IMPERIO DE IDIOTAS

OPINIÓN
Estos idiotas pretendieron construir una sociedad nueva edificada bajo el principio de que los individuos deben pensar en los demás antes que en sí mismos

Por Carlos Mira

Los terribles desatinos en que ha caído la Argentina en las últimas décadas pueden haberse debido, después de todo, al diseño que propuso un conjunto de idiotas.

Esa idiotez embrionaria puede haberse disfrazado de dogma, de revolución iluminada, de soberbia guerrillera o de romántica sensiblería, pero lo que hubo en el fondo fue una formidable ignorancia sobre las más estomacales reacciones humanas: fue una rebelión estúpida que supuso posible reemplazar la naturaleza del hombre por un conjunto de sablazos a los que se pretendía imponer mediante el ejercicio coercitivo de la fuerza estatal.

Estos idiotas pretendieron construir una sociedad nueva edificada bajo el principio de que los individuos deben pensar en los demás antes que en sí mismos.

Cómo quizás presumían de la insanable contra-naturalidad de semejante cimiento, decidieron echar mano de la fuerza estatal para imponer ese Nuevo Orden.

Así, construyeron una verdadera metralleta de disposiciones para implementar diferentes tipos de castigos a quienes pretendieran evadir el principio altruista de organización social.

Ese orden reemplazó al original de la Constitución que, por supuesto, estaba basado en el principio contrario: en el de que cada ser humano es único e irrepetible y que está dotado por la Naturaleza del derecho inalienable de buscar su felicidad como más le plazca.

La idiotez consistió en creer que los individuos iban a aceptar mansamente semejante organización contranatura.

Al poco tiempo de echar a andar el nuevo régimen, todo comenzó a trabarse. La naturalidad prevista por la Constitución se engranó, víctima de semejante ataque.

El andamiaje legal del Nuevo Orden era sistemáticamente violado por el imperio de la naturaleza humana.

Con el correr de las décadas arribamos a la situación actual en donde más de medio país vive en la informalidad, fuera de todo orden, en la selva, donde no rige ninguna ley.

Tremenda paradoja la de los idiotas: creyeron construir una armadura para que cada movimiento estuviera regimentado y dirigido hacia una solidaridad impuesta desde la cumbre y lo que consiguieron fue una salvajada en donde todos están casi obligados a salvarse como puedan.

Eso es lo que le pasa a un país gobernado por idiotas; teñidos de revolucionarios, de “igualadores”, de románticos marxistas o de fachos asesinos que matan por una causa noble, pero, en el fondo, idiotas, burros, alienados, gente que esconde detrás de la “revolución” una profunda ignorancia.

Lo cierto es que la naturaleza humana nunca cambiará y no dejará traicionarse por un conjunto de imbeciles que se creen iluminados.

El principio del interés propio bien entendido -como magistralmente lo definiera Tocqueville- nunca dejará de ser el gran ordenador de la acción humana.

Cualquier ser humano lo suficientemente humilde como para rendirse frente al orden corriente de las cosas, aunque no fuera una lumbrera extraordinaria, habría hecho de la Argentina una potencia.

Pero la sociedad fue lo suficientemente estúpida como para creer que una banda de ignorantes había descubierto la fórmula para transformar a los hombres en algo que no son y, con eso, hacer que todo el mundo viviera en una igualdad utópica.

Pero lo cierto es que los seres humanos piensan primero en ellos. ¡Oh, descubrimiento!

Supongamos que eso sea un vicio, no una virtud. Supongamos que somos todos una manga de mal nacidos por estar estructurados para pensar así. Pero que no lo podemos cambiar, porque la evidencia empírica lo demuestra.

¿Qué se supone que es lo inteligente si de todas maneras quiero obtener lo mejor para el conjunto?

Ilustremos la respuesta con dos modelos reales: el de los idiotas y el de los inteligentes; el de la Argentina y el de los EEUU.

Los idiotas, como dijimos, supusieron que era efectivamente posible construir un régimen coercitivo, aplicado por la fuerza, basado en la persecución y en el castigo, según el cual quien pensara en sí mismo antes que en los demás sufriría severas sanciones.

Pruebas al canto, hoy podemos ver en qué ha terminado semejante soberbia: un país sumido en la pobreza, donde el 70% de sus jóvenes son pobres sin futuro, con una creciente población que vive en villas miseria y que debe acostumbrarse a comer “la porquería que les da el Estado”, según declaró para la posteridad la “profesora” Radetich.

Los inteligentes (aunque yo reemplazaría esa categoría por la de “humildes aceptantes de la naturaleza humana”) organizaron un esquema social según el cual, aceptada que está la idea de que los seres humanos piensan primero en ellos, el hombre al buscar su propio beneficio genera un beneficio adicional cuyo destinatario es necesariamente el prójimo.

Por esa vía indirecta -y, de nuevo, pruebas al canto- los EEUU lograron construir una sociedad, rica, innovadora, creativa, pujante, vivaz y con una igualdad básica muy superior a la perseguida de modo contra-natura por la Argentina.

¿Hay desiguales en ese esquema? Por supuesto que los hay. Pero la vara de necesidades satisfechas está tan alta que el igualitarismo de facto de la Argentina ni siquiera puede empezar a discutir.

A veces la sofisticación puede ser más simple de lo que se cree a primera vista.

Fíjense que los norteamericanos tienen fama de rudimentarios y poco sofisticados, mientras que los que teóricamente somos más “profundos” (especialmente en materia política y filosófica) somos nosotros.

Pero desde el punto de vista de los resultado (que es realmente lo que cuenta) los “simplones” tuvieron la sofisticación para explotar una “debilidad” humana y de ello sacar un resultado altamente positivo para el conjunto.

Mientras los “sofisticados” no hemos hecho otra cosa que ir al toro, agachando la cabeza con la pretensión de demoler por la fuerza un muro de acero.

Así les fue a los “simplones” y así nos va a los “sofisticados”.

La única duda que quedaría por develar es si los argentinos fueron todos idiotas -los que vendieron el verso igualitario (por creer sinceramente en él) y los que lo compraron votando sistemáticamente esas ideas- o si los primeros no fueron nada idiotas y, conociendo la verdad desde el principio, vendieron este formidable embuste para beneficiarse a sí mismos a costa de la masa de idiotas que les creyó.

Pero de lo que no caben dudas es que la Argentina está como está por el imperio de la idiotez, sea de una mayoría incauta que votó delincuentes embusteros, o de todos que, en diferentes grados, desempeñaron el rol de los imbéciles.


(THE POST)

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