DESÓRDENES

OPINIÓN /

El desorden político corrió de la escena al desorden económico


Por Sergio Crivelli

En plena crisis cambiaria Cristina Kirchner tomó distancia de Fernández. El anticapitalismo de salón pasó a los hechos en Entre Ríos. En Guernica las balas de goma liquidaron al relato

Cuando un gobierno se desorienta no resuelve problemas, los renueva continuamente. El de Alberto Fernández transita esa etapa, empujado por un cúmulo de errores que profundizaron la crisis y hacen incierto su futuro.

La semana pasada consiguió atenuar el descontrol del dólar pero la tregua duró poco. Se encontró con que su electora y principal apoyo político tomaba distancia, dando una señal inquietante no sólo a los mercados sino también a la heterogénea coalición oficialista.

Para que se entendiera bien la vicepresidenta repitió su mensaje. El lunes difundió una carta de alto impacto en la que se alarmaba por la crisis y cuestionaba la mala praxis y los colaboradores del presidente. Por si con esto no alcanzaba, en la madrugada del jueves hubo otro gesto en el Congreso igualmente demoledor: su hijo y presidente del bloque de diputados del Frente de Todos decidió no hablar en el cierre del debate sobre el presupuesto 2021.

Los usos parlamentarios prescriben que el primero en hablar es el miembro informante del proyecto. Así lo hizo el presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda para defender sus aspectos técnicos. Quien cierra el debate es siempre el presidente del bloque oficialista; le corresponde la defensa política de la “ley de leyes”, porque se trata del programa del gobierno puesto en cifras. Lo que defiende en realidad es menos el proyecto que al presidente. Insólitamente Máximo Kirchner declinó esa responsabilidad.

Pero no fue el único en lavarse las manos. El viernes Fernández deslindó responsabilidades respecto de los desalojos de usurpadores en Guernica y en Entre Ríos. Del primero, conseguido mediante una violenta represión policial, hizo responsables a dos protegidos de Cristina Kirchner: Sergio Berni y Axel Kicillof. Del segundo, a la Justicia entrerriana y a la policía a cargo del gobernador Bordet.

A falta de opositores a quienes culpar, se acusan entre oficialistas. No hay solidaridad, sino la simple intención de descargar en terceros el costo de las imágenes de la guardia de infantería avanzando sobre tierra arrasada, de casillas en llamas y niños llorando. Todo se redujo a esquivar el bulto o tener reacciones extravagantes como la de Kicillof de entregar 300 mil pesos a cada usurpador para que deje de usurpar.

Como cabía esperar también los medios tuvieron su cuota de reprobación presidencial por informar sobre las disidencias dentro del oficialismo que, según Fernández, no existen. Más aún, leyó la carta crítica de CFK como una muestra de apoyo. Fue después de reponerse del estupor. Qué otra cosa podría decir.

El desorden político llegó a un punto que no sólo la vicepresidenta tomó distancia; hasta la Iglesia que había respaldado al gobierno peronista con la misma determinación con que rechazó a Mauricio Macri se vio obligada a repudiar las usurpaciones.

No era para menos: la oposición se estaba haciendo un festival con los labradores surrealistas de Grabois, con su amigo el papa Bergoglio y monseñor Ojea, pintoresco grupo oficialista al que Miguel Pichetto tiene siempre presente en sus oraciones.

Salió, asimismo, a repudiar las tomas Horacio Rodríguez Larreta, en contra de su notoria inclinación a consolidar la situación de las villas porteñas y urbanizarlas con arquitectos escandinavos. El repudio generalizado que el caos estaba provocando especialmente entre los sectores medios y medios bajos lo obligó a alejarse de Fernández, su ex socio de pandemia.

Otro dato destacado de la carta de Cristina Kirchner fue la propuesta de un pacto multisectorial, de partidos y corporaciones, para salir de la crisis monetaria. Más allá de algunas incoherencias como la de demonizar al macrismo y a los empresarios y unos párrafos después invitarlos al diálogo, el convite se transformó en un embrión de conflicto para la oposición, sector en el que la dirigencia ha empezado a desperezarse alentada por la endeblez del gobierno.

El primero en ver venir la crisis devastadora fue Mauricio Macri. Después de un cortísimo “silenzio stampa” autoimpuesto, volvió a los medios a buscar sin disimulo el liderazgo opositor. Con su ejercicio epistolar Cristina Kirchner no hizo más que seguirlo. Pero a Macri lo quiere jubilar un sector del PRO encabezado por Rodríguez Larreta que llamó en su auxilio a Elisa Carrió. La ex diputada también interrumpió abruptamente sus vacaciones y volvió al ruedo para jugar en la interna opositora (ver Visto y Oído). Esto es así, porque la crisis política se superpuso a la económica y mostró la necesidad de un liderazgo fuerte como primera condición para empezar a buscar una salida. Oficialistas y opositores parecen coincidir en ese diagnóstico. El remedio es otra historia. La historia de los que se quieren empezar a probarse la ropa de Fernández.

(La Prensa / Foto: Archivo)

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