EDITORIAL
La ovejas que ingresan al corral del fanatismo
Por Walter R. Quinteros
Amén (en hebreo: אמן, amen) es una palabra de origen hebreo que suele traducirse como «así sea», con un sentido aprobatorio, o «así es», como símbolo de reafirmación (por ejemplo, de la fe).
Empleada en el judaísmo, posteriormente también fue adoptada por el cristianismo. El término amén fue utilizado de dos maneras distintas en la adoración colectiva del antiguo Israel. En primer lugar, sirvió como una respuesta a la alabanza dada a Dios y, en segundo lugar, como una respuesta a la oración. Esos mismos usos del término siguen vigentes entre los cristianos de hoy.
El término en sí mismo tiene su origen en una palabra semítica que significa “verdad”, y al decir “amén”, uno está reconociendo que la palabra que se ha escuchado es válida, es decir, segura y digna de ser cumplida, sea una palabra de alabanza, una palabra de oración, o la exhortación en un sermón.
Incluso en la antigüedad, la palabra amén se utilizó con el fin de expresar el compromiso a cumplir con un voto. Por lo tanto, esta pequeña palabra se centra en la idea de la verdad de Dios.
Pero voy a dejar aquí esta explicación del significado de la palabra Amén. Ya está entendida.
Cuando nosotros creemos que, estamos todos de acuerdo en construir algo, llámese: Sociedad, Grupo, Club, Entidad, o lo que fuese donde, por mantener una idea original nos mantenemos unidos y cerramos filas tras ese acuerdo, bastaría un apretón de manos, un abrazo, levantar la mano, firmar un documento, aceptar las reglas, aceptar las normas, las condiciones establecidas, o decir simplemente Amén.
Pero somos argentinos. Y parece que a algunos argentinos les hace bien romper las reglas, destruir las normas establecidas, crear desánimos y espantos, contrabandear (Ir en contra de los bandos). Estacionamos en lugares reservados y/o prohibidos, escupimos la mano del que nos da de comer, destruimos el plato donde todos comemos y, votamos.
¡Zás! Votamos para que se cumplan y hagan cumplir esas Reglas, esas Normas establecidas, esa Constitución.
Pero vemos azorados, turbados, aturdidos, confundidos, desorientados, ofuscados, apabullados, pasmados, alterados, ruborizados, aturullados, atolondrados, sobresaltados, acobardados, y siguiendo con la lista de sinónimos, nos encontramos que aplaudimos a aquellos que ungidos por el voto, son los primeros en desconocerlas, creyéndose omnipotentes.
Y hasta hacen apología del delito.
Incitando a la vez, a que se sumen a quienes les encanta vivir en la contravención. Esgrimiendo pálidas respuestas basadas en el fanatismo. Poniéndose en un estelar papel de víctima. Y eso se llama delinquir.
Hay, por cierto. Personas respetables que cuando dicen Amén, va con ellos, la mejor de la buena voluntad, que ponen su empeño en la tarea asignada y en favor de la causa, sin robar espacios, sin contravenciones, respetando la Normas establecidas.
Hay, por cierto, abogados para las otras, que esgrimen libretos payasescos, o que ensucian falsedades para entorpecer una acusación hacia la torpeza, equivocación, yerro, intencionada o no. Esas personas me dan lástima.
Nuestros grandes pecados capitales son: La forma de hacer política y el fanatismo.
Algunos pierden el orgullo y hasta la dignidad. Defienden lo indefendible con un sarcasmo que dan ganas de vomitar.
Crean héroes de burdos asesinos. Adulan a la mentira. Justifican a simples rateros o a acaudalados millonarios que no pueden justificar tamaños ingresos, por tener el mismo pensamiento, la misma ideología.
Hay y habrá, porque se que es así, quienes justifiquen a este político llamado Aníbal Fernández y a su entorno, en sus contínuos ataques mafiosos a compañeros periodistas y comunicadores.
Las ovejas que entraron a ése corral, al del fanatismo, al de la prepotencia barata, me dan lástima.
Que los hombres de bien nunca entremos a ese corral, amén.
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