EDITORIAL
El intendente debe haber anotado que esas sobreactuaciones que hacía durante la pandemia, terminaron desnudando algo parecido a la corrupción
Estamos caminando como ciudadanos, por la delgada línea que separa el éxito del fracaso, y también estamos caminando por aquella delgada línea que separa la lealtad partidaria, al reconocimiento de un fracaso rimbombante de este gobierno.
Tenemos ocasiones donde nos sentimos jueces y, a pesar de los dictados del corazón, ejercemos nuestro derecho de votar con la razón.
Entonces como los jueces, cambiamos la suerte. Miramos o dejamos de ver ciertas virtudes para concentrarnos en los defectos que justifiquen nuestra medida.
Claudio Farías, el intendente que hemos elegido hace unos años atrás, era festejado más que nada por la juventud que lideraba, simplemente con su carisma, por ser pejotista, aunque con cero ideas, cero pensamiento en crear una ciudad próspera, él encaraba una forma libertina y "díscola" —como supo llamarlo el gobernador—, de conducir la ciudad.
Así, recordemos que mandó al freezer de la Justicia, la Carta Orgánica que él mismo juró. Así, después de "recibir una municipalidad saneada", mandó al Concejo Deli (be) rante la primera de sus "Emergencias".
Pero para sus incondicionales seguidores, especialmente los aprendices al juego de la política, estaba bien que nuestro intendente podía hacer karaokes, bailar a altas horas, pararse como un sheriff en la ruta, hacer y deshacer a su antojo, no brindar explicaciones, no presentar balances, no recibir a la prensa preguntona, menospreciar concejos, coquetear chicas, hacer de seductor implacable, comer asados a altas horas y, quién sabe sobre que destino le daba al uso de los aportes venideros a las arcas municipales y dónde éstos fueron a parar.
Pero eso es un capítulo aparte dónde, como todo en este mundo, no nos vamos sin rendir cuentas. Lo amonestamos por que nunca se dignó a pedirnos disculpas.
Tuvimos entonces la valiosa oportunidad, en la ocasión que se nos presentó para efectuarle un tirón de orejas, apenas mínimo, y se lo hemos dado el 12 de septiembre pero que, si él ha leído bien el mensaje creo, debe haber anotado que esas sobreactuaciones que hacía durante la pandemia, terminaron desnudando algo parecido a la corrupción. Algo parecido a su desmanejo de la obra pública, al decaimiento general de la ciudad. A su mal desempeño como intendente.
Todas esas falsas actuaciones que parecían darle brillo al principio de su desabrida gestión, pasaron a ser considerados como las muecas sin gracia de un payaso abatido. Ya sea por el basural, por no tener idea de qué hizo con el parque automotor, por no explicar dónde se fueron las máquinas que desfilaban en la gestión de Mario Blanco, dónde se perdieron. Ni debe saber, apuesto, los números de la planta permanente municipal.
Claudio Farías se encuentra perdido en el laberinto que él mismo diseñó.
Esto es tan viejo como la historia de la humanidad: el éxito del comienzo y acompañando luego por el slogan del gobernador "Yo lo voto a Juan", le dieron un baño en mieles ajenas.
Pero ahora, el fracaso se le ha instalado, tanto en las encuestas como en la acumulación de causas en la Justicia que forman sobre su cabeza, una gran nube de moscas negras.
Juan lo puso en una lista como tercer diputado suplente. Un merecido castigo por haber coqueteado con Caserio y Gill, los ilustres enemigos de Juan Schiaretti.
Simplemente el juego funciona así.
Pero pese a todo, pese a que muchas voluntades parecieron despertar y castigarlo, él, como intendente seguramente utilizará el poder que le brinda el manejo de la administración, para tratar de controlar las conductas electorales de esta ciudad, para manipular la opinión pública, para exaltar aciertos y tapar errores, para presionar a la tibia justicia, a los organismos de control y, a algunos medios alegres por las pautas publicitarias.
Aunque tenga que recurrir a esos respiradores artificiales, como es el manejo del dinero que no se pone en balances, manejo de dinero que la sociedad desconoce, buscará siempre manifestar su capacidad de sorprender. Mire sino, ese inexplicable préstamo solicitado al banco de Córdoba.
Seguramente, las obras fallidas estarán finalizadas minutos antes de la elección del 14 de noviembre y él paseará su figura cantando karaoke por las calles de la ciudad en la camioneta con la carrocería destruída clamando que todos voten a "Ellas".
Claudio Farías se encuentra perdido en el laberinto que él mismo diseñó.
Pero si en Cruz del Eje, "Ellas" vuelven a perder, seguramente la carroza del intendente se convertirá en una horrible calabaza. Me encantan los finales felices.
La campaña
La campaña electoral en Cruz del Eje, parece que no ha despertado. Nadie, ni oficialistas ni opositores parecen haber encontrado el punto donde se encuentra la franja social a la que se necesita conquistar. Al contrario, y como siempre, si se nota el afán de responsabilizar de todos los males a los otros y de practicar la gran "Testigos de Jehová", casa por casa, timbre por timbre. Fuera de todo manual.
La oposición
La oposición cree que la tiene mucho más fácil. Lo suyo se reduce a mantener las mismas recetas —que buenas o malas le dieron un resultado impensadamente generoso— y a mirar con cuidado que no le cascoteen el rancho de las urnas.
Si las cosas no cambian demasiado y se respeta alguna vieja tradición, no sólo ganarían los comicios sino que también desbancarían a este pobrísimo justicialismo encabezado por Farías. Los radicales y sus aliados, quedarían entonados para el regreso al poder en 2023.
Nosotros
Creo que no es osado decirles que muy pocas veces en nuestras vidas, hemos votado convencidos de votar los mejores. Lo más común siempre ha sido decir que hemos elegido el mal menor. Que hemos castigado, rechazado, advertido, y que le pusimos límites a los peores.
Me encantan los finales felices.
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