ORDENAR LAS IDEAS

SOCIEDAD

En primera persona

Por Jorge Tisi Baña

La edad y la experiencia me llevaron a descubrir que, durante un largo tiempo, muchas veces no hice el esfuerzo de razonar. Me había acostumbrado a asimilar lo que me decía alguna gente sin hacer el más mínimo juicio de valor, y entonces hasta abrazaba las ideas de otros con el mismo fervor que si fueran mías. Pero un día me dí cuenta que pensar requiere, ante todo, ordenar las ideas. Las propias y las ajenas. Digerir lo que se lee, lo que se escucha, lo que se discute y ponerlo en negro sobre blanco para aclarar mejor las propias ideas. Fue entonces que comencé a escribirme a mí mismo, a pensar por escrito, y descubrí que el simple acto de volcar mis ideas sobre el papel y leerlas me permitía ordenar mis pensamientos y encontrarles un sentido.

Desde entonces escribo lo que pienso sin medias tintas, sin ponerme a discernir a quién le puede molestar o gustar y, al compartirlo, no me siento tan loco, ni tan solo. Eso me hace libre, me hace auténtico, pero sobre todo, me permite ser honesto conmigo mismo, y amanecer dispuesto a consagrar las energías de mi espíritu y los alientos de mi alma al nuevo día.

Intento razonar siempre, buscarle el sentido a todo. Y aunque son muchas las veces me equivoco, en general me equivoco solo, por mis propias torpezas y no porque alguien me hace equivocar. Es mucho más sencillo ser uno mismo que pretender ser quien no se es para conformar a los demás.

Descubrí que no sigo una ideología determinada, que no tengo un libreto único, que tengo mis propias ideas sobre cada tema y que no necesariamente coinciden con las de aquella gente que admiro y respeto. Trato entonces de no comprar todo lo que me venden por más que me lo disfracen con ropajes maravillosos; valoro mis propias ideas, principios y creencias, y los sostengo con vehemencia, pero sin necesidad de encasillarme detrás de ningún ísmo. Veo el mundo con mis propios ojos, y las interpretaciones que hago de lo que veo, erradas o no, me pertenecen.

No creo en las teorías conspirativas, en las simplificaciones históricas ni en la existencia de un Club de los Malos y poderosos que quieren someter a la humanidad a sus caprichos. Sí creo en la soberana estupidez humana, que nos puede llevar a ese mismo destino, corroyendo las creencias religiosas, destruyendo la familia, adoctrinando la juventud y socavando los valores culturales; pero no por designio de un grupo privilegiado de seres malignos, sino por el mal uso que cada uno de nosotros hacemos de nuestra libertad; por la tendencia a la comodidad, al facilismo y a la autoexculpación, y por la capacidad de masificarnos sólidamente detrás de las ideas de otros.

Me he caído muchas veces a lo largo del camino y pongo extremo cuidado en no tropezar con la misma piedra, porque eso sería obcecación o necedad, pero tampoco me atemoriza el riesgo de tropezar con otras, porque cada caída nos enseña algo, aunque sea, que ese no era el camino correcto.

Aprendí a conocerme y a aceptarme como soy, con mis múltiples defectos y también algunas virtudes que no me hacen ni mejor, ni peor que nadie, pero sí maravillosamente único. Por eso me permito transmitir algunas experiencias que considero valiosas.

Asumamos el valor de ser siempre nosotros mismos, tanto en los días de entusiasmo como en las horas de grandes amarguras. Porque nada es casual, todo pasa por algo. La vida muchas veces nos sorprende agradablemente, y aquello que debe suceder, sucede, más allá de que se lo atribuyamos a la casualidad o a la coincidencia.

La vida nos exige energías acostumbradas a la lucha, mentes preparadas para pensar lo correcto, corazones amantes de la virtud, almas enamoradas del bien, y espíritus emprendedores capaces de cumplir con nuestro destino. Todo lo que se emprende con generosa intención y firme voluntad, a la larga triunfa.

La felicidad reside en el disfrute de aquello que tenemos al alcance de la mano, en no aspirar con conseguir cosas desorbitadas. Muchas veces la felicidad está en la mirada de nuestro perro, o en cumplir con determinadas rutinas, que no por repetidas dejan de hacernos felices. Sepamos que a pesar de los golpes que nos da la vida podemos encontrar la felicidad si no tenemos ambiciones que excedan nuestras posibilidades, porque de ese modo la vida no nos defraudará, sino que nos dará aquello a lo que aspiramos porque sabíamos que nuestras capacidades nos lo permitirían.

La ambición desmedida, la sed de orgullo, de riqueza, de poder y de lujo, todo lo cautivan, pero también todo lo confunden. Estar satisfechos con nosotros mismos es el primer paso hacia la felicidad.

Solamente siendo felices podremos hacer felices a quienes nos rodean, y manteniendo abiertos los corazones, podremos recibir todo lo bueno que irradian los demás.

Intentemos ser felices, hacer felices a las personas que nos rodean y a todas aquellas que, aunque sea brevemente, pasan por nuestras vidas y dejan su impronta en nuestro espíritu. Permitamos que germinen las buenas semillas que esas personas han sembrado en nuestra vida y descartemos la cizaña. Y sobre todo, esforcémonos por aprender todo lo posible de cada una de esas personas, porque la vida no es otra cosa que aprender cada día.

Vivamos la vida con toda la intensidad y plenitud que la edad y la salud nos permitan. Valorémonos y querámonos, pero sin sobreestimarnos. Y por sobre todas las cosas, permitámonos soñar todo lo posible, porque los sueños existen para que intentemos convertirlos en realidad.

Seamos seguros en nuestras creencias, tenaces en los propósitos, intensos en los afectos, firmes en las convicciones, consecuentes con nuestras ideas, pero flexibles en el aprendizaje. Seamos fieles a nuestra esencia, vivamos cada cual a su manera, y esforcémonos por disfrutar de cada cosa que hagamos, aunque no sean particularmente destacables. No hay nada como sentir el placer de un buen libro, un rico café, una puesta de sol, un cielo estrellado, una exquisita música, una agradable compañía…

La vida nos sorprende agradablemente con cosas que jamás pensamos que podrían suceder. Pero nada sucede por casualidad. Todo pasa por algo.

Muchas veces arrancamos una flor y en su lugar florece otra aun más bella y fragante que la anterior.

Jorge Tisi Baña



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