CULTURA /
"Astronauta", el cuento del domingo
Por Walter R. Quinteros
Nosotros lo encontramos gracias a los perros que ladraban. Era de madrugada, Simón agarró la escopeta y yo abrí el tambor del revólver, tenía las cinco balas y salimos.
Los perros estaban muy nerviosos. Esta vez el puma no se nos escapa, dijo Simón y yo cerré la puerta del rancho con el pasador de afuera. Estaba medio dormido todavía. Pero los corrales estaban bien, no faltaba ningún animal, seguimos hasta la represa de agua y ahí a un costado, estaba el bulto. Había entrado un tanto así, en el barro.
Era a eso a lo que le ladraban los perros y por lo que los animales estaban medio asustados, era un bulto que parecía brillar como una linterna con la lámpara para abajo. Le apuntamos mientras nos acercábamos sin hablar y ahí, bien cerquita lo vimos bien. Tenía como un casco y como un buzo de bombero todo plateado y brillante y era grande, un tipo alto y estaba como mirando al cielo, con las piernas y los brazos abiertos, pero blando, desarmado por dentro. Porque lo tocamos con unos palos.
Los perros no se acercaron mucho. Simón, que sabe más que yo, me dijo que parecía un astronauta que se cayó del cielo, seguramente habría estado arreglando algo del cohete, y que se cayó, pero no tiene ninguna bandera en las mangas como para saber de dónde es. Me contó que él sabía eso porque una vez, cuando fue al pueblo, entró a una peluquería y vio las fotos de los astronautas en una revista y me decía que al otro día se iba a bañar y que le prestara mi camisa limpia y que se iba a poner el pantalón del difunto tío Gaspar y que iba a ir a la peluquería para que ellos les avisen a los astronautas de la revista, que había caído uno de ellos en el campo, y que si hacía falta les iba a dibujar cómo llegar.
Yo le dije que se vaya tranquilo, pero que me deje la escopeta, por las dudas. Después nos sentamos cerca, mirando hacia el cielo y para todos lados hasta que empezó como a clarear, como que amanecía y los perros empezaron a ladrar de nuevo, estaban medio locos, corrían para todas partes. Simón me dijo, que no amanecía. No Pedro, el sol nunca sale por allá, el sol siempre sale del otro lado. Y no me dijo más nada y yo tampoco pude decir nada y desde ahí no vemos nada, porque esa luz que vino, nos dejó ciegos.
©Walter Ricardo Quinteros (Cuaderno de las malas noticias) / La Gaceta Liberal
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