EL ARTE DE AMAR

HISTORIAS / CULTURA

Safo: El triste e injusto destino de la poeta griega

Por Alfredo Serra

Safo de Lesbos (o Safo de Mitilene) nació, vivió, amó y murió entre los siglos VII y VI antes de Cristo. Fecha incierta.

Pero se sabe que su corazón se apagó hacia sus 70 años, no por suicidio, arrojándose al mar desde la roca Léucade: según la leyenda, el modo y lugar elegido por los enamorados y su desdicha. El mal de amores, en fin. En su caso, en duelo por la muerte del marino Faón…

El autor de ese bello equívoco fue el poeta latino Ovidio (Publio Ovidio Nasón, 43 a. de C–17 d. de C), que en su famoso tratado El arte de amar aconsejaba a los galanes cortarse los pelos de las orejas y la nariz antes de un encuentro amoroso…, y que convirtió a Safo, mujer de carne y hueso, en un personaje de ficción.

Más allá de la nebulosa que la cubre, se sabe que nació en la aldea de Eresos, isla de Lesbos, y que escribió sus poemas y compuso la música que los acompañaba al leerlos en voz alta en su escuela de Mitilene, la capital.

En general, sus biógrafos, que inevitablemente avanzan a tientas, la instalan en la clase alta y opulenta, pero algunos apuntan que "era hija de una familia rica venida a menos". No aparece su madre excepto por su nombre: Kleis. Pero sí su padre: Skamandar, comerciante, rubro vinos, y también una vaga cita acerca de sus tres hermanos menores. Padre que muere en una batalla de la guerra entre Lesbos y Atenas por la posesión de la colonia Sigui, clave para el comercio griego por su ubicación, e hija que empuña el timón del negocio y, al parecer, lo lleva al tope de las ventas. Porque no sólo de poemas y danzas vivió la mujer que inspiró la palabra lesbianismo…

Entre embarques y desembarques de toneles de vino y composiciones en honor a Afrodita, diosa del amor y de la belleza, se alistó en la fracasada conspiración para matar al tirano Pitaco, amo de la isla… que le perdonó la vida pero la condenó al exilio en Siracusa, costa sudeste de Sicilia.

Largo destierro: seis años. Pero con amores. Entre ellos, el del mercader Kerkilos, que la doblaba –o tripliacaba– en edad y fue padre de la única hija de Safo: Kleis. El mismo nombre de su madre. Y que al morir, muy poco después del enlace, le dejó una enorme fortuna en tetradracmas, las refinadas monedas de ese lugar y ese momento del siglo.

Fue allí, en Siracusa, donde Safo se nutrió de otras culturas –contacto obligado por el constante tráfico marítimo–, y donde por fin fue perdonada por el tirano Pitaco: el puente para regresar a Lesbos y a Mitilene. Y allí empieza lo más florido de su vida…

Funda una academia (Casa de las servidoras de las musas) para enseñar literatura, canto y danza a chicas jóvenes. En este punto, el morbo, muchos siglos después, imagina una perpetua orgía lésbica…: un fuego que en el 1073 aviva el papa Gregorio VII, ordenando arrojar a las llamas todos los manuscritos con los poemas sáficos que se encuentren, "por inmorales y pecaminosos". Fue el tiro de gracia. De los nueve libros de poemas que escribió, sólo se salvaron unos pocos. Y completo, únicamente su Oda a Afrodita.

Recordemos…
¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina, Hija de Zeus, inmortal, dolosa: No me acongojes con pesar y sexo Ruégote, Cipria! Antes acude como en otros días, Mi voz oyendo y mi encendido ruego; Por mí dejaste la del padre Zeus Alta morada. El áureo carro que veloces llevan Lindos gorriones, sacudiendo el ala, Al negro suelo, desde el éter puro Raudo bajaba. Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante Te sonreías: ¿Para qué me llamas? ¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces ahora? –me preguntabas– ¿Arde de nuevo el corazón inquieto? ¿A quién pretendes enredar en suave Lazo de amores? ¿Quién tu red evita, Mísera Safo? Que si te huye, tornará a tus brazos, Y más propicio ofreceráte dones, Y cuando esquives el ardiente beso, Querrá besarte. Etcétera. Es fácil encontrar el resto en los aluvionales sitios de información.
Está escrito en estrofa sáfica: su propio ritmo. Tres endecasílabos y un pentasílabo.
Pero vamos al punto–morbo. Sin careta…

Ayer y hoy, en tiempos modernos, nadie suele nombrar a Safo por el valor de sus poemas, que claramente influyeron en Horacio, Ovidio, Catulo y otros poetas latinos. Si se la nombra, es por su condición de lesbiana.

Y entonces la imaginación–morbo retrocede dos mil quinientos años e imagina la academia de Safo, no como un templo donde se cultivaban las artes: como un revolcadero de damitas desnudas y entregadas al frenesí sexual… pasando primero por el lecho de Safo, su maestra.

Pues bien: mala noticia para esos buceadores. Es cierto que ella amó con ardor a algunas discípulas, pero también que las preparaba para un futuro casamiento heterosexual como reinas de su casa que sabían recitar, bailar, tocar instrumentos, y decorarla con coronas de flores… Además, Safo tuvo amantes entre ellas, pero también entre ellos. En especial el poeta Alceo, su pareja durante largo tiempo.

Innegable: en sus poemas exaltó sin mordaza su amor por las mujeres y confesó su dolor, su desesperación, cuando alguna la abandonó. El caso más rotundo fue su amor por la muy joven y muy bella Atthi, y su lamento ante el adiós:
Atthi no ha regresado. 
En verdad, me gustaría estar muerta. 
Al abandonarme, ella lloraba. 
Lloraba y me decía: 
"¡Ah, Safo! Mi dolor es inmenso. 
Me voy a pesar de ti…" 
Y yo le respondía: 
"Ve, feliz, recuérdame. 
¡Ah! ¡Tú sabes bien cuánto te quiero!"

Y no fue menos lanzada, menos sanguínea, ante el rechazo de una mujer:
Morirás, y de ti no quedará memoria, 
Y jamás nadie sentirá deseo de ti. 
Porque no participarás de las rosas de Pieria; 
Oscura es la morada de Hades, 
Vagarás revoloteando entre innobles muertos.

Jamás pisó Atenas. Porque sus gloriosos mármoles, su democracia, su brillante gobierno de Pericles, a diferencia del resto de Grecia, tenían a la mujer –salvo a la que vendía su cuerpo– como lo más parecido a la nada. Prisioneras de su casa, ignorantes, sólo útiles para criar hijos y ejercer "sus labores": cocinar y fregar…

Atenas la grande, Atenas la sexista. El lugar en el que Safo–poemas fue ignorada, y llamada también meretriz. Puta…

En realidad, no sólo el papa Gregorio VII echó espuma por la boca ante tan atroz pecadora y mandó quemar su obra. Sus diez volúmenes (nueve de versos líricos y uno de versos elegíacos) sufrieron, hasta las llamas finales, el lento goteo de la erosión medieval. Y más adelante, lo poco rescatado –la Oda a Afrodita y otros poemas– sufrió las dentelladas del paso del tiempo, las malas traducciones, y la casi sistemática censura. Porque si bien es cierto que el bisexualismo fue algo común en las antiguas Grecia y Roma, nadie recuerda los amores de Platón y otros filósofos con bellos mancebos, ni el dicho popular definía al gran Julio César como "el amante de todas las romanas… y de todos los romanos".

En cambio, Safo será siempre, casi urbi et orbi, nada más que una griega que se acostaba con mujeres.

(Infobae / Imagen: Safo y Erina de Simeon Solomon)

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