OPINIÓN
La anarquía e impotencia en que se debate hoy el Gobierno tienen dos causas: la pérdida de liderazgo de Cristina Kirchner y el agotamiento del 'modelo' populista. Lo primero es consecuencia de lo segundo
Por Sergio Crivelli
El origen de la anarquía. Para recuperar el poder Cristina Kirchner ensayó una fórmula inédita, el vicepresidencialismo, invirtiendo el esquema de la Constitución. La novedad le sirvió para controlar el Poder Ejecutivo combinando sus votos del conurbano con la candidatura a presidente de un candidato sin votos propios, pero con menor rechazo. El uso de un testaferro electoral no prometía nada bueno. Una idea relativamente parecida, "Cámpora al gobierno, Perón al poder'', había durado sólo un mes y medio en los '70.
A pesar de esa mala experiencia, la maniobra fue considerada `genial' por el coro estable del periodismo siempre oficialista, el criptokirchnerista, el bergoglista y otras especies afines. Los mismos que hoy descubren que la alquimia resulta `disfuncional' después de que el Presidente y la vice rompieron relaciones tras la primera derrota.
Pero el problema no es de martingalas electorales pasadas, sino de votos. Los que perdió la vice en su feudo, las zonas marginales del Gran Buenos Aires. No perdió la provincia por los votos macristas de Vicente López, sino por los propios que le faltaron en Varela, Casanova, Moreno y otros municipios donde los pobres son legión. Por eso su liderazgo quedó en entredicho, algo de lo que ya se dieron cuenta los intendentes del PJ acobardados durante años ante la penetración de la Cámpora.
Por su parte, Alberto Fernández no perdió nada, porque no tenía nada. Su pésima gestión evaporó los votos de su mandante que hoy le tiene una estima parecida a la que le tiene a Mauricio Macri.
El resultado de las PASO destruyó, además, algunos mitos. Por ejemplo, el que dice que el peronismo se nutre de la pobreza; que genera pobres dependientes de la dádiva para que lo voten con disciplina perfecta.
Macri dejó 14,5 millones de pobres que Alberto Fernández aumentó en varios millones. No fue magia, fue el desastre inflacionario inherente al modelo populista. El resultado de emitir sin freno para financiar paraísos artificiales que terminan en un infierno; el de consumir sin producir; el de creer que se puede vivir del Estado; el de perder 250 mil puestos de trabajo privados en 10 años mientras los políticos nombran 750 mil empleados públicos; el del revoleo de planes y subsidios; el de las jubilaciones sin aportes, etcétera. Eso es lo que fracasó y lo que enojó a los pobres. Por eso Alberto Fernández anda ahora humildemente tomando notas en un cuaderno de lo que dicen los vecinos, mientras antes les daba clases magistrales por TV con Power Point.
Pero el Presidente no es el único que anda perdido. También Kicillof y el camporismo. Sin embargo, el costo electoral más duro lo pagó la vice por hacer jugadas de cortísimo plazo y por falta de visión política. No imaginó nunca una rebelión de los pobres. No la creía posible y no la vio venir.
(LA PRENSA)
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