YA NO QUEDAN MARINEROS DEL GRAF SPEE EN VILLA GENERAL BELGRANO

HISTORIAS

Villa General Belgrano es la pequeña Alemania

Por Walter R. Quinteros

Algunos nazis en Argentina

Nuestro país fue refugio de más de 180 criminales de guerra nazis desde 1945, la mayoría de los cuales vivieron en ciudades como Bariloche o Villa General Belgrano, muchos de ellos sin ocultar su identidad, como Erich Priebke, oficial de las SS extraditado a Italia en 1995.

Adolf Eichmann, había logrado llegar a la Argentina y desde 1950 tenía documentos legales, expedidos por la Policía Federal argentina, pero con identidad falsa: se hacía llamar Ricardo Klement. 

Además de Eichmann, los nazis más conocidos que llegaron al país fueron Josef Mengele, “el Ángel de la Muerte”, que luego huiría a Paraguay y Brasil; Eduard Roshmann, “el Carnicero de Riga”; el exdictador croata Ante Pavelic, que moriría después en España; y Erich Priebcke, autor de la masacre en las Fosas Ardeatinas, Heinrich Müller, un general de división de la temida Gestapo alemana y Ronald Richter, un científico austriaco que embaucó personalmente a Perón con la idea de que podría desarrollar un proyecto para generar energía a través de la fusión nuclear. 

Ludolf Emmanuel Georg Kurt Werner von Alvensleben. Venía de una familia noble, y tanto su abuelo como su padre habían sido militares. A la muerte de su abuelo, heredaron el castillo medieval de Schochwitz, que pertenecía a la familia desde 1783. El castillo, que pasaría a su poder a la muerte de su padre, supo albergar en varias oportunidades a la máxima cúpula nazi, entre ellos al propio Hitler.  En 1911, el joven Ludolf se alistó en el cuerpo prusiano de cadetes y en 1918 revistaba en el 10 Regimiento de Húsares, aunque no llegó a combatir en la Primera Guerra Mundial. Paralelamente estudió Agronomía. El 3 de mayo de 1924 se casó con Melina Sophie Julie Mila Carola von Guaita, con quien tendría cuatro hijos: Ludovica, Constantino, Busso y Gertrudis; que posteriormente tendría un hijo natural. La finalización de la guerra lo sorprendió en la ciudad de Dresden. Fue prisionero de los británicos. Permaneció un poco más de un año hasta que, el 11 de septiembre de 1946, pudo fugarse escondido en un camión. En Genóva se embarcó hacia Argentina, donde llegó a fines de 1949. En 1952, durante el gobierno de Juan Perón, lograría la ciudadanía argentina con un nombre falso de Carlos Lüecke. En 1956, se trasladó a la ciudad cordobesa de Villa María, donde se dedicó a la explotación agropecuaria. En esos tiempos, el hijo de su capataz dejó embarazada a una de sus hijas, a la que envió a Alemania. Luego de residir por un tiempo en Villa General Belgrano, se radicó en Santa Rosa de Calamuchita, donde se adaptó perfectamente bien al medio local, donde lo llamaban "don Ludolfo". Compraba y vendía terrenos en la zona. En algunos de ellos, según reveló en su momento el periodista Jorge Camarasa, fue el primero en buscar uranio en la zona de Yacanto. Pasaba parte de su tiempo como presidente del Club Atlético Unión, y en los partidos de fútbol de veteranos jugaba de arquero.

Cuando residió en Villa María, había hecho contactos con políticos del radicalismo cordobés y así fue como, en las elecciones del 7 de julio de 1963, apareció en las listas como concejal suplente por ese partido. El 22 de julio de ese año, por el fallecimiento del presidente del Concejo Deliberante, le tocó asumir la vicepresidencia primera del cuerpo. Durante el tiempo que le tocó ocupar su banca, hacía cumplir a rajatabla el reglamento y era especialmente puntilloso con la asistencia de los ediles a las sesiones. También se desempeñaría como Inspector de Caza y Pesca en Embalse Río Tercero. Era una época en la que recuerdan verlo armado, ya que recorría el embalse en busca de infractores. Y quedaron las dudas sobre la muerte de dos pescadores al volcar el auto en el que viajaban y que Alvensleben perseguía con su jeep.

Falleció el 1º de abril de 1970, en Santa Rosa de Calamuchita. A su entierro en el cementerio local llamó la atención un pequeño grupo de personas que no eran del lugar. Luego de dejar una ofrenda floral que decía "tus camaradas", hicieron el saludo nazi y desaparecieron con el mismo sigilo con el que habían llegado. En su lápida se grabó en alemán "Señor de Schochwitz, Krimpe y Wils". Luego de su muerte, su esposa dejó Calamuchita. En el 2000 uno de sus nietos, Hubertus, hizo un documental, De regreso a la patria con Bubi. Y la que también regresó fue una nieta interesada en reconstruir la vida de ese abuelo respetable y apegado a la ley que le gustaba jugar de arquero en los partidos del Club Unión.

El buque

No menos impactante es la historia del crucero Admiral Graf Spee, que en la Segunda Guerra Mundial fue enviado al Atlántico Sur para interceptar buques mercantes enemigos. En menos de tres meses hundió nueve barcos, pero tuvo que refugiarse en el Río de la Plata tras enfrentarse con naves británicas. Pudo refugiarse en el puerto de Montevideo, donde el capitán ordenó el hundimiento del barco. Toda la tripulación se quedaría en Argentina y muchos se instalaron en la provincia de Córdoba.

Hans Wilhelm Langsdorff fue encontrado muerto el 20 de diciembre, vestido con uniforme de gala y envuelto en la bandera alemana, en un cuarto del Arsenal Naval de Buenos Aires, donde se hospedaron los oficiales del Graf Spee. "Para un comandante que tiene sentido del honor se sobreentiende que su suerte personal no puede separarse de la de sus marinos. Soy feliz al pagar con mi vida cualquier reproche que pudiera formularse contra el honor de nuestra marina", dijo en una carta enviada a sus superiores. Langsdorff, que había recibido la orden no enfrentarse con buques aliados, se disparó un balazo en la cabeza. Fue enterrado en el cementerio alemán de Buenos Aires.

El Graf Spee había partido del puerto de Wilhelmshaven, en el norte de Alemania, el 21 de agosto de 1939, once días después de que Hitler le declarara la guerra a Polonia.

Según el diario uruguayo El País, se acordó trasladar a unos 300 oficiales y suboficiales a la isla Martín García y ubicar al resto de la tripulación la localidad bonaerense de Florencio Varela, en Rosario, San Juan, en Córdoba, Mendoza, Santa Fe y Sierra de la Ventana. Así, desde que Langsdorff hundió el Gran Spee se tejieron todo tipo de versiones sobre supuestos nazis que desembarcaron en las costas del Río de la Plata.

Mientras tanto, y con el paso del tiempo, Villa General Belgrano se jacta alegremente de su linaje alemán y de la preservación de usos y costumbres que encuentran tal vez su momento de plenitud en la Fiesta de la Cerveza. 

El primer nombre de la villa fue El Sauce. 

La habitaron inmigrantes de origen alemán. Pero la verdadera historia del lugar comienza con la llegada de 125 tripulantes del acorazado nazi Admiral Graf Spee. Los que eligieron residir en Villa General Belgrano cargaron sin sonrojarse sobre sus espaldas la historia que los trajo hasta el valle de Calamuchita.

En los años 40, El Sauce fue bautizada Villa General Belgrano en honor al creador de la bandera argentina. Fue, en rigor, un acto de desagravio. Dice la leyenda que un grupo de "speeman" (Hombres del Graf Spee) en estado de embriaguez habían quemado nuestra bandera. Hoy, los descendientes de los "speeman" han decidido mantener el culto al acorazado, cuya águila imperial, la misma que sujetaba con sus garras la esvástica como símbolo de su lucha y poder. 

En la calle principal de Villa General Belgrano, no faltan tiendas de suvenires con el nombre de Graf Spee. Las réplicas en miniatura de la nave se mezclan con las camisetas con la cruz gamada. 

Los últimos

Nos señala la periodista Ana Van Gelderen que Peter Zimmermann y Brigitte Erichsen, viven en una casa en el predio de la Fundación Villa Champaquí en Villa General Belgrano. Son parte del Hogar para Adultos Mayores de la organización fundada en 1978 por congregaciones evangélicas germanas. 

Peter Zimmermann dice que nació en Buenos Aires pero como tenía asma "me llevaron a vivir a Alemania, con mi abuela, a los diez meses de vida. Participé de la Segunda Guerra Mundial durante tres años, como piloto. Y al final, ¡no daba más! Volví a la Argentina en plena Guerra Fría, porque no quería saber más nada con todo eso. Pero cuando llegué tuve que hacer el Servicio Militar Obligatorio". Y aclara que: "Yo participé de la guerra, pero no soy un nazi. Es un error muy peligroso pensar que todos los alemanes somos lo mismo", asegura y habla desde la experiencia: "No tiene ningún sentido luchar contra un país vecino. Además la palabra caídos está mal usada. Suena muy poética pero los muertos en la guerra no son caídos… ¡Son destrozados! Porque, por otro lado, cuando muere un soldado muere además esa madre, esa esposa o ese hijo que lo esperaba". Está casi ciego, usa audífonos, pero camina erguido. "A los 95 años lo que tengo es vejez", contesta con picardía cuando se le pregunta sobre su estado de salud. "Si me hablan de a uno puedo comunicarme perfectamente", asegura y da muestras de eso. Agrega que tiene tres hijos, además de nietos y bisnietos.

Brigitte, explica que nació en 1936 en Heidelberg, Alemania y que vino a la Argentina en 1949, por un traslado de su padre que era químico. "Me casé con un alemán danés. Tuvimos dos hijas. Para mi era importante que hablaran mi mismo idioma", asegura y se emociona. Su primer marido murió de cáncer, como la esposa de Peter. Después de enterrarlo fue ella quien siguió adelante con la empresa de cera que tenían. "Con Peter nos conocimos en 1970. Éramos vecinos en Martínez y nuestros hijos iban al mismo colegio alemán. Yo era amiga de la señora de él. Nos empezamos a frecuentar en 1985, cuando ya estábamos viudos", apunta con dulzura y cuenta que una de sus hijas vive en Villa General Belgrano.

Úrsula Manegold tiene 81 años. Todos la conocen como Ula. Fue docente de la Goethe Schule durante cuarenta años. "Aquí viven varios padres de mis ex alumnos. Muchos vienen y pasan a saludarme". Cuenta que hace ocho años vive en el hogar. "Mi abuela paterna era actriz en Berlín y se vino de gira a la Argentina después de la Primera Guerra. Mi padre quedó en un hogar en Alemania, pero después vino con ella, dejando a una amiga enfermera con la que se carteaba. Cuando estalló la Segunda Guerra, le dijo que se viniera porque sino iría al frente. Ella le hizo caso. Y se casaron en el Hotel de Inmigrantes de Bahía Blanca, porque si no estaba casada no podía bajar del barco. Yo nací en esa ciudad y nos vinimos a Buenos Aires. Soy hija única". Y agrega "Como no tengo familia yo tenía que decidir qué iba a hacer con mi vida cuando fuera mayor. Así que me busqué un lugar lindo... Aquí hago mi jardín, tomo clases de orfebrería y voy al teatro. Me siento muy querida".

Los residentes del hogar fueron parte del documental Chon, de Alfredo Hunt, que se rodó en 2015, pero que ha comenzado a circular por los festivales. El director tenía a sus abuelos, Chuchi y Ernesto Brigl viviendo allí, y siempre llamó su atención la plenitud que tenían a pesar de no ser habitantes de las sierras.

Sabine Blaschkowsky, escucha música clásica. Cuenta que nació en 1924 en Szczecin, la principal ciudad de Pomerania, en la Prusia que hoy es Polonia. "Sobre el Mar Báltico", apunta y se levanta para señalar en un mapa antiguo que decora su habitación y habla de sus orígenes. "Éramos tres hermanas mujeres y tuvimos educación prusiana. Estricta, pero no tacaña. Mi papá tenía un aserradero, pero en 1939 empezó la guerra. Entonces hubo un bombardeo y todo se convirtió en cenizas. Teníamos además una estancia, pero fue expropiada", cuenta en un español que le cuesta y mientras busca las palabras. "Nos quedamos con lo puesto y nada más. No había bancos", detalla y hace un ademán para buscar el cuaderno que hizo a su hija para contarle de dónde viene. Hay fotos, mapas, cartas y relatos, que Sabine intenta resumir. "Con mi familia fuimos a la frontera y una señora, en un tren, nos dijo que tenía una habitación en Hamburgo. Era invierno y hacia mucho frío. Cuando terminó la guerra nos pusimos a trabajar para los ingleses y los americanos como cocinera y mucama. Yo era kinesióloga pero no podía ejercer", cuenta y agrega que su padre le propuso animarse a cruzar en lancha hasta Suecia, como un trampolín al mundo. "Mi papá convino un precio con un pescador -que de todas maneras era carísimo- y nos lanzamos. Mi hermana mayor, que tenía un bebé y había quedado viuda por la guerra al mes de casarse, no vino. Mi mamá y mi otra hermana llegarían después. La lancha nos dejó a unos metros de la costa y entramos a Suecia caminando por el mar. Llevábamos nuestros tapados de lana empapados y pesadísimos. Un hombre nos vio y fue muy amoroso. Nos dio casa, abrigo y comida. Vivimos dos años en Suecia haciendo lo que podíamos, hasta que nos subimos al Annie Johnston, un barco de carga que aceptó llevarnos bajo cubierta. Tardó 42 días y fueron las mejores vacaciones de mi vida", relata Sabine sobre su travesía como refugiada que la dejó en Buenos Aires en 1950. "Conocí a mi marido, que era alemán, químico y ya tenía una hija. Nos casamos y tuvimos otra niña. Fuimos muy felices. No teníamos mucho, pero contábamos con educación. Enviudé a los 49 y me junté con un amigo de ambos. Sé que él no se hubiera opuesto", asegura convencida y los ojos le brillan. Cuenta que su hija menor está en Italia, la mayor, en Chile y que tiene nietas por el mundo. "Cuando conocí este lugar dije: ‘Aquí voy a terminar mi vida’. Estoy contentísima", señala y se pone a llorar, mientras agrega que sus hijas están tranquilas porque saben que ella está bien. Entonces piensa en voz alta: "Tengo mis nanas, como la escoliosis. Pero estoy acompañada por gente que habla mi idioma y eso, en esta etapa de mi vida, me hace mucho bien".

De los soldados alemanes que se radicaron en Villa General Belgrano, Gustavo Dittrich, era considerado el último de sus tripulantes, habría fallecido en febrero del 2008, a los 88 años. Y el último marinero, fue Fritz Sander, quien murió a fines de abril de 2013 a los 93 años. Descansan en paz, en el cementerio aleman.

(Con notas de Ana van Gelderen / Alfredo Hunt / Aldo Camarasa / El Litoral / El País / Municipalidad de Villa General Belgrano / Foto: Un Mundo Incontable)

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