EXPERIENCIAS EN EL HOSPITAL

 CULTURA 

El cuento del domingo: "Hola corazón"


Por Walter R. Quinteros

Cuando ingresas al viejo hospital de los muchachos solos, las enfermeras te sientan en una silla de ruedas, después te pasan a una camilla y te empujan bajo los tubos de luz colgados en los pasillos.

En el viejo hospital de los muchachos solos, te dicen que te van a hacer unos estudios por esa dolencia en el pecho y te acuestan en otra camilla, y en otra, y en otra.

De la puerta para afuera, pibe, la vida sigue viviendo su vida. De la puerta para adentro, vos miras con asombro los monitores que marcan tus pulsaciones.

Allá, al fondo de la sala donde te pones a recordar tu dulce infancia, los integrantes del consejo de sabios de guardapolvo blanco, analizan tu futuro. Los tipos leen los metros de análisis estampados en el papel del electrocardiograma y observan con demasiado interés algunas placas.

En el viejo hospital de los muchachos solos, vos te ves niño corriendo por el patio de la casa de tus padres mientras la medicina te adormece silenciosamente.

A vos se te ocurre que sería lindo contarles un cuento a estos tipos vestidos de blanco. Un cuento que te contaron en Brasil que a ellos le contaron sus abuelos y que dice que una vez, los abuelos de sus abuelos una mañana caminaban por las blancas arenas de las playas y que creyeron reconocer en un tronco que trajo el mar, al árbol que estaba en la casa de un tío llamado Mambuty que quedó en el África y que seguramente África estaba cerca, y que si hacían algo para otear el horizonte, podrían ver al tío Mambuty juntando los animales en el corral.

Pero vos no podés mostrarles cómo saltaban los abuelos de sus abuelos para ver más allá del horizonte entonces tenés que seguir diciéndoles que, por más esfuerzos que hacían los abuelos de los abuelos de mis amigos, no podían ver nada más que olas y olas en el mar, y entonces les dices que te contaron que fue a Bwany al que se le ocurrió esa idea loca de hacer una pirámide humana donde los más grandes y fuertes quedaban abajo y el más chiquito de todos sería el último en trepar y subir y tener el privilegio de ver al tío Mambuty juntando los animales en el corral, él solito.

El método empleado por ellos fue el siguiente —les cuentas—, ellos hicieron una larga fila entre hombres y mujeres para comparar el peso y la altura y así llegaron a la conclusión, luego de largas y cansadoras prácticas que el privilegiado para llegar a lo más alto sería el pequeño preto Alcy filho.

Por eso —los entusiasmas—, fue que ellos esperaron un día de cielo claro y sin nubes para hacer la pirámide humana y que todos fueron trepando, uno encima de otro y que al llegar la noche, le tocó el turno al pequeño preto Alcy filho y que entre todos lo fueron subiendo y que Alcy filho dijo que no podía ver nada porque ya era de noche y que seguramente si podía ver hasta Africa, el tío Mambuty ya estaría durmiendo en su choza.

Pero aconteció algo inesperado —les dices y pones cara de afligido en esta parte de tu relato—. Dicen que los abuelos de sus abuelos, aquellos hombres y mujeres que estaban soportando el peso abajo, sintieron el cansancio y sus piernas flaquearon y empezaron a caer y que la pirámide humana se desmoronó y que quedaron todos tendidos en la blanca arena de la playa mirando hacia el cielo y así fue que vieron al pequeño preto Alcy filho, colgado de los brazos de la Luna de octubre.

Te despiertas por que te suben a otra camilla y entonces cuentas los tubos colgados del techo de los pasillos que son dieciséis mientras te llevan de una sala a otra y el numerólogo que llevas adentro te dice que dieciséis en quiniela es el anillo y que tu mami se fue un día dieciséis y que tu papi se fue un día dieciséis y a vos te metieron en UTI un día dieciséis. 

Dieciseís, el anillo pibe, jugalo si salís de esta.

Y el consejo de sabios de blancos guardapolvos te inyecta algo para relajarte. Después te pasan desde la ingle una sonda delgada para examinarte las arterias a través de un monitor donde se ve algo así como una pelota de trapo que late como un tambor de guerra y resiste los golpes de tu vida, y vos simplemente sonríes, y le dices: hola corazón...

(© Walter R. Quinteros / diceelwalter.blogspot.com / La Gaceta Liberal / Dibujo: Ángel Boligán)


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