LOS TRECE ASQUEROSOS

HISTORIAS

Llevaban el pelo como los indios mohawks, se pintaban con sus colores de guerra, no tomaban prisioneros y remataban a los enemigos heridos. Eran “Los Trece Asquerosos”. En ellos se inspiró Robert Aldrich para su famosa película “Los 12 del Patíbulo”

Por Alberto Amato

La película era fantástica. Hay una misión imposible: liquidar a un grupo de generales nazis en una villa de descanso súper custodiada. Un mayor americano recluta a doce soldados, lo peor del ejército, condenados a muerte o a perpetua por diferentes causas, todas non sanctas, y les propone el cambio: la misión por la libertad.

Son Los doce del patíbulo, así se llamó por estas playas la peli dirigida por Robert Aldrich que formó parte, en 1967, de los homenajes al veinte aniversario del final de la Segunda Guerra. En inglés, el film fue The Dirty Dozen (Los doce sucios), un dato no menor.

Reunió en su elenco a figuras famosísimas de la época, del cine y la televisión, y a un par de grandes actores que le dieron lustre, como el gran John Cassavetes, que se alzó con el Oscar del año por su actuación. Después actuaban, entre otros, y anoten los memoriosos: Lee Marvin, Ernest Borgnine, George Kennedy, Robert Ryan, Charles Bronson, Telly Savalas, otro grande: Donald Sutherland y hasta Trini López, un cantante pop de la época que se la rebuscó bastante.

Los doce del patíbulo estaban, a su modo, más locos que una puerta giratoria. Pero se tomaron la misión muy en serio. La película, que fue un gran éxito y se añora, presentaba a lo marginal como redimible: el heroísmo no tiene prontuario, menos en la guerra. Cualquiera de aquellos tipos era un súper héroe más entrañable que los que Marvel se empeña hoy en sacudirnos, que también se agradece, pero bueno, no es lo mismo.

El dato curioso, y adiós al cine, es que la peli de Aldrich estaba basada en la novela de Erwin Nathanson The Filthy Thirteen (Los Trece Asquerosos), en una traducción literal del inglés. Y “Los Trece Asquerosos” existieron de verdad, actuaron detrás de las líneas alemanas desde el desembarco en Normandía en adelante, eran de verdad impresentables, no estaban como sus colegas de ficción destinados al patíbulo, pero pasaban buena parte de su vida militar en la cárcel porque ni reconocían autoridades, ni saludaban a sus superiores, ni vivían la disciplina de las barracas: se fugaban cuando querían, volvían cuando se les antojaba, por lo general borrachos y pendencieros.

Y lucían, todos, un corte de pelo indio mohawk: una crencha estrecha de pelo ralo en el centro de la cabeza, de la frente a la nuca, y el resto pelado a cero. También lucían pinturas guerreras indias que se aplicaban unos a otros en ceremonias medio rituales antes de encarar las misiones especiales que les pedían cumplir porque eran arriesgados, osados e infalibles. Incluso Quentin Tarantino tomó parte de la leyenda para su extraña Bastardos sin gloria.

“Los Trece Asquerosos” tuvieron un líder, James Elbert “Jake” McNiece, un irlandés por parte de padre y un indio de la etnia choctaw por parte de madre que lanzaba a sus hombres a la batalla con un grito de guerra de la etnia cherokee: “¡Currahee!”, que según los entendidos significa: “Nos bastamos solos”.

McNiece mismo era un personaje de película. Había nacido en Maysville, Oklahoma, el 24 de mayo de 1919; era el noveno de diez hijos de Eli Hugh y Rebecca Ring. Creció, petiso y delgado, pero muy duro, dándose golpes en el equipo de fútbol americano de la secundaria de Ponca City, adonde se había mudado la familia. Allí los arruinó el crack financiero de 1929 y la posterior gran depresión. McNiece dejó la escuela secundaria para ayudar a su familia, pero el entrenador del equipo, impresionado por la destreza del chico y por su juego rudo, lo devolvió a la Ponca High School y le consiguió un trabajo como bombero.

Fue allí que se despertó la vocación guerrera en McNiece: empezó a desarrollar cierta habilidad en el manejo de explosivos, usados por el cuerpo de bomberos para derrumbar edificios quemados, y en la estrategia indispensable para llevar adelante demoliciones, grandes o pequeñas, sin daños colaterales. A los veinte años y sobre el filo del inicio de la Segunda Guerra, empezó a trabajar en la construcción de carreteras y en el Pine Bluff Arsenal, donde aumentó su experiencia en el manejo de explosivos. Era un buen cazador, tenía una aguda visión periférica y era un peleador incorregible. Todo esto lo contó McNiece en sus muy leídas memorias The Filthy Thirteen: From the Dustbowl to Hitler’s Eagle’s Nest (Los Trece Asquerosos: desde Dustbowl al Nido del Águila de Hitler).

En esas memorias McNiece reveló que en 1942, a sus veintitrés años, la justicia de Oklahoma lo buscaba porque en una pelea de borrachos había dejado a uno de sus rivales al borde de la muerte. De manera que el 1 de septiembre se alistó en el ejército donde expuso sus destrezas con los explosivos: lo destinaron a la sección de sabotaje y demoliciones del entonces 506 Regimiento de Infantería de Paracaidistas, parte de la legendaria 101 Airborne, que sería vital en la liberación de Europa.

En el Reino Unido, la sección de McNiece, que ya era sargento, empezó a delinearse como “Los Trece Asquerosos”. No podían ser juzgados como los tipos más disciplinados del ejército aliado, habían decidido bañarse con muy poca frecuencia y dejar que la vida militar y los arduos entrenamientos obraran sobre sus uniformes, que tampoco lavaban; desaparecían de los cuarteles los fines de semana, bebían siempre y mucho, solían ser violentos, iban a parar a calabozos oscuros y solían quitarles por sus disparates las jinetas ganadas por sus méritos.

A la hora de la acción, recurrían siempre a ellos como recurre a sus criminales el mayor encarnado por Lee Marvin en Los Doce del Patíbulo. El grupo de demolición de McNiece invadió Normandía antes de la invasión de Normandía. Poco después de la medianoche del 6 de junio de 1944, cuando los barcos con las tropas aliadas empezaban a cruzar el Canal de la Mancha, los muchachos de McNiece se lanzaron en paracaídas detrás de las líneas alemanas para destruir sus líneas de suministro y las eventuales rutas de escape nazis. Era una misión suicida.

“Lo fue –reveló McNiece muchos años después– Perdí a la mayoría de mis hombres en las primeras dos horas”. Entre ellos estaba el jefe del grupo, teniente Charles Mellen. Así fue como McNiece quedó como jefe natural de “Los Trece Asquerosos”. Ya lucían el corte mohawk y las pinturas de guerra indias. “En Oklahoma llevábamos este peinado. Quien mata a otro recibe este corte como trofeo, según dice la costumbre india. La cabeza rapada es muy útil en la guerra: desalienta a los piojos y, en una lucha cuerpo a cuerpo no da ventajas al enemigo. En cuanto a las pinturas… Teníamos famas de paracaidistas locos y las pinturas nos hacían parecer un poco más locos todavía”, diría McNiece en la larga vida que tuvo luego de la guerra: vivió hasta los 93 años. “Creo que Dios no sabe si llevarme al paraíso o al infierno porque temía que pudiera armar alboroto en los dos sitios…”

Además de con su longevidad, ironizó en su vejez sobre la indisciplina de “Los Trece Asquerosos”, que con el tiempo fueron muchos más que trece. “Todo aquello que no tuviese que ver con matar alemanes, nos parecía irrelevante: el saludo a los superiores, las formalismos de los cuarteles... Pasábamos más tiempo en los calabozos que en las barracas, me degradaron y ascendieron tantas veces que ni siquiera sé bien qué grado militar tuve. Pero nos llamaban a la hora de combatir. Y lo hacíamos detrás de las líneas enemigas, siempre. Matábamos alemanes, eso hacíamos. Ni siquiera tomábamos prisioneros y rematábamos a los enemigos heridos. ¿Qué íbamos a hacer con ellos, heridos y prisioneros, detrás de sus propias líneas? La guerra es la guerra: un infierno. Y estás allí para matar enemigos”.

Probablemente para huir de una sanción disciplinaria, se unió con su grupo y como voluntarios a los llamados Pathfinders de la unidad, otro pelotón de riesgo que se lanzaba en paracaídas para señalar las zonas adecuadas donde debían ser lanzadas el resto de las tropas. Participó de la famosa Operación Market Garden, la mayor incursión aerotransportada aliada, unos cien mil soldados, destinada a capturar una serie de puentes sobre los principales ríos de los Países Bajos. Fue un fracaso, como quedó reflejado en otra gran película, Un puente demasiado lejos, dirigida por Richard Attenborough en 1977.

Con los Pathfinders participó en la batalla de las Ardenas y fue pieza clave en el suministro de material de combate a la asediada Bastogne. “La supervivencia de un paracaidista estaba calculada entonces en un salto y medio”, gustaba recordar McNiece cuando hablaban de sus cuatro saltos de combate detrás de las líneas enemigas. Terminó la guerra como primer sargento interino de la Compañía del Cuartel General, 506 Regimiento de Infantería de Paracaidistas de la 101 Compañía Aerotransportada. Fue dado de baja del ejército en febrero de 1946.

Por supuesto McNiece vio en su momento Los Doce del Patíbulo, y supo en quiénes se había inspirado el autor del libro, el guionista y los actores, aunque siempre aclaró que en el ejército nunca existió una unidad de convictos y que ellos, los trece asquerosos, no eran criminales. Se identificaba con el papel de Lee Marvin, el mayor que recluta a los condenados, y no con los condenados.

Para entonces, McNiece ya había regresado a Ponca City para trabajar, lo hizo durante los siguientes veintiocho años, en el servicio postal local. Su primera esposa, Rosita, murió en 1952 y McNiece se casó al año siguiente con Martha Beam Wonders, con quien tuvo tres hijos, dos varones y una mujer. La guerra pasó a ser un recuerdo, vivo en McNiece que solía ser una figura local en los aniversarios del desembarco en Normandía y en las celebraciones del Día V, pero no mucho más. McNiece vestía entonces su viejo uniforme, ahora impecable y él mismo limpio y afeitado.

Pero en 1997 el historiador Richard E. Killblane, también de Ponca City, recordó la historia oral de McNiece la de sus escapadas y sus misiones durante la guerra, y escribió The Filthy Thirteen, de igual nombre que la novela que en los años 60 había inspirado la filmación de Los Doce del Patíbulo. El libro se publicó en 2003 y convirtió a McNiece en una celebridad entre los fans de la Segunda Guerra y los admiradores de la 101 Airborne.

Empezó entonces una serie de charlas y conferencias por Estados Unidos y Europa, destinadas a revelar una parte todavía desconocida de la guerra, en especial a las nuevas generaciones, y también a entretener al público porque McNiece derrochaba el mismo buen humor y descaro de sus tiempos de soldado. En 2010 lanzaron un muñeco de plástico con su uniforme de combate, su perfil y si corte de pelo para recordar las hazañas de los trece Asquerosos. En 2012, Francia lo hizo Caballero de la Legión de Honor. La distinción engrosó el listado de condecoraciones del guerrero: dos Corazón Púrpura, que otorga el presidente de Estados Unidos, cuatro Estrellas de Bronce, la Medalla de la Campaña Americana, la Medalla de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial y, créase o no, una Medalla a la Buena Conducta.

McNiece fue miembro del Salón de la Fama Militar de Oklahoma y coronel honorario de la 95.a División de la Victoria. Recibió una maestría honoraria en Ciencias Militares de la Universidad de Cumberland en Lebanon, Tennessee, donde había participado en unas maniobras militares en 1943.

Por fin, parece que Dios decidió adónde iba a enviar a Jake McNiece, que murió en la casa de su hijo Hugh el 21 de enero de 2013. Fue el último sobreviviente de “Los Trece Asquerosos”.

(Infobae)

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