LAS HELADERAS LLENAS, DE VACUNAS

OPINIÓN

La cantidad de vacunas sin aplicar abre nuevos interrogantes sobre la estrategia sanitaria del Gobierno

Por Pablo Mendelevich

Al final Alberto Fernández cumplió con su promesa de campaña. Las heladeras están llenas… ¡pero de vacunas!

Nadie necesitó que Fernández, cuando en 2019 hablaba de terminar con el hambre en la Argentina, aclarase que era con comida que prometía llenar las heladeras particulares, un slogan de representación mental instantánea parecido al salariazo de Menem, pero más paternalista. Dijo anteayer el infectólogo Eduardo López, miembro del comité de expertos que asesora al presidente sobre la pandemia: “tener cinco millones de vacunas en heladeras (estatales) es una barbaridad, un fracaso del sistema”.

Y tal vez López se quedó corto. Si se cuentan las vacunas que están en heladeras provinciales (Misiones, por ejemplo, aplicó el 68 por ciento de las vacunas que tiene) y las recién llegadas al país, el total sería de alrededor de ocho millones. Hasta pudo haber llegado a los diez millones. Para dimensionar esa cifra habría que considerar que, según datos oficiales, las personas que hasta ahora tienen el ciclo de vacunación completo son poco más de doce millones.

Al bajar del avión que la trajo de Moscú, la ministra de Salud Carla Vizzotti aseveró ayer, tajante: “no hay ninguna vacuna en la heladera”. Seguramente no quiso decir que las vacunas en algún momento dejan de tener refrigeración, sino que no se estacionan. El abultado número de vacunas no aplicadas lo atribuyó a los tiempos de la distribución. Proceso que “tiene una complejidad bien grande”, algo indiscutible.

Del tema se hablaba hace semanas. Ahora causó impacto debido al prestigio y la condición de asesor científico del infectólogo que lo aireó. Y, desde luego, al duro diagnóstico: un fracaso. En temporada alta electoral, un vocablo sísmico. Sobre todo, si no se puede seguir el libreto “sí pero Macri” para desarticularlo o tratar al crítico de odiador serial.

Para responderle a López, el gobierno comisionó inicialmente a una funcionaria importante de la segunda línea: la jefa de Gabinete del Ministerio de Salud, Sonia Tarragona. “La verdad (los funcionarios siempre empiezan avisando que van a decir la verdad), hablar de fracaso cuando tenemos a toda esa gente vacunada es al menos peligroso”, dijo Tarragona, quien se dedicó más a elogiar el plan de vacunación que a informar cuántas son exactamente las dosis que de acuerdo con el inventario oficial hay guardadas en heladeras y de qué laboratorios provienen, dato que prefirió omitir. Sucede que uno de los principales problemas logísticos de este momento estaría relacionado con los desfases de marcas de vacunas para combinar la primera y la segunda dosis, esto es, con faltas de stocks específicos. Bajo la amenaza de la variante delta que se expandiría entre las PASO y las elecciones generales, faltan dosis necesarias para completar los esquemas de Astra Zeneca y Sputnik. Todos los expertos dicen que lo determinante es que la mayor parte de la población enfrente lo que viene con el esquema completo.

Los argumentos de la réplica fueron del tipo estamos vacunando un montón, hay que conocer la complejidad territorial del país, es difícil llegar de Ezeiza a Ushuaia o a La Quiaca, hay que ver a los vacunadores con heladeras al hombro y caminar o ir en bicicleta hasta los pueblos alejados. “Nunca en el país tuvimos una distribución más rápida de vacunas”, celebró Tarragona, frase que podrían haber dicho casi cualquiera de las voceras de los Ministerios de Salud de cualquiera de los dos centenares de países que en esta pandemia llevan aplicadas en total cinco mil millones de dosis.

Más interesante resultó el intento de apelar a un razonamiento utilitario para desmentir lo que el infectólogo/asesor había dicho. “¿Cuál sería la lógica de tener vacunas guardadas? ¿Quién se beneficia con eso?”, inquirió detectivesca la subordinada de Carla Vizzotti.

La primera que hizo un planteo similar fue la Medea de Séneca. Cui prodest scelus, is fecit: el que se benefició con el crimen lo cometió. Planteo adoptado, es cierto, por la criminalística, pero de infalibilidad dudosa cuando se abordan asuntos públicos argentinos.

Alguien debería recordarle a la economista Tarragona que la causalidad y la caza del beneficiario resbalaron unas cuantas veces cuando quisieron explicar acá lo inexplicable, debido a que una característica autóctona es la confluencia de ineficacia organizativa con concepciones irreales y divagatorias a menudo desfiguradas con sobredosis de ideologismo. Lo cual no quiere decir que en cada anomalía se batan parejo todos los ingredientes. Puede haber mala praxis solitaria. Multiplicada, eso sí. O cortocircuitos con el relato.

Es bastante absurdo, desde ya, que se haya pasado de la morosa provisión de vacunas a un acopio refrigerado de a millones, mientras sigue siendo deficitaria la inoculación de la segunda dosis, se llegó tarde con la primera y la compatibilidad entre una y otra de laboratorios diferentes persiste sumida en una mar de tironeos y confusiones.

El gobierno dice que no hay vacunas guardadas porque no tendría lógica que las hubiera. ¿Cuál sería la lógica -se le podría repreguntar- de organizar en forma caótica el velorio de uno de los argentinos más adorados de la historia, caótica al punto de que se disparen gases lacrimógenos dentro de la improvisada sala velatoria, a la sazón la mismísima Casa de Gobierno, y que el Presidente tenga que ser evacuado de su propio asiento ante la agitación barrabrava como si nos hubiera invadido sin previo aviso una potencia extranjera? Querer encontrar un beneficiario no sería el camino indicado para determinar por qué a la administración de Alberto Fernández la despedida de Maradona le explotó en las manos ni muchos otros dislates, que si no se dice que desafían al sentido común es porque ya ingresaron al terreno surrealista. No otra cosa es lo que está por suceder en la Justicia con el primer presidente (¿del mundo?) que deberá defenderse del cargo de desobedecer un decreto suyo. Sólo falta que denuncie que el decreto era inconstitucional.

Por orden superior acaba de revelarse en la televisión estatal, que nunca antes se había ocupado del tema, el video que incrimina al gobierno en el mayor escándalo de su existencia. Todo el tiempo en la Argentina, gobernada en los hechos detrás de escena, pasan cosas raras, rutina que explica que ya no nos demos cuenta. Como sucede con los dos peces que se cruzan con un pez más viejo, quien les pregunta cómo está el agua hoy. Los dos peces se miran desconcertados y uno le dice al otro: “¿qué es el agua?”.

Estos problemas con las vacunas podrán ser catalogados como logísticos pero eso no quiere decir que sean lógicos. En vez de apelar a la fórmula de Seneca, tal vez acá convenga repetir la clásica pregunta argenta. ¿Pudo haber metido la cola la política una vez más?

Por lo pronto se sabe que el gobierno no desacopla información sanitaria de campaña electoral. “Vacunas, vacunas y más vacunas en suelo argentino. Cada día falta menos para volver a la vida que queremos”, decía en su Twitter, sin ahorrar euforia un día antes de las declaraciones del doctor López, la economista Tarragona. La vida que queremos, por si alguien se lo perdió, es el slogan partidario del Frente de todos para la campaña en curso.

Ni el doctor López ni la vocera seleccionada para contestarle, en definitiva, dijeron por qué en el flujo del proceso vacunatorio el stock de dosis es a simple vista tan voluminoso. López blanqueó el misterio: “es un problema que las jurisdicciones no han logrado explicar”. Al señalar que sábados y domingos los vacunatorios atienden poco o están cerrados, criticó, a la vez, el ritmo de vacunación. Todo lo contrario del gobierno, que lo festeja.

Tarragona, eso sí, hasta anoche no había vuelto a tuitear “vacunas, vacunas y más vacunas en suelo argentino”. No se trata de hacer patria ni de stockearse. Si son las que ahora hacen falta basta con inocularlas.

(Pablo Mendelevich / LA NACIÓN)

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