EL PERMANENTE JUEGO DE LAS APARIENCIAS Y LA DEMAGOGIA

OPINIÓN

Por momentos la política argentina está tan sumida en un juego de simulaciones para contentar a los electorados, que los políticos confunden el ser con el parecer

Por Cristina Pérez

Mientras juraban los diputados estaba tomando un cafe con un avezado encuestador que como suele hacer siempre me tomó desprevenida con algunas de las preguntas que está haciendo en sus actuales trabajos.

-¿La oposición debe dialogar con el gobierno? ¿Qué pensás?- fue la primera de ellas.

-Creo que en el gobierno deberían procurar primero tener un acuerdo entre ellos antes de esperar un consenso con la oposición. Pero en cuanto al diálogo, debe ser en el Congreso que es el ámbito donde se produce el diálogo institucional.-le respondí

-Pero mira que en las encuestas la gente quiere que haya diálogo. Te va a ir mal con esa opinión.- me refutó.

Este pequeño intercambio me hizo pensar en varias cosas. Primero me pregunté cuántas veces los políticos no dicen lo que piensan porque no coincide con las encuestas de opinión y segundo, que ningún debate se enriquece si se argumenta en función de agradar o pertenecer. La política argentina está demasiado sujeta a esas demagogias que el marketing cuantifica y a veces se olvida que liderar es también mostrar otro camino, o simplemente estar dispuestos a defenderlo, a dar razones o a crear esperanza para persistir en esa ruta.

En cuanto a la voluntad ciudadana de que haya diálogo, se podría interpretar que también el mandato del voto en estas elecciones es el que forzó mayor diálogo al equilibrar las fuerzas en el Congreso y también al introducir o fortalecer nuevas líneas ideológicas.

Por momentos la política argentina está tan sumida en un juego de simulaciones para contentar a los electorados, que los políticos confunden el ser con el parecer -que de los dos es el más funcional al hecho de mantener el poder- y se diluyen en una retórica ilusoria que los deja contentos con su ego, les dice a sus seguidores lo que quieren escuchar, pero más allá de esas complacencias corre el riesgo de no aporta nada.

La ley de alquileres es la mejor muestra de estupidez de los últimos tiempos. La votaron todos los espacios y no sólo no mejoró la situación de los inquilinos sino que la empeoró, reduciendo además la oferta de propiedades, y por lo tanto encareciendo los precios.

Una de las consecuencias de este permanente juego de las apariencias y la demagogia, la política no enfrenta los problemas reales para no tratar temas que desagraden o sean impopulares y así las cuestiones cuya resolución es urgente se postergan con un costo enorme de “decadencia sostenida”, tomando un concepto de la socióloga Beatriz Sarlo. La política argentina está divorciada de la solución de los problemas que nos aquejan y que llevan décadas.

Políticos que actúan la política para congraciarse o que escapan a definiciones categóricas o que directamente olvidan la dimensión de la eficiencia porque sólo los convoca mantener el poder, construyen la trampa perfecta.

Pronto, el nuevo congreso deberá tratar el acuerdo con el Fondo Monetario, que en sí mismo carga con las sospechas de ser un nuevo acto de simulación si Argentina de verdad no se compromete a reformas que vayan más allá de la enunciación y sigan manchando una reputación que tiene más marcas que un tigre.

En estas elecciones se ha mencionado conceptos como apatía, decepción e indignación para hablar del ánimo del electorado. En los números , aunque es justo decir que influyó la pandemia, la asistencia a las urnas fue de las menores registradas. Si la política es una máquina de su propia subsistencia se desnaturaliza peligrosamente y redunda en decepción o desconfianza en el sistema. Cuando la política le teme a los movimientos antisistema debería empezar por una autocrítica sobre su eficiencia.

Es cierto. Los votos equilibraron el juego en el congreso, dejaron sin quorum por primera vez al peronismo en el Senado y desmantelaron la posible escribanía de manos que se levantan en automático. Es más, si la oposición se impusiera en 2023 podría hasta tener la chance inédita de un congreso a favor, algo con lo que no contó Mauricio Macri. Hay un punto de partida que propicia el debate y la variedad. Pero el punto ante todo, sin ánimo de igualar ni generalizar, es hora de que todos aterricen a la dimensión de las soluciones. Por la democracia misma. Porque son demasiadas las deudas con una sociedad exhausta.

Hoy renunció un senador fundamental por su ejemplo de grandeza en medio de una lucha desigual y gigantesca contra una enfermedad cruel, como lo es Esteban Bullrich. Pero sólo ayer vimos peleas vergonzosas por poder en el bloque radical antes de aún de haber jurado. No importa por lo que hayan jurado, que si no cumplen, Dios, la Patria, las victimas de los ajustes o los consumidores de marihuana, finalmente, se los demanden.

(Infobae)

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