo no se puede ir a San Bernardo -porque tiene que seguir trabajando como esclava para sostener a la casta de señores feudales como Volnovich y Rodriguez- sus ciudadanos deben asistir absortos al espectáculo de opulencia protagonizado por quienes critican la opulencia y por aquellos a quienes no se les conoce un trabajo productivo que la justifique.

Salvo que esa opulencia se encuentre en las cajas del Estado que se han preocupado por copar. En efecto, las diez cajas estatales económicamente más copiosas están en manos de cristinistas ciegos o de integrantes de La Cámpora. Es el caso de la ANSES con Fernanda Raverta, de YPF con Pablo González, del PAMI, con la propia Volnovich y Rodriguez, de Aerolíneas Argentinas con Pablo Ceriani que responde a Mariano Recalde, del Ministerio del Interior con Eduardo De Pedro, del Ministerio de Hábitat con Jorge Ferraressi (que también se fue al Caribe cubano a mezclar un poco de vacaciones y un poco de refresh ideológico), del ministerio de Justicia con Martín Soria, del ministerio de Desarrollo Social con Laura Alonso, del ministerio de Energía con Darío Martínez y del Correo Argentino con Vanesa Piesciorovski.

Esta ostentación -que ellos rotulan de insoportable cuando la ven en gente que tiene un trabajo productivo, ideas brillantes o que encontraron la forma de satisfacer demandas del mercado con trabajo e ingenio- es lisa y llanamente inadmisible en funcionarios públicos que deben estar al servicio de la sociedad y que encima se cubren de un relato ético como si cada día se bañaran en agua bendita.

Esta es la desigualdad que el liberalismo vino a terminar. Cuando en el mundo imperaba la grosería de las monarquías absolutas que esclavizaban a sus pueblos para vivir en la opulencia y en la injusticia, el escenario no era demasiado diferente: una casta que se situaba jurídica y económicamente por encima de la ley que ellos mismos dictaban para expoliar al pueblo. Más o menos como ahora.

Pero el verso hipócrita que venden es justamente la crítica al sistema de libertades públicas que garantiza la Constitución. No debería haber sorpresa en ello: en ese sistema el rey es el ciudadano y el que debe estar a su servicio y dar explicaciones es el funcionario. Todo al revés del emblema de Volnovich, de Rodriguez, de Ferraressi, de la fiesta de Olivos, de las vacunas para ellos.

No hay cosa más difícil de explicar que la obviedad. Si no la querés ver no se puede hacer mucho para hacerla entender. Si las cosas que el pueblo argentino está viendo delante de sus ojos no son suficientes para convencerlo de que está en manos de un conjunto de mafiosos inmorales, es poco lo que se puede hacer para hacerles abrir los ojos. Es como si su propia ceguera los hubiera condenado a la miseria.

(The Post)

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