LO MÁS HUMILDE ABATE A LO MÁS SOBERBIO

OPINIÓN

Los héroes de los antiguos tiempos lloraban como niños y mujeres

Por Ernesto Marinchuk

“No hay hombres imprescindibles, hay actitudes imprescindibles”. 
Esteban Bullrich

Para pensar y escribir libremente, para acometer empresas fecundas, se necesita aprovechar el fugitivo entusiasmo de la edad en que el músculo guarda vigor y el cerebro lucidez.

El hombre que acorta la vista de sus ojos, velando por engrosar las páginas de un libro consagrado a la instrucción o proponiendo soluciones a problemas de sus semejantes, merece tanta gloria como el misionero que va de montaña en montaña predicando el amor entre los hombres, como el médico que lucha brazo a brazo con la muerte en la ciudad asolada por la peste, como el soldado que pelea valerosamente en el campo de batalla.

La Naturaleza responde a cada hombre con diversas palabras y guarda eternamente su misterio. La duda, como la noche polar, lo envuelve todo; lo evidente, lo innegable; es que en el drama de la existencia representamos el doble papel de verdugos y víctimas. Vivir significa matar a otros; crecer, asimilarse el cadáver de muchos. Somos un cementerio ambulante donde cientos de seres se entierran para darnos vida con sus palabras, con su vida… con su ejemplo.

A todo esto, el ser humano, es insaciable, hace del Universo un festín en su vientre, pero no creamos en la resignación inerme de todo lo creado; el mineral y la planta esconden sus venenos, el animal posee sus garras y sus dientes… El microbio carcome y destruye el organismo y así comprobamos como lo más humilde abate a lo más soberbio…

Despedida del Senador Bullrich

Algunas de las palabras del senador Esteban Bullrich al renunciar esta semana a su banca para enfrentar la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) que padece.

“Renuncio a mi banca con mucha tristeza y mi última actividad legislativa es un proyecto de ley de educación inclusiva por el que pido tratamiento sobre tablas que busca igualar oportunidades y que, como todo lo que he hecho hasta ahora en mi vida política, intenta dejar de lado egoísmos y vanidades para buscar el consenso. Y este proyecto fue acordado a partir de tres proyectos originales y con el aporte de senadoras y senadores de todos los bloques, que dejando de lado intereses personales y visiones partidarias encontramos el proyecto común. A lo largo de estos veinte años esto me ha pasado infinidad de veces. Créanme que es mucho más lo que nos une que lo que nos divide, solo se requiere vencer prejuicios, hacer silencio y escuchar al otro. Este proyecto no es de nadie, es de todos. Porque en política, las buenas ideas no tienen dueños, tienen beneficiarios. Repito, las buenas ideas no tienen dueños, tienen beneficiarios. Y porque, como dijera Borges: “nadie es la Patria, pero todos lo somos”.

“Aunque no me corresponde a mi hacerlo, me gustaría que se recordara de mi paso por este cuerpo la búsqueda constante del consenso a través del diálogo. El diálogo entendido como una conducta activa, de apertura y de generosa curiosidad en la que los participantes se abren a escuchar a la persona que tienen enfrente. Ese es, para mí, el valor más importante y a la vez más escaso de la política argentina: la posibilidad de entender que los adversarios nunca son enemigos y que representan a una porción de los argentinos cuyos valores, intereses y deseos son tan atendibles como los de uno y que se puede dialogar, negociar y acordar sin relegar lo que uno es y lo que uno defiende”.

“Nuestro país clama por consensos. Los números de pobreza, la falta de desarrollo, los jóvenes que se van del país, la catástrofe educativa y la continua y prolongada postergación de nuestros sueños, producida por un estancamiento del que somos culpables los políticos y no los argentinos, nos obligan a gobernar diferente. Todos hemos sido culpables de gobernar con tapones en los oídos, todos, nosotros también. No hay más tiempo para eso”.

“Ya probamos con la grieta y acá estamos, esta Argentina que tenemos es la resultante de nuestra incapacidad de encontrar soluciones comunes a esos problemas”.

Mientras tanto, la vicepresidenta Cristina Fernández Vda. de Kirchner, -en una actitud soberbia, sin sentimientos, reflejada en las imágenes de todos los medios- fue la única de los presentes que no se puso de pie mientras el entonces senador Esteban Bullrich finalizaba su emotivo discurso. Se quedó sentada en el sillón, desde donde preside el Senado, mientras el resto de los senadores, tanto oficialistas como opositores, decidió levantarse con la finalidad de despedir a Bullrich entre aplausos y lágrimas…

¿Por qué lloramos?

Los héroes de los antiguos tiempos lloraban como niños y mujeres. Lloramos ante las pérdidas, el sufrimiento físico, el sufrimiento psicológico, la observación de un acto heroico o el alivio de otros. Y expresamos muchas emociones: pena, dolor, risa… Lloramos en soledad o ante otras personas buscando consuelo, soporte social, apoyo, comprensión…

Hoy -en esta sociedad individualista- muchas personas no saben, no quieren llorar por temor, por vergüenza, pero el llanto en sí, es un pedido de ayuda… no resulta vergonzoso, porque expresa solidaridad y empatía, sentimientos positivos que engrandecen.

Grandeza democrática

Muchos políticos hablan siempre con atenuaciones, circunloquios y estratagemas, pero el hombre verdaderamente libre lanza el pensamiento en su más cruda integridad, dado que no le importa herir los intereses de las clases acomodadas ni sublevar la cólera de agrupaciones ignorantes y fanáticas…

Existen personas que matan con su sombra, donde el mérito engendra la envidia y su beneficio produce la ingratitud… Eso le produjo Bullrich a la vicepresidenta, demostrando grandeza democrática y espíritu de pluralismo e integración para la concordia.

No pedimos la existencia, pero con el hecho de vivir, aceptamos la vida. Aceptemos pues, sin monopolizarla ni quererla eternizar en un beneficio exclusivo. Decíamos ayer que, nadie es tan joven ni tan viejo como para no morir en este preciso instante…

Aunque existir no sea más que vacilar entre un mal cierto y conocido la vida, -y otro mal dudoso e ignorado- la muerte, debemos aprender a amar la roca estéril en que nacemos, a modo de aquellos árboles que ahondan sus raíces en los peñascos; suspiremos ante un sol que ve con tanta indiferencia nuestra cuna como nuestro sepulcro; debemos, todos, sentir la desolación de las ruinas, cuando alguno de los nuestros cae devorado por ese abismo implacable en que nosotros, también, nos caeremos mañana… Pero siempre recordemos, que existe un sol hermoso para iluminar las escenas tristes…

(© Tribuna de Periodistas)

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