LAS CHICAS DE "LAS CASITAS"

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El paisaje de la Patagonia es más parecido a la Luna que a la Tierra

Por Mario Novack 

Carmen Egues, era uruguaya. Llegó a estas tierras allá por mediados del 40, montando una red impresionante de corrupción, influencias y poder económico y político. Fue dueña de la primera Línea Aérea que unía gran parte de la Patagonia.

Hasta se dio el lujo de contratar a un ex piloto francés de la Segunda Guerra Mundial llamado Pierre Chennal, además aventurero y escritor. 

Los mayores en Río Gallegos tienen el recuerdo de una mujer bella, decidida y con un detalle distintivo: una cadena anudada a su tobillo derecho.

Sin embargo, las cosas que ocurrían puertas adentro de las bajas tienen historia y mucha. Esa que con maestría desgrana el maestro Mario Marazzi, que nos entrega este fabuloso relato.

Fue hembra 

El paisaje de la Patagonia es más parecido a la Luna que a la Tierra. (Orielle Antonie, autoproclamado “Rey de la Patagonia” en 1860)

El 22 de agosto de 2020, Susana Egues cumplió 60 años. Nació, lo recuerdo bien, un 22 de agosto de 1960 y fue inscripta en el Registro Civil de Río Gallegos por la Coca Egues y como testigo firmó un tal Pedro Bórys, uno de los alcahuetes de “La Coca”, apodo de Carmen Egues de Martínez, ama y señora de las “casitas” desde Bahía Blanca hasta Ushuaia. 

Algo así como 45 prostíbulos desparramados con inteligencia y conocimiento pleno. Y la anuencia necesaria de la policía y el juez de cada pueblo, todos ellos concurrentes casi de asistencia perfecta a la canallesca oferta de la Coca.

Mirta

Cuando en abril de 1957 Mirta Villamagna decidió dejar su Punta Arenas natal, jamás imaginó que el destino había reservado para ella el sucio y oscuro futuro de la humillación.

Encontró unos pesos arrugados en el armario de la ropa, entre unas camisetas gruesas de su madre. Seguramente el mismo lugar donde su padre sacaba dinero para emborracharse hasta que la madre lo echó a fuerza de gritos y sartenazos. 

Mirta llegó a Gallegos para fin de año, cuando el frío afloja un poco. Consiguió entrar como repositora en Argensud, pero pasadas las Fiestas le dieron puerta, como diría un español.

Se había alojado en la Pensión Covadonga, la más barata que encontró en aquel Río Gallegos que recién amanecía a la vida nacional, como capital de la provincia de Santa Cruz. Hacía muy poco había abandonado su condición de Territorio y pasaba a ser una provincia más.

Mirta Villamagna ingresó a uno de los prostíbulos de Río Gallegos, integrante de “la cadena del placer” de la Coca, en Junio del 58 cuando la temperie es un azote que castiga impiadosamente, asociado con el viento. Quedó embarazada a fines del 59, vaya el Diablo a saber de quien y la Coca, que sin dudas estaba en uno de sus pocos días buenos, optó por no echarla a la calle. Mirta Villamagna seguiría en la “casita” a cargo de tareas menores como la limpieza de las habitaciones y ayudar en la cocina.

La condición de tanta generosidad fue terrible:

Si tienes un machito te lo quedas y a los diez días de nacido desaparecen los dos. Si nace hembra te quedas aquí con ella, hasta que dejes de darle la teta. Después te vas de aquí para siempre y me dejas la nena. Quedate tranquila, va a vivir muy bien, la voy a anotar como si fuese hija mía.

La beba, bautizada por la Coca como “Susana Egues” era bastante feucha como la mayoría de los recién nacidos y su apodo “la Coquita” fue un presagio perfectamente previsible . Cuando en los primeros días de Noviembre Mirta debió dejar la “casita”, sabía que volver a encontrarse con su hija sería una tarea casi imposible.

Un sargento del cuartel, de apellido Ormeño, se había enamorado de Mirta. Tanto es así que incluso le ofreció hacerse cargo de la beba, dándole su apellido. Cuando Mirta lo consultó con la Coca por única respuesta recibió una grosera e irónica carcajada. Pero lo de Ormeño no era calentura pasajera sino un sentimiento fuerte metido en un corpachón de 97 kilos en un metro setenta y ocho de altura. Entre el uniforme verde oliva, el birrete y el físico intimidante hacían sentir su decisión de seguir “hasta las últimas consecuencias”.

Todos los testigos estaban comprados por la Coca Carmen Egues de Martínez por lo cual ninguno se le ocurrió decir la verdad. Lo que realmente habían presenciado aquella noche cuando el Sargento Ormeño fue ajusticiado de dos cobardes puñaladas sin darle tiempo, siquiera, para desenfundar su arma reglamentaria. No se escuchó otra cosa que ese grito sordo de Ormeño metido dentro de un espeso vómito de sangre.

Hoy, 22 de agosto de 2020 la señora Susana Egues estará cumpliendo sus sesenta años de edad. Aquellas “casitas” dejaron de funcionar hace varios años. A esta altura la Coca habrá muerto o será una anciana decrépita, envuelta en sus recuerdos terribles e imperdonables. Dicen que –alojada en un costoso geriátrico de Bahía Blanca- ninguna de las cinco “hijas” la visitaron en los últimos años, aunque ella seguía llamándolas.- 

Susana

—¿Es verdad que hace muchos años que no sabes nada de tu madre, digo, de Mirta?

Mi madre de verdad, la señora Mirta, volvió a Chile allá por el 80, hace 30 años, días más días menos. Había fallecido la madre, o sea mi abuela. Dijo y agregó;

No tenía hermanos, el padre había muerto unos años antes. Me contaron que vendió la casa paterna y decidió viajar hacia el Norte; quizá haya ido a Valparaíso que varias veces me lo contaba como un sueño incumplido. Vaya uno a saber… 

(Sobre borradores de Mario Marazzi – Río Gallegos – 2017 – Buenos Aires)
(eldiarionuevodia)

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