EL DÓLAR A $167

OPINIÓN /

Refleja lo que la sociedad opina del gobierno






Por Sergio Crivelli

Alberto Fernández recibió problemas económicos que agravó de manera exponencial. Lo hizo por inacción, falta de plan y de idoneidad, pero no es eso lo peor, sino que cuando admite un error y quiere rectificarlo no puede por falta de poder real.

La primera estación del actual vía crucis de la economía fueron las PASO del 11 de agosto de 2019. Ese día ganó el peronismo y al siguiente el dólar se disparó y la actividad económica que había mostrado una tímida tendencia a recuperarse volvió barranca abajo. Segunda estación: el PBI cayó fuerte en el primer trimestre de 2020, antes de la cuarentena.

La desconfianza en las nuevas autoridades estaba justificada, aunque los medios, los empresarios, los sindicalistas, toda la clase política (hasta los opositores), la Iglesia y el papa Bergoglio las apoyaron con alegría y entusiasmo. Después las corporaciones salieron silenciosamente de la escena, el Papa enmudeció y la oposición comenzó a criticarlas presionada por la gente que se volcó a la calle sin esperar que la convocaran.

Fernández quiso usar la cuarentena para fortalecerse políticamente, pero consiguió lo contrario. Aumentó el gasto público más allá de cualquier proporción racional con la excusa de la pandemia y lo financió con emisión, porque la Argentina no tiene crédito. Consecuencia: ahora tampoco tiene moneda y está pagando más rápido de lo que imaginaba el costo político de su irresponsabilidad. El dólar no tiene precio en pesos porque nadie quiere pesos, lo que acelera el proceso inflacionario y empobrecedor.

Pero megaerrores de gestión, como el cepo o el encierro más largo del mundo por nombrar solo dos, no constituyen como ya se dijo el principal problema del presidente. Hay otros peores. Ha visto las encuestas y está al tanto de las preocupaciones sociales, pero no puede cambiar el rumbo.

Sirve para ilustrar esta situación, como un ejemplo entre otros, la búsqueda de un acuerdo con el FMI. El presidente y el ministro Martín Guzmán reconocen que es fundamental para empezar a estabilizar la economía y optaron por no confrontar con el organismo. Dejaron de lado la retórica nacional y popular. Por el contrario, Fernández se expresó favor de “acelerar un acuerdo” y desde el Fondo le contestaron con música para sus oídos: “No le vamos a exigir a Argentina un ajuste”. Los burócratas de Washington no quieren que les echen la culpa de otra debacle argentina.

Pero esas palabras admiten también otra lectura. Al gobierno norteamericano, cuyas recomendaciones oyen puntualmente los burócratas, le interesa menos el recorte del gasto público de un país irrelevante para la economía mundial que su alineamiento político con el Departamento de Estado. Más concretamente el alineamiento hemisférico, algo que Fernández quiso concederle apoyando el informe Bachelet en la ONU.

La decisión de repudiar flagrantes violaciones de los derechos humanos del régimen de Maduro terminó siendo un tiro en el pie. La decisión fue cuestionada por kirchneristas de cuarta línea, Bonafini, D´Elía, Grabois, etcétera, pero eso no es un atenuante, sino un agravante de la falta de autoridad presidencial. Cualquiera lo desafía desde su propio espacio.

Además la lógica más elemental indica que jamás hubieran actuado con esa agresividad sin el visto bueno de Cristina Kirchner.

Además la relación con Venezuela gatilló una crisis en el servicio exterior de la cual el canciller Felipe Solá también salió mal parado. El embajador Carlos Raimundi desoyó sus instrucciones, dijo lo que le parecía sobre la dictadura de Nicolás Maduro y no pudo ser echado por el presidente. Un caso extraordinario de impotencia política.

También quiso reabrir las escuelas, porque las encuestas lo aconsejan, pero los sindicatos lo frenaron. Lo trataron como si fuera del PRO. Todo quedó reducido a una reapertura mínima para actividades no escolares.

También quería atenuar la cuarentena, pero no pudo. En este terreno sus penurias no sólo proviene de sus partidarios, sino de toda la sociedad. Nadie cumple las reglas que se impusieron cuando había 100 casos por día, entre otros razones, porque ahora hay 16 mil casos por día, siguen usando la misma receta y la economía está hecha añicos.

La seguridad pública también se desintegró, los mapuches toman tierras en Río Negro, sus émulos bonaerenses hacen otro tanto en Guernica y el jefe de la policía Sergio Berni se excusa de manera insólita: alega incapacidad operacional. Es decir confiesa que los bonaerenses están en manos de delincuentes.

Este escenario caótico no se desmonta con un cambio de gabinete. La causa de fondo es la instalación de un presidente sin poder ni autoridad. La que tiene el poder para salir de la crisis es quien lo instaló, Cristina Kirchner. Hay que ver si también tiene las ideas necesarias.

(La Prensa)

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