TODO SIRVE PARA ADOCTRINAR

OPINIÓN /

El kirchnerismo ya no sorprende

Por Carlos Mira

La tapa de ayer del órgano oficial del gobierno -Página 12- ahorraría decenas de comentarios como éste. El solo verla implica un despertar inmediato sobre los que le espera a la Argentina y la senda sobre la cual está el país.

En la ilustración pueden verse a un hombre y a una mujer con las facciones de los cómics de las décadas del ’60 y del ’70. Ambos tienen caras angulosas y están mirando hacia el horizonte. Sus rasgos no parecen argentinos. Parecen salidos de una historieta.

Los colores que invaden toda la ilustración son el gris y el rojo. Ambos personajes visten mamelucos de obreros y la mujer un cap que es un híbrido entre un elemento de seguridad y uno de aquellos birretes con visera que usaba Fidel Castro.

El mameluco del hombre es enteramente rojo; el de la mujer, gris, con una remera roja que se deja ver abajo. El cap es rojo. Debajo de ellos hay otra persona con un mameluco rojo y una máscara de soldar. Está operando un soldador de punto.


Los dos principales también llevan herramientas. No son computadores, ni robots, ni tablets, ni relojes inteligentes. Son llaves inglesas, destornilladores y un rollo de alambre cargado al hombro.

Por detrás se ve una especie de telón gris con círculos rojos como si fuera el dibujo de un blanco para tirar dardos. También se ve, en un segundo plano, a alguien subiendo a un poste de electricidad con las típicas conexiones y tendidos de cables del siglo XX.

El titular del diario es “La Columna Vertebral” y en la bajada se dice que el gobierno comenzó a hablar con los gremios para asegurarles que “no habrá techo paritario y que los sueldos le tienen que ganar a la inflación”.

La ilustración parece extraída de un diario ruso previo a la revolución bolchevique cuando esos medios militantes transmitían la imagen de Lenin y el decálogo de lo que se avecinaba. Es una perfecta pieza de penetración cultural, lavado de cerebro y dominación subliminal. Nada fue dejado al azar. Todo fue pensado como si la Argentina estuviera en un túnel del tiempo que la retrotrajo 100 años.

La tapa del órgano mediático oficial resume como nada el plan que tienen en mente: un ejército de zombies, de “hombres nuevos”, al mando de un comando fascista unificado que los dirige como un rebaño y que permanentemente les pone su bota encima de la cabeza para que siempre sean soldados y nunca aspiren a un crecimiento individual, independiente, solo dictado por sus sueños personales.

Lo que hay aquí es un “proyecto nacional”, no millones de sueños individuales por los cuales cada uno brega en la vida, compitiendo, trabajando y colaborando con el otro. No: aquí somos todos soldados rasos, munidos de llaves inglesas y soldadores de punto, que cumplimos el plan dictado por el generalato. Todos con los mismos mamelucos, todos bajo los mismos colores: el gris triste de la igualdad comunista y el rojo sangre que simboliza los crímenes que cometen para alcanzar su objetivo de dominación.

Los destinatarios de la penetración cultural reciben el bombardeo sobre la cantinela de los salarios superando a la inflación y sobre ésta como el resultado de la conducta delictiva de los “enemigos”, aquellos que emprenden, que arriesgan capital propio, que inventan, que crean, que desarrollan, que innovan. Esos, a los que hay que destruir.

Otro medio, Infobae, pone en uno de sus titulares la noticia de que el gobierno “enviará a las organizaciones sociales a los supermercados a controlar los precios”, en otra andanada de similitudes con los “colectivos” venezolanos que salen a las calles a asolar a la gente que resiste la dictadura bolivariana de Maduro.


Los precios en la Argentina llevan metidos dentro de su número toda la desgracia del país: el Estado. Esa cifra, que el aparato de propaganda del oficial y de los órganos paraestatales atribuyen a “los empresarios” en realidad es provocada por una sola causa: los impuestos. Si un consumidor pudiera pagar en una caja el precio real de los artículos (sean estos alimentos, bienes durables, o servicios) y en otra los impuestos tendría una aproximación más real de dónde está y de quién es el problema en la Argentina.

Esta guerra de clases que el gobierno quiere transmitir por todos los medios posibles -incluida, claro está, la tapa de Página 12- es una guerra irreal que solo le sirve a la casta privilegiada que son ellos para seguir formando cabezas limadas que no piensen.

Hoy en día prácticamente no se puede tomar ningún bien o servicio que se ofrezca en la Argentina que no tenga una carga impositiva que baje del 60%. Mientras un productor de soja en los EEUU recibe unos U$S 507 por tonelada de soja, un uruguayo U$S 500, un brasileño U$S 495 y un paraguayo U$S 480, un argentino recibe U$S 176, por la misma tonelada. El resto de los casi U$S 400 de diferencia se lo queda el Estado. Pero es la nomenklatura que se sienta en sus sillones la que envía a sus milicias a controlar los precios a los supermercados.

Todo ese diferencial es riqueza que se le roba a quien la produce para quedársela ellos en sus propios bolsillos por la vía de pagar sueldos públicos a los millones de militantes que han incrustado en todas partes; repartiendo planes y dinero a mansalva entre las “organizaciones sociales” a las que luego usan como fuerzas de choque; dándole rienda suelta, por ejemplo, a la comandante de El Calafate para que multiplique por cuatro los gastos del Senado, en fin, un despilfarro agotador que pagan los argentinos con cada vez más pobreza, mientras ellos son cada vez más ricos y privilegiados. Mientras la inflación que genera el derroche, el robo y la emisión descontrolada de dinero falso les come el ingreso a los trabajadores con los que luego tienen el tupé de ilustrar la tapa de sus diarios oficiales.

Si esta mentira repiqueteada como una gota china por todos los medios habidos y por haber no es detenida, o si una fuerza de conciencia social no surge rápidamente en la Argentina, el modelo descrito por Página 12, esa decrepitud que desafía el tiempo y que endereza a la Argentina hacia un pasado que el mundo dejó atrás -un pasado de soldadores, llaves inglesas y alambres al hombro-, se impondrá en el país. Y si lo hace ya no habrá regreso al futuro.

(Tribuna de Periodistas)

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