OPINIÓN /
Fue una sola palabra la que me hizo imaginar por primera vez irme del país
Fue una sola palabra pero desde que la leí no pude parar de pensarlo. Una sola palabra hizo que por primera vez asumiese que el lugar en el que espero vivir lo que falta, quizás no sea éste. Leída en un tuit, esa palabra fue una cachetada inesperada.
Alguien a quien conozco hace años, con quien compartimos tiempos fundacionales de nuestras personalidades, alguien a quien siempre quise, tuiteó una sola palabra. Y me partió al medio.
No voy a pedir perdón por escribir en primera persona. Ya lo dije, soy el ser humano que más conozco, soy fascinante y hablar de mí me encanta. Entre otras cosas porque soy bastante poco especial y lo que vivo, seguro vive mucha otra gente.
¿Cuántos más habrán pasado por lo mismo?
En medio del fárrago de tropelías diarias a las que, por tercos y por supervivencia, nunca nos vamos a acostumbrar, un tuit con una palabra me paró el mundo. Y me quise bajar.
Alguien a quien creí conocer mucho se burlaba de los conciudadanos que, inconstitucionalmente, se vieron imposibilitados de volver a su país.
Es una exageración hablar de “destierro”. Pero el mecanismo es el mismo. No dejarte volver a tu tierra.
Si quisiera mostrarme culto diría que no casualmente Ovidio, desterrado por Augusto de un día para otro, en el año 9 de nuestra era, llamó “Triste” a la colección de elegías que escribió en su destierro en la gris ciudad de Tomis.
Pero no se preocupen, no lo voy a hacer. No me da para tanto. Lo dejo para Fernández Díaz que leyó mucho más que yo y es miembro de la Academia Argentina de Letras.
Vuelvo a lo mío.
¿Qué te hicieron, amigo, si cantábamos juntos, si compartimos el vino barato de la universidad, si inventamos canciones con rimas chuscas, si discutíamos hasta cualquier hora siempre sabiendo que estábamos del otro lado de los que excomulgaban a la Constitución?
¿De verdad cruzaste la raya hacia el jardín de los zombies?
¿No sentís nada de empatía, justo vos, por toda esa gente que en un momento vio prohibida la entrada a su propio país?
Si a vos, que eras como eras, como te conocí -empático, inteligente, sensible, con un raro sentido del humor- si a vos, digo, te hicieron así ¿qué le habrán hecho a tantos otros que no llegaron ni de lejos a ser la maravillosa persona que vos…eras?
Y entonces pensé el problema no es la Murga de la Casa Rosada, la Pareja de Fabiola, el Nieto del Estado, Filomena Vizzotti, Vilma Fujimori; ni siquiera la Extraña Dama Dañina de Recoleta y su prole iletrada lo son.
El problema, el terrible problema, es lo que ellos hicieron con nosotros. Con todos nosotros.
Yo quería a esta altura de mi vida estar hablando de otras cosas; mirar películas; entrar al teatro como a una catedral; reírme y aprender recetas con tutoriales; ir con Dani en auto con las ventanillas bajas, la radio al mango cantando canciones de Bandana por las rutas argentinas o elegir pasta o pollo en los aviones del mundo, donde nos diera el cuero esa vez; y sacar fotos que nunca volveríamos a ver. Yo quería sembrar rabanitos y esperar a que crezcan.
Pero acá estoy; luchando con la amargura porque sé que el día en que pierda la risa, habré perdido todo.
Acá estoy preguntando: “¿Qué te pasó? ¿Qué te hicieron? ¿Quién te dejó así?” como la viejita en el velorio, doblada sobre el cajón de la húngara (¿Será la misma húngara?)
Acá estoy, temiendo qué nuevo conocido se me develará como zombie, buscando otro cerebro para comer porque el suyo ya está devastado.
Metidos en esta locura en donde hay que aguantar a un dicen-que-profesor-universitario decretar “la libertad no es un acto individual” (¡perdónalo, Alberdi, no sabe lo que dice!); temblando ante cada “urgente” que tiran los canales informativos porque ya sabemos que “urgente” en canal de noticias es: “la administración encontró otra manera de joderte”, se hace difícil respirar.
Entonces me pregunté ¿cómo seguimos? Es más ¿seguimos?
¿Quiero vivir en un país en donde la mitad de la población se alegra de cada cosa que le arruina la vida a la otra mitad?
¿Eso es vivir?
¿Será que eso es un país?
¿Merezco esto?
¿Hay futuro acá?
¿Por qué tantos se están yendo?
¿Qué los empuja?
¿Qué los atrae?
Y entonces se me ocurrió preguntar en Twitter por historias de gente que se fue, se está yendo, se va pronto. Abrí una puerta abismal. En pocas horas, mil argentinos desgarraron el corazón de la época con sus tanteos por el mundo.
Ni la muerte de la madre de Bambi a manos del cazador y el pobre ciervito acurrucado con ella, mientras su sangre riega la nieve, es tan triste como todas esas historias de aviones que no vuelven.
Sólo como ejemplo, tomo algunas de esas historias, y de ellas, sólo las que vienen con nombre y apellido.
“Ayer hice una encuesta en mi IG, 20 conocidos se van en el próximo año, otros, como yo, esperamos poder hacerlo en los próximos dos años. Yo lo decidí este año después de intentar denunciar la corrupción que vi con mis propios ojos en mi ex laburo en el Estado y que a NADIE le importe”. Gustavo Juan Francisco Simón Damasco.
“Se fue mi hijo mayor. Hipercapacitado para la nueva economía, profesional en administración de empresas, trilingüe. En 2019 post Paso se cortó toda inversión en su área y le llegaron ofertas atractivas. No dudó y no se equivocó. Ahora no pudo venir siquiera a visitar su familia y gastar su dinero”. Claudio Guida.
“Me fui en agosto 2019. Había perdido mi trabajo y no tenía ofertas en Argentina. Conseguí un trabajo en una startup en Düsseldorf. Gané calidad de vida, tranquilidad, estabilidad. Perdí el contacto diario con familiares y amigos. Me quedo acá”. Federico Augspach.
“La sensación de que en 10 años iba a estar igual o peor. Tener que pelear todos los meses el sueldo cobrando una miseria en dólares a pesar de que trabajaba exportando servicios. Me vine a estudiar dos años a Europa con una beca y no creo que encuentre motivos para volver”. Jorge Zavala.
“Tengo ciudadanía europea desde siempre. Nunca quise irme apostando a mi querida Argentina. Estoy vendiendo todo y rajando. No me estoy yendo, estoy huyendo mientras se pueda. Este país ya está destruido. No quiero ver el final”. Ricardo Meirovich.
“Dos de mis cuatro hijos están en Italia tramitando la ciudadanía. Uno piloto comercial de aviación, el otro licenciado en administración de empresas. Ambos hablan 4 idiomas. Argentina expulsa, escupe a los más valiosos”. Dra. S. Ribeiro.
“Mi hijo de 23 se fue hace un mes a España. Cuando estoy por deprimirme veo un noticiero o leo twitter y me siento súper feliz de haberlo apoyado”. Diana Suárez.
“La gente busca progreso, oportunidades, seguridad, algo de tranquilidad, no odio. Los que nos fuimos extrañamos, tenemos familia y amigos en Argentina. Es difícil ser extranjero pero muchas veces es más difícil ser extranjero de pensamiento en tu propio país”. Luis Iratchet.
“Vivimos 10 años afuera: Inglaterra primero, Brasil después. Volvimos a Argentina en 2018 con nuestros tres hijos (dos nacidos afuera) con la intención de establecernos. Compramos casa, conseguimos trabajo, etc. No nos pudimos adaptar. Con gap de 10 años, la decadencia es notoria. En 2019 decidimos que nos queríamos ir de nuevo. Busqué trabajo en Inglaterra con mis antiguos empleadores y nos fuimos en noviembre 2020. Estamos felices y vacunados con dos dosis. Es como vivir en otro planeta u otra dimensión. Muy difícil de explicar a los que nunca se fueron”. Nico Pierri.
“Decisión tomada en PASO 2019. Llegamos a Málaga en febrero ’20, pandemia de por medio nos reinventamos y acá estamos, familia completa, laburando mi mujer y yo. Ventajas: niños todo el año escolarizados, sin grandes encierros, cero dólar, cero inflación y cero inseguridad. En paz.” Mariano Cerezo.
“Nosotros estamos, en familia, preparando todo. Tres hermanas, esposos e hijas. Creemos que no hay solución para nuestro país. Haremos el sacrificio de emigrar para que no lo tengan que hacer nuestras hijas”. Ana Belén Cagnolatti.
“Me voy junto a mi mujer en 3 meses a vivir a España. Ambos somos médicos especialistas. Hace tiempo lo veníamos pensando y la vuelta del kirchnerismo en 2019 fue lo que nos terminó de decidir. Este país no cambia más. Sumado al destrato que sufrimos los médicos en esta pandemia”. Santiago Sotoa.
“Me fui en junio a Suecia, a los días se sumó mi pareja y mi hija viene en unos meses. Me voy porque no tolero vivir en un país donde el gobierno y gran parte de la población odia a mi familia y a mí por querer progresar. Me fui porque no quiero que me maten por un celular. Me voy porque mientras Argentina y gran parte de los argentinos odian a la clase media y al emprendedor, otros países te reciben con los brazos abiertos. Y no es culpa del gobierno argentino, no son exógenos, es culpa de gran parte de los argentinos”. Kamrat Berni.
Y sigue, y sigue, y sigue.
Mil argentinos dicen del futuro que no acá no encuentran. De la convivencia difícil. De la falta de. Todo es falta de. Lo que más abunda es la falta de. Está lleno de falta de.
Sin embargo, con lo desgarradoras que son las imágenes de las familias abrazadas en Ezeiza despidiendo al vástago, ni se acercan a lo que habrá sido el puerto de Génova al principio del siglo pasado.
Todo estaba más lejos, todo era más definitivo, todo era más brutal. Así nos lo contaron los abuelos. Ellos también sintieron en algún momento que su tierra estaba maldita, que no había futuro en la miseria.
Y refulgía en sus ojos la palabra “Argentina”, un lugar que apenas podían ubicar en el mapa chiquito de sus experiencias; relatos de comidas que se tiraban a la basura; tierra donde una semilla hacía milagros; las escuelas que se abrían generosas e iguales para todos los niños del mundo.
No fue fácil. Nos llevó cien años destruir todo aquello.
Hoy, lo que Argentina era para el mundo en 1920, es Canadá. Una tierra mítica de posibilidades y futuro.
Argentina, a los ojos de muchos argentinos, es pasado. En 100 años se dio vuelta la tortilla.
Allá donde había miseria, allá está ahora el sueño de futuro. Acá, como en el ’89, como en el 2001, los viajes son de ida.
El mundo se hizo más chico, todo queda más cerca, todo se sabe más rápido. Y siempre es más lindo el jardín del vecino.
El habitante del siglo XXI es más global de lo que nunca fue la humanidad en la historia. Hasta la peste es de todos. Claro, lo que cambia es la manera de enfrentarla.
A diferencia de otros países, en Argentina, como en Venezuela, no son los más pobres los que se van, sino la clase media ilustrada. La que tendría más herramientas para el cambio necesario.
No es el hambre de hoy el principal motivo de la huida. Es el hambre de mañana. Hambre de comida, de libertad, de respeto, de seguridad. Hambre de futuro.
Pero una cosa es irse y otra muy distinta, que te echen.
Todos tenemos la posibilidad de poner en la balanza por qué sí, por qué no. Justamente, porque la libertad -hay que repetirlo ahora más que nunca- es un acto individual.
No te la dan. Es tuya por el sólo hecho de haber nacido.
En este mar de los sargazos uno maneja el barquito de su vida como puede, como quiere, como sabe.
Por eso y sin cerrar ninguna puerta, con el pasaporte en la mano, por ahora me quedo acá; le deseo de corazón lo mejor a los que deciden irse, guardo el pañuelito en Ezeiza y vuelvo a casa. Porque no le doy ningún poder a la administración para que ordene dónde sí y donde no puedo construir la mansión de mis sueños.
No le tengo miedo a la murga de la Casa Rosada. Más temprano que tarde dejarán sus autos oficiales, sus prebendas roñosas y sus chotos privilegios.
No me extrañaría que los agarre finalmente, como todos esperamos, el militar al que más miedo le tienen: Comodoro Py. Para eso el Comodoro tendrá también que tomar su purga.
Me preocupa lo que va a quedar de nosotros cuando se vayan.
¿Qué será de los que festejan el dolor ajeno?
¿Qué será de los fanáticos cuando sus ídolos se encierren en sus mansiones de oro o en la cárcel que merecen?
¿Cómo amansaremos tanto odio?
¿Cuántos perros habrán muerto antes de que se termine la rabia?
¿Qué deberá ocurrir para que nadie sienta que el país lo expulsa?
Me preocupa más la ceguera de los buenos, la inacción de los mansos, el desinterés de los indiferentes.
Irse o quedarse no creo que sea la cuestión.
Nadie se saca la Argentina de encima fácilmente.
Me preocupa más, mucho más, saber cómo haremos para mirarnos a los ojos, después de habernos dicho todo lo que nos dijimos.
La palabra que no puedo olvidar es: “Mátense”.
(El Sol)
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