LA FELICIDAD

OPINIÓN / EDITORIAL

Para estos tiempos que se viven, mis cosas pueden ser pequeñeces

Por Walter R. Quinteros

La palabra felicidad casi siempre me lleva a la infancia, donde por esas cosas del destino, he pasado una vida generosa, y se mantienen latente en mi memoria, una larga colección de momentos agradables.

Después, ya con el tiempo y con mi prematura adultez, llegaron otras conversaciones un tanto caudalosas y apasionadas, tanto con mi familia, como con amigos y compañeros de trabajo, a los que creo haber llegado muchas veces con un cierto entendimiento y afinidad, muy por encima de los problemas y desastres que trae consigo la tarea de opinar, crecer y criar hijos.

El valor que le doy a la memoria se agranda cuando reparo en que mis recuerdos tienen más lugar, a esta altura de mi vida, que otra mundanalidad. Y eso hace que mire hacia atrás para reconstruir qué puede llenar mis días, más allá de estos amaneceres y anocheceres que repetidamente transito.

Hubo un tiempo en mi vida, en que mi mundo solo pasaba por revistas y manuales escolares. En la casa de mis viejos, a veces y con suerte, a la hora de la comida había una radio encendida. Más aquí en el tiempo, apareció el  televisor, pero no se perdía todavía, aquellas conversaciones que con su ritmo lento en las sobremesas, auspiciaban el cruce de voces llenas de suspenso y alegría de mis padres y abuelos.

Y la atención que les ponía, se expresaba en mis gestos de admiración. Se hablaba de historia, de generales, de caudillos, de hombres que, ilustrados en los manuales, recorrían miles de kilómetros montados en caballos y carretas para librar épicas batallas y así, al final, llevarnos a gritar la independencia de nuestra Patria.

Estoy seguro que esas escenas cotidianas, también se repetían en cada hogar, sea éste humilde o acomodado, pobre o de sobreabundancia, todos, por una extraña razón, llamábamos héroes a nuestros hombres patriotas. Es que nuestras maestras nos inculcaron eso.

Me pregunto si los niños de aquellos años llegamos adónde estamos por nuestros estudios y trabajos, o porque no teníamos este nuevo tipo de diversión, este ímpetu banal de placeres y gozos que lentamente empuja a la juventud de hoy, por los caminos del desprecio a esos valores y, con el riesgo de que caigan en una tentación constante de eliminarlos para siempre.

Es probable que los "confusos" mensajes que dejan ciertas publicidades, modas, música y hasta marcas de ropa, sean más valoradas por ellos. Y he visto que hasta aceptan como algo llevadero la palabra corrupción. La política parece darles lo mismo.

Pero regreso a mi infancia, a mi juventud, a mi formación, a mirar esa fotografía familiar que luce en mi memoria con todos esos rostros que ya se han ido. Regreso a mis libros de la colección Robin Hood, a mis enciclopedias, a mis manuales escolares.

Para estos tiempos que se viven, mis cosas pueden ser pequeñeces, pueden ser objetos cubiertos por el polvo de los tiempos, pueden resultar hasta molestos, pero créanme, ellos me hicieron crecer con toda la atención y la imaginación despierta.

Yo recuerdo mis manuales de la primaria, los recuerdo con tanto cariño y admiración que aún hoy, si me dan la tarea de dibujar la Casita de Tucumán, lo hago con alegría. Y hasta soy capaz de dibujar a la dueña, a doña Francisca Bazán de Laguna, parada en la puerta recibiendo a sus ilustres inquilinos.

En esos manuales estaba escrito el nombre de aquellos diputados que firmaron el acta de nuestra Independencia. Lean conmigo cada nombre, despacio y con respeto.

Francisco Narciso de Laprida, Mariano Boedo, José Mariano Serrano, Juan José Paso, Antonio Sáenz, José Darragueira, Cayetano José Rodríguez, Pedro Medrano,  Esteban Agustín Gascón, Tomás Manuel de Anchorena, Manuel Antonio Acevedo, José Eusebio Colombres, Eduardo Pérez Bulnes, José Antonio Cabrera, Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera, Teodoro Sánchez de Bustamante, Pedro Ignacio de Castro Barros, Tomás Godoy Cruz, Juan Agustín Maza, José Ignacio de Gorriti, Justo Santa María de Oro, Pedro Francisco de Uriarte, Pedro León Gallo, Pedro Miguel Aráoz, José Ignacio Thames, Pedro Ignacio Rivera, Mariano Sánchez de Loria, José Severo Malabia,  y José Andrés Pacheco de Melo.

La palabra felicidad, casi siempre me lleva a mi infancia, a la conmemoración de cada 9 de julio en las escuelas. A mis Maestras, a mi guardapolvo blanco, a mi escarapela en el pecho. A que papá y mamá bailaban juntos en el patio nuestras canciones tradicionales para regocijo nuestro. A esa vida generosa en valores.

El Día de la Independencia de nuestra República Argentina se celebra hoy, y cada 9 de julio. Que así sea siempre, por los siglos de los siglos. ¡Viva la Patria!

(La Gaceta Liberal / Cruz del Eje)

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