LOS MUCHACHOS DE ANTES

OPINIÓN

Cristina apela a la memoria y al reparto de dinero para revertir el resultado electoral, un primer paso pero tal vez no el último

Por Santiago González

Al analizar el nuevo gabinete anunciado por el presidente Alberto Fernández lo importante no son los antecedentes, perfiles u orientaciones de sus integrantes sino sus nombres. Juan Manzur, Aníbal Fernández, Julián Domínguez, Daniel Filmus son todas figuras que ya han pasado por la función ministerial, y que el kirchnerismo cree asociados en la memoria de su electorado a los momentos imaginariamente más felices de su gestión. Son los muchachos de antes, y más que sus cualidades ejecutivas, lo que las designaciones esperan de ellos es su capacidad de suscitar recuerdos y atraer votos de los seguidores desencantados que en las elecciones de una semana atrás huyeron en todas direcciones. Es novedoso el aterrizaje en educación del ignoto Jaime Perczik y con pronóstico reservado la transferencia de Santiago Cafiero a la cancillería, una escala de cortesía en el trámite de su eyección. Sería fácil deducir que ni la educación ni la política exterior cuentan para el kirchnerismo, pero en realidad todo el elenco huele a transitoriedad, a revisión después de noviembre.

En la primera nota escrita tras el impactante resultado de las elecciones primarias sugerí que si el kirchnerismo pretendía moderar en las elecciones generales la derrota sufrida, que amenaza su poder en ambas cámaras legislativas, y hacer frente a los dos difíciles años que le quedan de mandato, Cristina Kirchner debía cargarse al hombro las funciones ejecutivas del gobierno que tiene su sello. A lo largo de la semana que termina, la vicepresidente comenzó a avanzar en esa dirección, empezando por lo más urgente y preservando al mismo tiempo su figura. En el empeño tropezó con ciertos rasgos de la personalidad de su elegido para la primera magistratura, y entre ambos protagonizaron un entremés o un acting sado-masoquista que nada tuvo de conflicto político -porque políticamente Alberto no representa nada- pero hizo las delicias de comediógrafos y psicoanalistas, y permitió a sus protagonistas soltar las emociones acumuladas tras la imprevista derrota.

Alberto comenzó por desentenderse del resultado adverso en las primarias del domingo, y el lunes llegó lo más campante a la Rosada oliendo a loción para después de afeitar y de la mano de Fabiola. A Cristina no le cayó muy bien, pero igual lo llamó y le dijo que tal vez era el momento de hacer algunos cambios en el gabinete, al tiempo que por otras vías hacía saber quiénes eran los que a su juicio debían irse. Alberto se hizo el sonso, sabiendo que la estaba provocando. Cristina promovió entonces la renuncia mediática de algunos ministros, secretarios y funcionarios que le responden en el ejecutivo. Alberto insistió en que iba a hacer las cosas a su modo, que para eso lo habían elegido, al tiempo que confiaba a un periodista: “Ella me conoce, sabe que por las buenas a mí me sacan cualquier cosa. Con presiones no me van a obligar”. Cristina entendió el mensaje, y con una carta fulminante le propinó a su partner los azotes deseados. Por primera vez desde la derrota del domingo, el presidente y su vice experimentaron la satisfacción del alivio. Extático, Alberto cedió en todo, sacrificando incluso a su mano derecha y confidente Juan Pablo Biondi.

Para disimular su propia inacción o incompetencia, Alberto “se hacía el títere”, para usar la feliz expresión acuñada por el periodista Carlos Pagni. Cristina se lo había reprochado varias veces, y estaba convencida -lo dice en su carta- de que Biondi era el encargado de promover en la opinión pública la idea de que ella manejaba a su elegido como una marioneta, y en definitiva era la culpable de sus errores. Por eso lo castigó personalmente, y precipitó su alejamiento. En todo este trámite, sin embargo, no pudo evitar darle la razón y dejar en evidencia quién maneja los hilos del gobierno: Alberto no se hace el títere, es un títere. Un éxito póstumo de Biondi. O de Alberto. O de la propia Cristina, quién sabe.

Con el cambio de gabinete, con el retorno de la vieja guardia a la cartelera, Cristina dio el paso sobre el ejecutivo que consideraba necesario para afrontar las elecciones de noviembre. Cualquiera sea el resultado, al oficialismo le quedan por delante dos difíciles años, durante los cuales deberá lidiar con el acuerdo con el fondo, la inflación, el estancamiento económico, la pobreza y la inseguridad. Y con las causas judiciales pendientes que estrechan su cerco en torno de la vicepresidente y su familia. Tal vez la dimensión de esos problemas haga necesario un segundo paso, más audaz. Pero ésa es otra historia. Para desarrollarse probablemente en el verano, que es, históricamente, el momento en que ocurren las grandes conmociones.

(LA PRENSA)

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