LA TERQUEDAD CRUZDELEJEÑA

EDITORIAL

Basta de revanchistas, resentidos, ególatras, porfiados y arrogantes


Por Walter R. Quinteros

Nosotros 

Con aquel brindis de fin de año, casi con seguridad, muchos de nosotros hemos trazado una meta donde nuestros deseos iban a ser distintos, deseábamos que las cosas debían cambiar, para nuestro bien, para los demás tal vez, y seguramente, entre los brindis, hicimos una pausa y hemos analizado si lo que estamos haciendo es lo que amamos hacer.

Querido lector, debería empezar —para seguir el ritmo de mis colegas—, tratando temas coyunturales, como los índices de contagios, las diversas consideraciones que se exponen en relación al acuerdo con el FMI, y los millones destinados para mantener el sistema de puestos políticos.

O de las ridículas medidas del intendente de Cruz del Eje haciendo "enroques" en su gabinete desgastado, imputado y mal mirado, y la despiadada incopetencia de los mismos, o hacer un pronóstico catastrófico sobre lo que nos depara el futuro. 

Pero en esta ocasión, prefiero hablar de la necesidad de que los cruzdelejeños encontremos un momento a solas con nosotros mismos, de empezar a dar valor a las cosas que realmente nos importan, de empezar a soltar los miedos y transitar por una ciudad con opciones diferentes.

Tercos

A veces nuestro mejor mérito —especialmente como cruzdelejeños, es la terquedad—, eso de no saber escuchar, de tener una especie de fuego que arde en nuestras almitas, que nos hace no renunciar a nuestros ideales y convicciones políticas sin pensar en nuestra ciudad, solo por tener una boina blanca en la cabeza viviendo de la nostalgia, o un globo amarillo para poder trepar, o de saber la marchita justicialista como otro acto nostálgico, o escribir todo con k, para okupar un kargo de 24 palabras inventado para el kumpa.

Así de ególatras, porfiados y arrogantes andamos, y creo, que eso nos ha llevado al odio entre nosotros. Porque la desconfianza ya fue.

Y el odio, todos sabemos que es es algo que nos estupidiza y nos cubre de frustraciones, de envidias, de miedos y de torpezas.

Amigo lector, creo que como sociedad, debemos salir, escapar, huir de las pantallitas de celular con mensajes mediocres, burdos e inconsistentes. Creo que debemos dejar de lado esta ficción de ser lo que no somos y busquemos realmente ser lo que queremos ser.

Y es que acabo de escuchar a hombres con dilatada experiencia y hacedores de proyectos que deben ser políticas de Estado, ya. 

Para eso, debemos conquistar nuestro propio milagro de creernos, de sabernos capaces, para sanar lo que nos lastima profundamente, que es la mentira impiadosa que practican día a día nuestros gobernantes. 

Contemos lo que nos pasa, sin miedo al qué dirán, digamos lo que pensamos.

"Hay que sacarlo todo afuera / Como la primavera / Nadie quiere que adentro algo se muera / Hablar mirándose a los ojos / Sacar lo que se pueda afuera / Para que adentro nazcan cosas nuevas", dice una canción de Piero y qué bien interpretaba Mercedes Sosa. Una maravilla.

La felicidad

Por eso creo que a esta ciudad donde vivimos, no le hace falta gente influyente que se candidatee, ni millonaria, ni mentirosa, ni ambiciosa, mucho menos poderosa, ¿poderosa se creen? Me causa gracia, risa, cuando dicen que fulano, mengano, zutano o perengano son poderosos. Eso no es otra cosa que una ficción impuesta a la sociedad.

A esta ciudad, lo que le hace falta es gente feliz. Personas felices. Capaces con proyectos viables. Y no resentidos ni revanchistas.

Lo que creo, estimado lector, que la gente feliz es la que se levanta pensando que hay un nuevo día por conquistar, es la que tiene una nueva sonrisa que sacar, un nuevo bien que realizar, una nueva lucha que ganar en favor de la sociedad.

La que se prepara, estudia, consulta, planifica, la que sabe que tiene un mensaje que escuchar, porque nadie, absolutamente nadie, es merecedor de la indiferencia. 

Y en eso consiste, creo, el ser un humano bueno. Aquí los he visto, los escuché, se que los hay.

Y no es un humano bueno aquel que por buscar votos sale a dar una limosna, humillando al que la recibe, con una foto. No, para nada. En nuestra absurda terquedad, a veces, no nos damos cuenta de que hay que ponerse a la altura del que cayó en desgracia para ayudarlo y de que solo hay que extenderle la mano para levantarlo. Nada más.

Las utopías

¿Que hoy estoy escribiendo con un halo de utopías sobre mi cabeza? Es probable. Porque son la una de la mañana, mi hora favorita para escribir. Pero convengamos de que esta ciudad va a cambiar si cambiamos nosotros, sus habitantes.

Por estas cuestiones de ser más lector que escribidor, más oyente que hablador, viene a mi mente Mario Benedetti, que dice: "me gusta la gente que vibra, / que no hay que empujarla, / que no hay que decirle que haga las cosas, / sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace / que posee sentido de justicia". 

Amigo lector, sepa que a mi me gustan aquellas personas que luchan por su sueños hasta alcanzarlos, las que son como aquellos soldados que no se rinden en cumplimento del deber. Como los médicos y enfermeros que no desmayan. Como la gente de campo que no tiene horarios.

Me gustan aquellas personas que no se esconden y levantan su voz por aquellos que callan. Las que no se venden por "un cargo" ni por nada. Las que saben escuchar, las que aceptan, corrigen, cambian, mejoran. Las que dejan de lado su irracional terquedad. 

Me gustan las personas que buscan un sentido, las que viven su vida y que, aunque tienen sus altos y bajos, sin embargo siguen buscando. Buscando que no les mientan, que no las usen. Los que son dignos.

Y las que denuncian en voz alta.

Y también me gusta esa gente que le pone el alma a lo que hace por los demás, los que son nacionalistas, los que ven que nuestra Patria se desangra y que por eso andan proyectando trabajo sin ninguna foto, sin buscar votos siquiera.

Me gustan aquellas personas que simplemente se ponen del lado del necesitado. De lo que la ciudad necesita. De lo que la región entera necesita.

Porque hacer lo otro, lo que hacen algunos politiquitos baratos, despierta eso que les nombré arriba respecto al odio, y el odio, todos sabemos que es es algo que nos estupidiza y nos cubre de frustraciones, de envidias, de miedos y de torpezas.

Ahora

A veces, se me da por escribir mirando por la ventana hacia la calle. 

Veo un perro que la cruza indiferente al bocinazo y a la luz alta de un auto que pasa rápido y furioso. Él la cruza tranquilo, pausado, total ya lleva su bolsón, colgado del hocico. Comida obtenida sin esfuerzo.

¿Pero no le digo yo? Hasta los perros callejeros de esta ciudad se han vuelto tercos, ególatras, un poco porfiados y demasiado arrogantes.

La pregunta final es, ¿quién les habrá enseñado?


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