SOBRE EL ATENTADO A TODA LA PRENSA

OPINIÓN

El atentado a Clarín nos trae el perfume de una época nefasta de la Argentina

Por Carlos Mira

El atentado perpetrado en la noche del lunes contra la entrada del Grupo Clarín, en el barrio de Barracas en la Ciudad de Buenos Aires, tuvo la virtualidad de sumarse a la larga retahíla de casos de violencia a los que viene siendo sometido el país desde hace ya mucho tiempo.

La Argentina, por decisión exclusiva del gobierno nacional, ha decidido renunciar al ejercicio del monopolio del uso de la fuerza que todo Estado de Derecho le reconoce a quien encarna la supremacía de la ley por sobre la anarquía, para favorecer, por el contrario, los movimientos de organizaciones criminales cuyo objetivo es sembrar el caos y el terror.

Quienes éramos chicos en la década del ‘70 pero que tenemos la capacidad de recordar cómo empezó todo aquel aquelarre (quizás porque, justamente, teníamos miedo por ser chicos) sabemos que la palabra inflamada fue el primer eslabón.

La violencia siempre empieza por la lengua y la Argentina no fue la excepción, en ese sentido.

Ahora estamos asistiendo a un escenario similar. Churchill habría dicho, seguramente, “se cierne la tormenta”.

¿Y qué es lo que hace que se cierna la tormenta? Pues en algunos casos las acciones del gobierno (que incluyen sus dichos) y en otros las omisiones del gobierno (que incluyen su asombrosa parálisis para actuar con selectividad quirúrgica).

Ayer en medio de las muestras de repudio de la parte sensata de la sociedad, un personaje siniestro, del riñón político de Cristina Fernández, la señora Graciana Peñafort, salió a decir que era el momento adecuado para sancionar una ley contra los dichos de odio, un calco de la legislación venezolana en la que se basó el cierre de más de 3000 medios independientes de ese país.

No hace mucho el intendente de Jose C. Paz, Mario Ishi, dijo que iba a llegar el día en que la población se iba a levantar contra los medios. Y Cristina Fernández, antes de las elecciones, afirmó que los argentinos se merecían mejores medios de comunicación, como si ella fuera una especie de Gestapo que hubiese sido investida con la capacidad divina para decidir quién es mejor y quién es peor.

El gobernador del Chaco también se anotó para reclamar una ley que recorte la capacidad de los periodistas para analizar la realidad. Se animó incluso a elaborar la idea, diciendo que el tiempo de exposición debía acotarse, como si un buró central pudiera establecer una regla de tiempos “permitidos” para que los periodistas pudieran hablar. Demencial.

Julián Álvarez, que no es el 9 de River, sino un dirigente incendiario del peronismo de Lanús dijo -también antes de las elecciones- que los periodistas le llenaban la cabeza de mierda a la gente y que se los debía “enfrentar”.

¿Cuál es el mensaje que baja el gobierno a mentes afiebradas que no se sabe cómo reaccionarán frente a esos estímulos?

Pero lo más grave de todo esto es la sorprendente semejanza que este escenario tiene con lo que ha pasado en los países de la región que hoy sufren terribles dictaduras.

Es la prédica del Che Guevara en Cuba: “Una revolución no se puede hacer con libertad de prensa”.

Es lo que viene ocurriendo en Venezuela y en Nicaragua, con una inmensa lista de periodistas perseguidos, presos y acallados; con una innumerable cantidad de medios cerrados y confiscados.

El socialismo del siglo XXI (que en realidad implica un retroceso a regímenes solo vigentes en el siglo XV) es una especie de manual cubano reproducido en serie.

Todas las características de las dictaduras cubana y venezolana se replican luego en los países a los que se pretende conquistar.

El ataque a la prensa, a la justicia independiente, a la propiedad privada, a los empresarios, junto con el apoyo a los delincuentes (a los que se libera de las cárceles para usarlos luego como avanzada armada para meter temor), a los insurrectos (como en el caso de los seudo mapuches en Chile y en Argentina) a los que ejercen la fuerza bruta callejera, son todas características comunes a las que han vivido antes esos países que hoy, lamentablemente, son dictaduras.

El gobierno no va a esclarecer lo que ocurrió porque el gobierno es cómplice de quienes cometieron los hechos. Lo es porque comparte la idea madre de que la prensa libre es un enemigo al que hay que acallar.

El gobierno de Cristina Fernández está dirigiendo al país a una dictadura. La propia vicepresidente a cargo del poder ejecutivo no emitió ningún mensaje de repudio a los hechos. Solo retuiteó un tweet de La Cámpora que, más allá de la corrección política, solo insinuaba un mensaje de “se lo han buscado”.

Desde ya que la situación económica del país es gravísima y el estado del bolsillo del hombre de a pie empeora cada 24hs. Basta decir que una de cada tres familias de clase media no llega a completar la canasta básica.

Pero este otro drama institucional supera incluso la miseria económica. Es más la miseria económica es su directa consecuencia.

Estos países no han caído en manos de políticos que se corrompieron en el ejercicio del gobierno: estos países están en manos de criminales que alcanzaron el poder con el disfraz de los políticos.

¿Qué otra cosa que un asesino desenfrenado era el Che? El carnicero de La Cabaña solo encontró en la ideología del odio y de la violencia -el comunismo- un canal adecuado para romantizar aquello a lo que se sentía compelido (como se lo confesó a su propio padre en una carta): matar gente.

Hoy también vemos cómo una amplia franja de delincuentes encontró en el yeite peronista la excusa para seguir ejerciendo la delincuencia sin ir presos por ello.

El atentado a Clarín nos trae el perfume de una época nefasta de la Argentina: tan nefasta que las penurias económicas parecen sólo juego de niños cuando se las compara con aquel latrocinio.

(The Post)

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