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Es la joya que tiene River Plate
En Calchín hubo fiesta hasta bien entrada la madrugada. En Núñez también.
En aquella pequeña localidad cordobesa brindan a la distancia por su pichón de crack, y es Marcelo Gallardo el que en un abrazo se lo transmitió en el vestuario. Es Julián Álvarez quien en Córdoba y anoche en Avellaneda se ganó los aplausos de todo el mundo River gracias a ese doblete que no sólo confirma por qué con 20 años es una de las grandes promesas del club: con sus dos gritos el equipo consiguió vencer a San Pablo y clasificó a los octavos de la Libertadores a una fecha del final. Y ahora, el 20 de octubre, irá por el primer puesto del grupo D ante Liga de Quito, hoy el que marca el rumbo en la tabla.
Es cierto: River por ahora marcha escolta pero su juego pica en punta. Lo que se vio en el Libertadores de América fue todo nuevo (estreno de luces en el estadio del Rojo y pilcha en composé) menos la estirpe futbolística del equipo de Gallardo, que por primera vez le ganó de local a un rival brasileño por Copa. Y alcanza con repasar el cuadro por cuadro de cómo se gestó ese primer gol del Araña para entenderlo: una jugada en la que hasta Armani participó saliendo de abajo y que pasó de pierna a pierna hasta llegar a la humanidad de este delantero de 20 años que no asombra que ya tenga una cláusula de salida de 25 millones de euros... Fue un gol made in River, sin dudas. Un golazo que envalentonó a todo el equipo, al punto que ni siquiera el empate del conjunto paulista (cabezazo de Diego) logró desalentar esa búsqueda incesante.
Por el contrario. El elenco de Núñez jamás dejó de pisar el acelerador en ese primer tiempo vertiginoso, que tuvo a un Nicolás De La Cruz en una versión top: despliegue, inteligencia pura, pase claro... El uruguayo fue una de las piezas clave en la generación de juego y que abasteció a las fieras que habitan en el ataque de River. Porque si bien Matías Suárez se quedó con el grito atragantado, el Oreja fue importantísimo para dar vuelta la historia: corrida por izquierda, pausa y descarga precisa para asistir a Álvarez, el pollo del DT que en tres juegos ya convirtió cuatro goles...
Con esa ventaja, River jugó el segundo tiempo, con sapiencia. Dosificando cargas y evitando un desgaste mayor desde lo físico -imposible sostener el ritmo de la primera parte-, se vio a un equipo que intentó esperar agazapado por una contra letal mientras San Pablo iba a la carga por la remontada. Y claro, los brasileños apretaron y le generaron más de un susto a Armani y compañía, sobre todo a través de las pelotas paradas. Sin embargo, el arquero de los 100 partidos -más la ayuda posterior de Martínez Quarta- dijo presente cuando lo llamaron, como cuando le puso el cuerpo entero a un remate de Brenner...
Pese a ese par de sofocones en el cierre, el conjunto de Gallardo pudo apretar el puño y celebrar una clasificación que se ganó con justicia. Diez goles en tres partidos y un juego que invita a creer que a este River no hay pandemia que le haga perder las convicciones. El ritmo, por caso, se recupera rápido y lo dejó demostrado.
Con su joyita Álvarez en un momento soñado y en pleno crecimiento, River se ilusiona y ya está en octavos. Le queda el duelo ante LDU en Avellaneda, en busca de cerrar esta primera fase con la punta. ¡Joya, River!
Pero miralo al pibe Álvarez.
El homenaje fue premonición. Calchín le rindió tributo con un video, rotulado con esa frase que se repetía en las tribunas del Atlético y que sigue vigente.
Miralo al pibe Julián Álvarez. Cuatro partidos en la Copa Libertadores 2020, tres desde su reinicio, y tres goles. Y una asistencia ante San Pablo, en Brasil, que pudo tener remake en Avellaneda si Montiel convertía ese pase profundo que el delantero cordobés le cedió con sutil jerarquía.
Miralo al pibe Álvarez. El que a los 11 años, según los registros fílmicos, ya soñaba con jugar un Mundial después de haber marcado 33 goles en un mismo torneo en la Liga de Oncativo. Ese talento que a los 15 decidió salir del pueblo anhelando una oportunidad en Primera. Y que en su año especial sigue cosechando marcas propias: ya es el goleador de River en la Libertadores, con cuatro goles, con doblete incluido, el primero que se anota en la elite.
Hay que mirarlo a Julián Álvarez para comprender por qué Marcelo Gallardo confía tanto en él. No sólo lo pondera por la calidad que exhibió para definir un gol construido en equipo, elaborado de 17 toques -no todos limpios: los últimos ocho, clarísimos- ante la salida de Tiago Volpi. Es un pibe de 20 que razona fútbol como un referente de 30: entiende tácticamente su rol, retrocediendo por la banda o filtrándose por dentro en pos de contribuir con la marca, sin esquivarle a la fajina como demostró en la génesis de su segundo gol.
Porque Álvarez se plantó en el medio, descargó y luego se reposicionó con criterio para aparecer en zona de remate tras la habilitación de Suárez. Y demostró que haber sido ungido a los 18 años con la 9 de River -ese año en el que egresó de la secundaria y, una semana más tarde, jugó la final de la Libertadores en Madrid- no fue una exageración sino un acierto.
Miralo al pibe Álvarez, que va dejando de ser pibe para ser realidad. Que post cuarentena se asentó como atacante por derecha en el 4-3-3 de Gallardo, que ya superó la cantidad de goles que había marcado en sus 26 partidos anteriores (tres, más tres asistencias).
Miralo: vale la pena.
(Olé)
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