ENTREVISTA A JAIRO

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En la intimidad de su hogar, Jairo habla de su conmovedora y dramática historia junto a su mujer

Por Gabriela Grosso

Esta historia de amor bien merece una canción, o una película. El romance de Jairo (72) y la española Teresa Sainz de Los Terreros (70) no es uno más: acaban de cumplir 50 años juntos –coronados con cuatro hijos, Iván (48), Yaco (45), Mario (43) y Lucía (36), y siete nietos, Juana (20), Francisco (15), Lorenzo (10), Ulises (7), Alessia (6), Filippo (4) y Leonardo (dos meses)– y su love story no sólo venció obstáculos de distinta clase y se impuso con la fuerza de los amores que todo lo pueden, sino que hasta desafió a la muerte, que no los podrá separar (desde hace casi diez años ella sufre de Epoc Gold 1, superó dos cánceres y pasó por momentos muy críticos).

El poderoso flechazo inicial tuvo lugar en el Madrid de los 70, se afianzó en la década del 80 en Saint Germain en Laye, al oeste de París, y alcanzó su madurez y plenitud en los 90, en Vicente López. “Ella siempre fue mi musa”, dirá él en la entrevista, y se le iluminan los ojos cada vez que la nombra, como si fuera un adolescente que se acaba de enamorar. Aunque Teresa no participa de la nota porque no puede abandonar su habitación, en la que permanece en internación domiciliaria desde hace años, está onmipresente en la conversación, en cada rincón de la casa, en los gestos de Yaco, su hijo, y en la memoria prodigiosa del hombre que la ama y que evoca, con lujo de detalles, cada momento de una vida compartida.

–¿Qué recordás del día en el que la conociste?

–Teníamos una amiga en común, que yo conocí nada más llegar a Madrid, y ella tenía otra amiga de la misma edad, también conocida de Teresa. Me hice muy amigo de esas dos chicas y un día me cuentan que habían estado en la fiesta de ex alumnas de su escuela, y que se habían encontrado con Teresa, que hacía tiempo que no la veían, y que se parecía mucho a un dibujo que hacía yo. Un dibujito que repetía siempre: ojos grandes azules, con las manos en los bolsillos. Era un niño, no una niña. Pero ellas me dijeron: “Se parece mucho a tu dibujo”. Yo recién sacaba mi primer disco y había aparecido en la televisión de España por primera vez hacía quince días. La cuestión es que una de las chicas le dijo a Teresa que iban a organizar una fiesta en su casa el 25 de diciembre, por Navidad. La invitaron y me invitaron a mí también. Nos encontramos ahí. Nos habían juntado para que nos conociéramos, y me acuerdo que no hablamos ni una palabra. Nada. Ellas venían y me decían: “¨Pero dile algo”. Yo la saludé, nada más. Y de verdad era muy linda. Eso sí: cuando dijo que se iba, le pregunté: ¿”Te puedo acompañar”? Ahí las chicas respiraron. [Risas]. Y bueno la acompañé, caminamos cinco cuadras hasta la casa.

–¿Cómo fue esa caminata?

–Fue inolvidable. Porque estaba nevando, que para mí era algo muy extraño. Y porque en la puerta de la casa me animé y le dije: “Yo mañana tengo que ir a un programa de radio que transmiten en directo desde la plaza de Santa Ana, y me gustaría que me acompañes”. En el camino ella me preguntó por qué no hablaba. Es cierto que hablaba poco, era muy tímido. Y Teresa me preguntaba: “¿En Argentina nieva mucho?”, y yo: “No sé, qué sé yo… sí, en el sur”. Y de repente me cuenta: “Mira, el otro día estábamos cenando en casa toda la familia, con la televisión prendida, y de repente mi padre dijo ‘shhhh’, que nos calláramos, ‘déjenme escuchar a este chaval que canta muy bien’. Y fíjate cómo son las cosas, que ese chaval eras tú”. Increíble, ¿no? Me había visto en el primer programa de televisión que hice. Y bueno, primero no estaba convencida de acompañarme al día siguiente, pero al final dijo que sí. La pasé a buscar a las 10 de la mañana, fuimos al programa, después tomamos algo con los otros cantantes y, a partir de ese momento, nos vimos todos los días.

–¿Cómo te recibió su familia?

–La familia de ella no tiene nada que ver con el espectáculo. No tienen, ni han tenido, ni tendrán, supongo, ningún contacto con ese mundo. Era inverosímil que alguien del mundo del espectáculo llegara a esa familia, que era muy tradicional, monárquica, con una abuela marquesa… La verdad es que un cantante ahí no pintaba nada, así que yo empecé a frecuentar la casa medio como amigo, nunca dijimos que éramos novios formales, porque en realidad nunca lo fuimos. La hermana de ella, por ejemplo, llevaba un noviazgo formal. Es decir, tenía un novio que iba a la casa tal día de la semana. Yo no, yo llegaba, tocaba la puerta, me abrían y charlábamos, jugábamos a las cartas, por ahí nos íbamos a tomar algo. Como visitaba la casa todos los días –estaba completamente solo en Madrid–, cuando llegaba la hora de almorzar, me iba a comer un sándwich por ahí, en un bar a la vuelta que se llamaba Rocas Blancas. Entonces un día la madre la preguntó a ella: “Tu amigo está muy flaquito. ¿Come todos los días?”. “Sí, mamá, por favor, cómo no va a comer, no te metas”. “Porque yo lo veo que se va y me da pena. La próxima vez dile que se quede”. ¿Para qué le dijo eso?: ¡empecé a quedarme a comer todos los días! Al principio yo tenía como cierto temor de que la familia no me aceptara y sin embargo no, fue todo lo contrario.

–¿Qué te deslumbró de ella?

–Que era muy hermosa, tenía una cara increíble, unos ojos bellísimos. Y que era muy franca, muy frontal. Entonces cuando hablábamos, ¡hablábamos! Teresa tenía –tiene– una personalidad muy fuerte, e incluso se distinguía dentro de la casa por su personalidad. Además, creo porque estaba solo en España, también me atrajo el nido, la familia, había algo muy bonito ahí y me sentí protegido. Vivimos un lindísimo noviazgo, sin ser novios. Estuvimos un año y medio así hasta que un día, con esa personalidad que la caracteriza, ella nos sorprendió a todos en una comida familiar. Pidió un poquito de silencio porque quería decir algo muy importante, y todos la escucharon, por supuesto, y ahí dijo: “Jairo y yo nos vamos a casar”. Todos la miraron asombrados, ¡y yo también! Es cierto que habíamos hablado de casarnos, pero no estábamos decididos todavía.

–Cincuenta años después de eso y teniendo en cuenta que Teresa fue tu única novia, tu mujer, la madre de tus hijos, ¿cómo ves esa decisión algo intempestiva?

–Creo que fue una decisión que tenía una carga de audacia y de incertidumbre importante. Porque en esas circunstancias, era muy difícil que todo fuera bien. Yo era un cantante que recién empezaba, había tenido un éxito muy grande con una canción en Venezuela, Costa Rica, Puerto Rico… pero nada más. Entonces nos decían: “¿De qué van a vivir?”. Porque todos nos decían lo mismo: que éramos demasiado jóvenes.

–¿Tuvieron alguna crisis?

–No, jamás. Tuvimos discusiones como todas las parejas, pero nunca pasó de ahí. Siempre por cosas cotidianas o relativas a los chicos, pero ni cerca estuvimos de una crisis. Teresa tuvo una tarea muy importante en nuestra pareja, porque se ocupó de los niños todo el tiempo. Porque yo, en un momento dado, no paraba en casa. Salía a hacer una gira y volvía a los tres meses. Llamaba todos los días por teléfono, pero no es lo mismo. Ella se ocupaba de todo sola, sobre todo de la educación y la formación de los chicos. Y yo atribuyo a eso que los chicos tienen una cabecita muy bien amueblada. Eso es sobre todo por la influencia de ella, se lo deben a la madre.

–¿Es la persona que mejor te conoce?

–Creo que sí, me conoce todas las mañas, las virtudes y los defectos. Y yo soy quien más la conoce a ella.

–¿Cómo definirías este amor que te acompañó casi toda la vida?

–Para mantener muchos años una relación tiene que ser un vínculo que tenga algo de inteligente y mucho de comprensión. Hay que ceder ciertas cosas, de un lado y del otro. Nos acostumbramos a vivir juntos, estamos juntos, pero sin perder la pasión. Lamentablemente hace casi diez años ella tuvo este problema de salud y eso interrumpió nuestra vida común, tuvimos que adaptarnos a vivir de otra manera. Pero lo básico, lo esencial, sigue siendo igual, está intacto.

–¿Qué te pasa cuando la ves sufrir?

–Sufro mucho. Por supuesto que no se lo voy a demostrar, pero lo paso mal. Igual Teresa lo sabe, porque es muy inteligente, perceptiva y observadora.

–¿Qué aprendiste de ella a partir de cómo enfrenta su enfermedad?

–Yo aprendí mucho de Teresa siempre, desde el primer momento. Porque tenía una educación distinta, porque me introdujo a un mundo diferente. No fue fácil para mí, aunque todo ocurrió de manera natural entre nosotros y lo que hacíamos básicamente era seguir nuestros instintos y nada más. A esa edad el instinto es muy poderoso. No se trataba de imponer lo tuyo, sino de compartir lo que uno tenía. Y desde que está así, lo que he aprendido es a convivir con eso también, que es una situación irremediable. Durante su enfermedad hubo momentos críticos a un nivel de decir: “No podemos hacer más nada”. Y, sin embargo, ella siempre ha salido adelante. Yo creo que ese deseo de vivir de Teresa es un impulso muy fuerte para todos nosotros también, que nos lo transmite aun sin darse cuenta. Ella me ha dado más fuerzas y me ha hecho pensar que realmente todo es posible, que no hay nada que no se pueda conseguir.

–¿La pintura te ayuda a sobrellevar el encierro provocado por la pandemia?

–Más o menos. Yo creía que me iba a ayudar más. Incluso me preparé para eso, porque viendo que se extendía tanto encargué materiales como para pintar mucho, porque pensaba que así iba a pasar el tiempo mejor y no, a medida que transcurrían las semanas, estaba cada vez más desinflado.

–¿Y la música te sirve como cable a tierra?

–La música sí. He encontrado una manera: distribuí guitarras por toda la casa. Vengo acá, me siento, toco y canto. Siempre, todos los días. Hago algún zoom, tenemos preparados los micrófonos, la luz, todo, como para que suene bien y no sea una cosa fea.

–¿Ella fue tu musa en algún momento?

–Yo creo que siempre. Porque la inspiración es un fenómeno emocional, que está provocado por la conmoción que te genera algo. Puede ser un hecho fortuito, una obra de arte, un momento de la relación con tu mujer, en fin… Eso te conmueve y después, pasado un tiempo, tenés facilidad para hacer algo, para escribir una canción.

–¿Cómo manejás la distancia con hijos y nietos?

–Y… bastante mal. No me acostumbro a la distancia ni a las separaciones prolongadas. Como en este caso la pandemia, que ha impedido que ellos vengan o que nosotros podamos ir, porque teníamos programado hacer una gira por Europa el año pasado y tuvimos que suspenderla. Eso es tremendo. Este año tenían que venir Iván y Mario, pero no pudieron porque en ese momento no se podía viajar. Estamos alargando la separación cada vez más y lo más tremendo es decírselo a Teresa.

–¿Y ellos cómo viven desde lejos la enfermedad de su madre?

–A través de mí y de Yaco. El otro día nos escribieron todos. A él lo llaman y le dicen: “Gracias por ocuparte de mamá así” y esas cosas. Tienen una relación espectacular entre los hermanos. Se hablan todos los días, viven muy de cerca todo lo que le pasa a cada uno, se interesan, están involucrados en todo, es fantástico. A mí me encanta que sean así. Bueno, también es un trabajo de Teresa ese, yo también se lo atribuyo a ella eso.

–¿Hay algo que haya cambiado en la relación de ustedes a partir de su enfermedad?

–No ha cambiado mucho nuestra relación. Sí hubo cambios en lo cotidiano, el hecho de entrar a la cocina y verla cocinar, sentarnos a comer juntos, irnos a caminar por ahí, pasear, charlar, viajar. Eso se extraña mucho. Lamentablemente ella no se puede desplazar, así que no podemos ir a ningún lado.

Inseparables en las buenas y en las malas desde el día en el que se conocieron (nunca se separaron desde la primera vez que se vieron en una fiesta, en la Navidad de 1970), Jairo y Teresa comparten todo. Esta postal cargada de amor y ternura fue tomada en Madrid, en agosto de 1981, cuando ya hacía diez años que estaban juntos.

–¿Creés en Dios?

–Sí, pero tenemos una relación tensionada. En momentos de crisis extrema, te aferrás mucho. Me he sorprendido a mí mismo estando en el Hospital Británico, por ejemplo, Teresa en estado crítico en terapia intensiva, y yo buscando en los árboles ramas que se cruzaran, que hicieran cruces, y rezando. Uno busca un apoyo, algo que te sostenga, algo a qué aferrarte.

–¿En qué o en quiénes encontrás contención en los peores momentos?

–Nosotros somos dos con Yaco para apoyarnos. Y también están algunos amigos que nos quieren mucho. Yo creo que la gente se involucra también, conoce la historia, por eso no hay que tener miedo de hablar de estas cosas, a mí no me cuesta hablar de la enfermedad de Teresa, porque es una situación personal por la que uno está pasando, y eso me ha valido un apoyo incondicional de muchísima gente. Gente que me escribe, que me manda cosas, que me habla, que me envía saludos para Teresa… Se ha generado como una energía muy positiva que a ella le llega. Me encanta eso.

–¿Alguna vez pensaste cómo sería tu vida sin ella?

–No, prefiero no pensarlo. La cosa es muy vertiginosa y hubo un par de veces en que estuvo ahí, al borde de la muerte, y ahí se te pasan muchas cosas por la cabeza. Mi hijo Yaco me da mucha serenidad. Él es muy sentimental, pero, en los momentos críticos, tiene una gran serenidad, y logra transmitírmela.

(Gabriela Grosso / Revista ¡HOLA! / Fotos: Pilar Bustelo)

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