HISTORIAS /
Daniel Salzano vuelve al SorocabanaPor Walter R. Quinteros
Algunos canallas, durante la semana pasada, habían dañado la escultura de Daniel Salzano. Canallas, porquerías y otras yerbas escondidas en el anonimato. Hubo que remover la escultura de la esquina que habitaba desde el 2016, la del querido bar Sorocabana.
No éramos amigos con Daniel, pero nos saludábamos, compartimos un par de charlas y un par de cafés, compartimos el gusto por el cine, por las letras, por la forma de contar y un trabajo en la Municipalidad de Córdoba.
Sepan, a modo de confesión, que fui uno de los tantos que lloró su partida.
Nadie se había dado cuenta, pero una parte muy grande de la cultura de Córdoba había quedado huerfanita.
Ya está, está instalado nuevamente en la mesa de la esquina de Buenos Aires y San Jerónimo, en una mesa del bar. Gracias, señores restauradores por esta gesta inolvidable.
"¡Eh, amigo! Vos que andai por ahí cerquita, saludalo, sentate a su lado, hablá con él, deja que te cuente, el tipo sabe de eso, llevá papel y lápiz para anotar, escuchalo y miralo, miralo bien, vas a notar que hay una especie de aureola sobre su cabeza, no cualquiera la lleva".
Algo de Daniel Salzano para compartir
Eso me mata
De todos los mozos/ del Sorocabana/ el que mejor hacía los licuados/ era el primero de la izquierda/ un tipo con uñas de guitarrista/ que pelaba las bananas/ como si estuviera transplantando un corazón./ Unicamente observando/ muy atentamente/ podías advertir que ponía la misma cantidad de hielo picado/ y azúcar/ que todo lo demás/ pero que tenía una técnica distinta/ para pulsar el arranque:/ en lugar de llevar el botón/ del 0 al 1 y del 1 al 2/ lo colocaba de un saque/ en un punto que directamente no existía/ una especie de 1,781226/ que mantenía con la mandíbula tensa y el brazo flexionado/ como si llevara un revólver en la axila./ Todo eso lo veía/ con las punta de los pies/ apoyados en los estribos de la barra/ asomado a la altura del metal del mostrador./ Con el mismo hielo y la misma leche/ con que los demás sacaban un vaso/ él sacaba un vaso y medio/ lo acomodaba sobre una servilleta de papel/ y te decía servido caballero./ Eso me mataba./ Hay una etapa de la vida de los hombres/ en la que uno no sabe ni qué hacer ni qué decir. /Bueno/ en esa etapa es importante que te digan caballero./ Hay tipos que comprenden todo/ aunque su único trabajo sea licuar banana con leche./ Hay tipos en cambio/ que nunca comprenden nada./ Muchas veces al comenzar a escribir una crónica/ pienso que puede haber un chico observándome/ con la punta los pies apoyados en los estribos del estaño./ Siempre y cuando consiga llegar y mantenerme/ en el 1,781226/ no hay ninguna diferencia/ entre escribir una buena crónica y preparar un buen licuado./ Ese momento de la profesión es el que verdaderamente me mata/ caballeros./
(LGL / Foto: Infobae)
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