EL CLÁSICO BURRO PERONISTA

OPINIÓN

Roberto Feletti, en la secretaría de comercio, lo primero que ha hecho es, como era de esperarse, una burrada, que es, justamente, lo que hacen los burros, los ignorantes

Por Carlos Mira

Roberto Feletti siempre fue uno de los fascistas más jurásicos del peronismo. Ya lo era bajo la anterior administración kirchnerista, en los múltiples puestos en los que se desempeñó.

Altanero y soberbio como pocos, desagradable en su trato y en sus maneras, hace gala, impunemente, de una ignorancia llamativa y alarmante, especialmente cuando se habla de temas económicos que, son, casualmente para aquellos que más es convocado.

Es como si hubiera descubierto la manera de hacerle creer a la gente que domina los secretos de un campo en el que es, justamente, un ignorante supremo.

Pero también ha dejado claro, en más de una oportunidad, el fascismo en el que seguramente fue educado bajo la ignominiosa batuta peronista.

Meses antes de las elecciones de 2011, este impresentable le dio un reportaje al diario Página 12 en el que, sin que se le mueva un pelo, decía que el gobierno debía ir por el poder absoluto, sin reconocimiento a ningún balance institucional, para terminar de imponer una agenda cultural populista sin límite alguno.

Ahora en la secretaría de comercio, lo primero que ha hecho es, como era de esperarse, una burrada, que es, justamente, lo que hacen los burros, los ignorantes, aquellos que ni siquiera tienen la perspicacia de sacar conclusiones de los antecedentes, ya sea de la propia Argentina o de otras experiencias extranjeras.

Decretó un congelamiento de precios para más de 1200 productos y amenazó con aplicar la ley de abastecimiento de José Ber Gelbard de 1974. Quizás sea la premonición autocumplida: el antecedente de lo que muchos economistas racionales anticipan: un formidable “rodrigazo”.

Pero Feletti va, alegre por la vida, diciendo que va “a trabajar por un trimestre de consumo y alegría”, siguiendo la misma línea festiva del dictador Nicolás Maduro que, este año, decretó en octubre pasado el comienzo de la Navidad en Venezuela, como si la sola declaración de la felicidad fuera suficiente para alcanzarla.

Lo más amable que se puede decir hacia él es que Feletti es un burro, o un ciego, o un iletrado.

El mundo conoció el primer intento de establecer un sistema de precios máximos con el emperador Diocleciano en Roma, en el año 301.

El Edicto sobre Precios Máximos, también conocido como el Edicto sobre Precios o el Edicto de Diocleciano, fue una norma promulgada por el emperador que fijaba los precios máximos para más de 1300 productos, además de establecer el costo de la mano de obra para producirlos.

Durante la crisis del siglo III, la moneda romana se había devaluado enormemente debido a que los numerosos emperadores habían ido acuñando sus propias monedas mediante el sistema de devaluar su valor metálico con la finalidad de obtener más efectivo con el que pagar a los soldados y funcionarios. Es decir la historia de siempre: emitir (en aquel momento “acuñar”) dinero sin respaldo.

El edicto de Diocleciano la emprendía contra los especuladores, a los que culpaba de la inflación y a quienes comparaba con los bárbaros que amenazaban el Imperio. Se prohibió que los mercaderes llevasen sus productos a otros mercados en los que pudieran vender a precios más altos, y el coste del transporte no podría utilizarse como excusa para incrementar el precio final de los bienes.

El Edicto no consiguió su objetivo de detener la inflación, puesto que la producción en masa de dinero de bajo valor metálico continuó devaluando la moneda e incrementando los precios, haciendo que los precios máximos del Edicto resultasen demasiado bajos. Los comerciantes optaron, o bien por dejar de comercializar algunos bienes, venderlos ilegalmente, o utilizar el trueque. El Edicto, por lo tanto, alteró el flujo normal del intercambio de bienes y servicios y tuvo un espantoso resultado a nivel comercial y económico. En ocasiones incluso ciudades enteras se vieron literalmente prohibidas de comerciar. Además, y debido a que el Edicto también fijaba los salarios, muchos de los que tenían salarios fijos, y en especial los soldados, se encontraron con que su dinero cada vez tenía menor poder adquisitivo dado que los precios artificiales no reflejaban los costes reales. Algunos autores, como Edward Gibbon, identifican al Edicto como una de las causas económicas de la caída del Imperio Romano de Occidente.

La Argentina experimentó con esta estupidez con el peronismo del General, que prometió “hacer cumplir los precios máximos aunque tuviera que salir a colgarlos a todos”, haciendo gala de su proverbial inclinación por la paz. Pero que, más allá de su camorra mafiosa, fracasó estrepitosamente, como en general fracasan los productos de los ignorantes.

No conforme con esos antecedentes, el peronismo -un movimiento cuya principal característica es, justamente, su ignorancia- volvió a intentarlo en 1973, en 1989 y en 2011, todos con el mismo resultado: el fracaso.

Los precios aumentan porque son, ahora y en la época de Diocleciano también, directamente proporcionales a la cantidad de circulante. Y el único con capacidad legal para crear circulante es el Estado… Sí, sí, el mismo Estado al que pertenece y al que defiende Feletti.

Este gobierno triplicó el circulante en menos de un año, pulverizando el valor adquisitivo del peso. Porque lo que probablemente Feletti también ignore es que la inflación no es el aumento de los precios sino la pérdida de poder de compra de la moneda que utilizamos como medio de intercambio: como hay más cantidad de circulante y la producción de bienes y servicios está estancada, se necesitan más unidades del medio de intercambio para adquirir la misma cantidad de bienes. Es tan simple como eso, casi una regla de tres simple.

Pero Feletti, que adscribe, a la idea de que un conjunto de iluminados, desde una oficina (porque creen que tienen poder, pueden diseñar las vidas y las voluntades de millones -incluso, si fuera necesario, con el ejercicio de la fuerza bruta y la amenaza-) insiste en que impondrá sus listados de precios a los sablazos.

Yo simplemente me pregunto: ¿si ese esquema fuera cierto y funcionara, por qué establecer estos precios y no otros que fueran, por ejemplo, un 50% más bajos aún? ¿O quizás disponer, incluso, que las cosas sean gratis?

Si un Führer desde un escritorio puede decir cuánto vale mi producto, ¿por qué no decretar que no vale nada?

Lamentablemente el paso de Feletti por la Secretaría de Comercio será en su palmarés personal otro ítem de fracaso. Y para la Argentina la previa de una fenomenal explosión de consecuencias imprevisibles.



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