LOS RESENTIDOS

OPINIÓN /

Todo lo que hicieron fue malo y sin embargo, no fue lo peor

Por Osvaldo Bazán 

Las medidas autoritarias -en el mejor de los casos inconducentes y en la mayoría de ellos, dañinas- ya no asombran.

Sólo esta semana:

- Argentina dejó de exigirle a una familia de mormones autopercibidos mapuches que devuelva las tierras de un Parque Nacional.

- Figuras del mundo del espectáculo no tienen ningún inconveniente en cobrar por homenajear a los muertos (lo que habla de un homenaje muy sincero, claro).

- Unos cuántos pibes chorros se escapan a punta de ametralladora de una cárcel y se graban en una provincia cuyo gobernador decía en campaña: “Ahora, el orden”.

- Se acumulan tres meses de caída en la actividad económica aunque los ministros sarasasean sin parar en un autoelogio incomprensible.

- La Hidrovía queda en manos de un Estado raquítico sin un plan, sin un proyecto, sin las herramientas para llevarlo a cabo, sin conocimientos, sólo viendo una caja que, inevitablemente, se achicará para todos excepto para los mismos ladrones de siempre.

- Perdimos los laureles conseguido en años de luchas por los derechos humanos: hasta 149 chicos bonaerenses se vieron obligados a presentar una queja en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la ONU nos tira la oreja porque en “el palacio del peronismo”, como dijo Guillermo Moreno, se vive una dictadura.

- En el Congreso el partido del gobierno ni se digna a tratar el tema que puede salvar la vida de uno de los grupos más vulnerables para que una hora después, el poder ejecutivo lance un DNU, no vaya a ser cosa que si hay un trofeo le quede a la oposición. Por supuesto, ni se les ocurrió explicar por qué ahora se pudo hacer y antes, hace un año, no. Por supuesto, tampoco asumen la responsabilidad de los miles de muertos que el capricho trajo consigo. Han pasado de ineptos y corruptos a asesinos con una tranquilidad pasmosa.

- La administración, sin ninguna base científica, sin explicar nada siquiera, porque no siente que esté obligado, decide que la cepa Delta, el nuevo martes 13 de la peste, entra sólo por Ezeiza. Nadie aclaró tampoco por qué el pasajero 600 no, pero el 601 sí puede traer el contagio.

Es un país sin derecho a réplica. Callate, los líderes saben lo que hacen, lo tuyo es obedecer.

Lo único bueno de la semana parece ser el hecho de que al menos en estos días, no hubo canción nueva de Copani.

Sin embargo, con todo lo horrible, autoritario y nocivo que ha ocurrido, ninguna de estas medidas son lo peor que nos ha sucedido.

Estas fueron disposiciones tomadas por la administración o fueron acontecimientos derivados de ellas. Todas esas medidas son reversibles (excepto las muertes de los conciudadanos que podrían haber sido salvados con un manejo no corrupto ni ineficaz, esas vidas perdidas estarán para siempre en la cuenta de la administración).

Con tiempo y buena voluntad, Argentina volverá a la senda de los derechos humanos, hoy perdida totalmente; la economía tardará pero cuando podamos actuar de manera racional, las bases para su crecimiento seguirán allí; llegará el día en que la propiedad privada, como en todo el mundo occidental, vuelva a ser respetada.

Con lo espantoso que es lo que pasa en estos días, nada de eso es tan grave como lo que hace que esto ocurra.

Todas estas medidas que suenan tan siniestras fueron tomadas por el gobierno elegido mayoritariamente por el pueblo argentino.

Nadie más que los argentinos pusimos a la pareja de Fabiola en ese sillón y le dimos al peronismo la posibilidad de mostrarse en todo su esplendor.

Fueron los votos argentinos.

Y el peronismo no defraudó. Hizo lo que se podía esperar; buscó aquello para lo que está diseñado: impunidad, choreo, venganza, un lindo paquetito envuelto para regalo. El papel del envoltorio cambia según la época. Puede ser más o menos de derecha, de izquierda, de ningún lugar. Ahora toca a veces ser un poco progresista con perspectiva de género y a veces un poco xenófobo con unas gotas de Moyano y otras de Sputnik V, todo regado con Berni y Frederic por partes iguales.

El espanto de las medidas que sufrimos día a día ni se acerca al espanto de la comprobación de que el espíritu argentino las permite, las incita, las hace atractivas a gran parte de la sociedad.

Lo peor que pasó esta semana fue ver a argentinos –desde pibes del conurbano profundo hasta formados con títulos de posgrados- alegrarse porque no se cumple con la Constitución.

No es para nada un tema menor. Es EL tema.

El artículo 14 que aprendíamos en la primaria cuando en Argentina había escuelas lo dice claramente, eso de que todo argentino, por el sólo hecho de serlo, tiene derecho a entrar, salir o permanecer en el territorio argentino con el único aval de su genital voluntad.

Se deroga sin explicaciones un derecho consagrado en la constitución y en vez de reclamar por una libertad fundamental hubo argentinos que se alegraron porque otros conciudadanos no pudieron entrar al país.

En el empujón de cosas cotidianas quizás nos enojamos un rato cuando vimos algunos comentarios pero seguimos adelante porque el sobreprecio de las lentejas no se paga solo y tenemos que laburar para cumplir con los impuestos más altos del mundo en un país con los peores servicios.

Pero si pudiéramos detenernos dos segundos y contemplar de cerca lo que pasó, notaríamos el abismo reflejado en esos comentarios, la profundidad de la catástrofe.

Unos argentinos se alegran porque otros no pueden entrar a su propio país.

El resentimiento, la tierra fértil para cualquier dictador de dos por tres, ha florecido de la mano de unos avivados que lo usan para beneficio propio.

¿Cómo llegamos a esto? ¿Cuándo perdimos tanto el rumbo como para festejar que otros la pasen mal? ¿Qué siente el que se regodea con el malestar ajeno, más aún, con la mortificación de alguien a quien ni conoce? ¿Cómo esta administración que se lo pasa hablando de solidaridad consigue esto en sus seguidores?

Todo el contexto es siniestro.

“Se fueron de vacaciones en medio de una pandemia”; “Firmaron una declaración jurada”.

Si se ha inoculado en parte de la población este nivel de resentimiento, la cosa es grave y urgente es la necesidad de revertirlo. Si es que estamos a tiempo.

Seguramente casi ninguno de los progresistas que se divirtieron con las desgracias de los varados se autopercibe como lo que es, la Tota y la Porota del barrio, escandalizadas por la pollerita corta de la vecinita. Pero eso es lo que son. Viejas pacatas alborotadas, bajando el martillo en su tribunal de barrio, decidiendo sobre la moral y las buenas costumbres de los demás, con una envidia que le chorrea por los ruleros y un resentimiento con olor a humedad y moho. No saben el grado de necesidad –económica, sanitaria, emocional- por las cuales los viajeros viajaron. Creen tener derecho a una lista de razones válidas y otras inválidas pero al final del día, reparten el castigo hasta para quienes tienen, según su código, razones válidas

Lo importante es que la administración así lo quiso, que el amado líder sabe lo que hace. ¡Gracias, Xi Jinping! ¡Gracias, Maduro! ¡Gracias, Alberto!

Los progresistas se convirtieron en jueces del comportamiento de los pares y turiferarios del poder. Resentidos brutales con los iguales pero grises palafreneros del caballo del que manda.

Para abajo o para los costados: culpa, ofensa, desprecio.

Para arriba: aplauso.

Tanto Lacan para terminar tan lacayos.

Todos los errores de esta administración son endilgados a la población, en especial a la que no los votó.

“¿Quién señor? ¿Yo señor? No Señor. ¿Y entonces quién fue? ¡La oposición”.

Terminaron armando un argentino culpable a la altura de los errores que ellos cometieron para echarle toda la responsabilidad que no tuvieron.

Necesitan calificar a todo el que no les rinda pleitesía; que toda víctima de sus desatinos que alce la voz no sea simplemente un argentino avasallado en sus derechos, sino un “opositor”.

Así, los que precisaron trabajar, dar clases, recibir clases, los que requirieron tratamientos médicos, los que pidieron por la propiedad privada, los que quisieron a los presos, presos, la señora que quería tomar sol, el surfer que volvió a su país, el que corrió en el parque; todos ellos no fueron vistos por la administración como ciudadanos con derechos. Fueron catalogados como el contagio, fueron la muerte, fueron, en definitiva, el opositor político. Y crearon resentimiento sobre ellos.

Todos los pobres muertos por los DNU de la pareja de Fabiola, el pibe que no pudo entrar a nado a Formosa; los asesinados por las policías provinciales; los que se llevaron de frente los montículos en la entrada de las localidades; la chica que murió de cáncer sin poder ver a su padre; la otra que murió en el piso de un hospital santafesino; la nena llevada a pie por su padre para salir de Santiago del Estero; no existieron.

Esta administración no sólo generó cada vez más pobres. Además, los hizo invisibles.

Por eso molestan tanto los actos dignos de los ciudadanos libres, como las redes armadas por la civilidad ante chapuceros que, como Vilma Fujimori, aseguran muy de cuerpito gentil: “El Congreso no está previsto para responder en épocas de pandemia”.

¿Qué no está previsto? ¿De dónde sacó eso la Secretaria Legal y Técnica de la Presidencia de la Nación? Hasta ahora, solo los militares y los terroristas habían dicho que el Congreso no estaba previsto. Es la primera vez que un alto funcionario del Estado dice que el Congreso no sirve.

Y si no es el Congreso ¿entonces quién? ¿El Nieto del Estado que habló de “aprendizaje” después de haber tarareado la canción de Copani? ¿Aprendizaje? Cuando uno por uno se apilen los muertos que costó “el aprendizaje” ¿qué va a decir?

¿Quién estaba previsto? ¿La asesora Cecilia Nicolini, elegida por nadie, cuyo manejo del inglés deslumbra a un presidente que no tiene a su alrededor alguien que sepa decir “nístumitchu”, que fue en “misión secreta” a Moscú en octubre del año pasado para supervisar que Putin tuviera disponibilidad de la vacuna rusa, que aconsejó su compra y finalmente se desentendió de las dificultades para conseguir la segunda dosis?

Cuando la sociedad empiece a reclamarle a Nicolini por los muertos que su negligencia produjo, ¿qué va a decir? ¿Quién estaba previsto? ¿Filomena Vizzotti que después de vacunar alegremente a sus padres saltándose la fila, se fue a Cuba a ver cuánto ron le ponían a unas gotitas de agua en una vacuna que ya se la dan a los venezolanos sin haber sido aprobada ni en Cuba? Cuando la sociedad le muestre una por una la foto de los muertos que su negligencia produjo ¿qué va a decir? ¿Que no estaba prevista? ¿Va a echarle la culpa a la oposición? ¿Se irá de tapas a Madrid con su jefe al que, además, traicionó?

Esos argentinos que se alegran porque no se cumple la Constitución ¿no escucharon nunca eso de “primero vinieron por los judíos pero no me importó porque yo no era judío…”? ¿Se creen que es gratis darle poder a gente que, para tapar su enorme ineptitud, usurpa la Constitución?

La cepa Delta está en Argentina. ¿Dónde? ¿Cómo entró? ¿En qué lugar se está diseminando? ¿Cómo se aísla? Ezeiza es el lugar más seguro de entrada al país. Es más, casi que es el único seguro, si en el medio no está el curro de La Cámpora y sus tests obviamente truchos. La medida de no dejar entrar a su propio país a los ciudadanos es sólo efectista y arrastra el prejuicio de que el que viaja es rico.
Y como es rico, merece un castigo.

Todo rico merece castigo, menos Cristina.
Y su familia.
Y sus amigos.
Y sus testaferros.
Y los amigos de los amigos.
Y los que ellos digan.

Crea resentidos, la materia prima del peronismo de la época.

Mientras la administración de la muerte y el autoritarismo corre alocada hacia el abismo, un montón de argentinos en el mundo, tributarios de la mejor tradición solidaria nacional, abre las puertas de sus casas para que los varados (a la administración le molesta la palabra, así que habrá que repetirla: VARADOS) no tengan que vagar por calles de países desconocidos. Porque eso es lo que ocurre, decenas de miles de argentinos expulsados de su país y sin respuesta de parte del Estado son empujados a la caridad ajena. Un exilio instantáneo avalado por una desinstruída Directora de Migraciones, obviamente tampoco prevista para esta circunstancia que dijo que los varados en todo caso solo debían pasar “unos días más de vacaciones” demostrando que la empatía es un torneo en el que no puede anotarse. Y más aún, desligándose de su responsabilidad para solucionar el problema que ella misma creó. Se llama Florencia Carignano y es otra más del enjambre de funcionarios mediocres y sin formación que como plaga de langosta se apoderaron de cargos para los que no están capacitados y los ejercen con total desconocimiento e irresponsabilidad, haciéndole peor la vida a los argentinos.

Lo peor es darle pista de entrenamiento al resentimiento nacional.

Un resentido, un odiante de la alegría de los demás, no sirve para nada. Es un obstáculo para su crecimiento propio y el de los demás.

¿Cómo no vas a alegrarte porque otro, como fruto de su esfuerzo, pueda viajar, conocer otros paisajes, otras gentes? ¿Cómo vas a disfrutar el padecimiento ajeno?

Y sin embargo, el país que viene tendrá que tenerlos en cuenta. Cuando hablan de “acuerdo” hay que pensar cómo se acuerda con esta gente. ¿Qué se acuerda con los que inocularon el resentimiento? ¿Qué se cede? ¿Qué no? ¿Cómo se educa a un resentido?

Ninguna de las preguntas que vendrán en los próximos tiempos tendrán respuestas fáciles.

Algunas cuántas de esas respuestas están en el librito que se llama Constitución y en el que habrá que ponerse de acuerdo en cumplir, sino, afuera.

Otras respuestas ya las está encontrando la sociedad civil.

Nada será posible sin nuestros ojos abiertos, nuestro corazón caliente, nuestra mente fría.

También deberá saberlo aquél que quiera encarnar desde la oposición política la respuesta a este desaguisado.

Nada será posible sin nosotros.

(El Sol)

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