CRUZ DEL EJE: EL ÁRBOL QUE ERA TESTIGO

HISTORIAS /

 De mi primer beso


Es así, todo termina, a él, lo eliminaron sin contemplaciones, no le permitieron esgrimir sus argumentos defensivos, de explicar el porqué. Nada. Lo asesinaron sin preguntarle que lo llevó a levantar la vereda que lo aprisionaba, que le quitaba libertades. 

Recordaría, seguramente antes de caer, que estuvo ahí a lo largo de décadas plantado en esa vereda, por unas buenas manos que en aquel entonces consideraron que ese era un buen lugar para él. 

Ahora otras manos se lo llevan, sin dejar que diga cuánto vio o escuchó o, a cuantos cobijó. Nada. Era apenas un testigo molesto que entorpecía el camino al dique con su torpe forma y sus ridículas flores que polinizaban las mariposas Monarcas o, que daban ese néctar que era el favorito de los colibrís. 

Creo, se llamaba Ceiba speciosa. 

La crónica dice que desde la Secretaría de Obras y Servicios Públicos, le bajaron el pulgar. Consideró el Concejo de Sabios que integra esa repartición, que el canalla debía morir. 

Entonces, un día, el enano bullanguero, vestido para la ocasión, aplicó con fuerza los palillos sobre el redoblante. Sonaba algo así como rataplán plán plán.

El anunciador del bando del jefe, también vestido para la ocasión, leyó el bando emitido: "El Concejo de Sabios informa a la población que se ordenó extraer un árbol de gran porte en la calle Sarmiento, frente al CIC. Se ha tomado esta decisión ya que el mismo cometió el delito de levantar la calzada y los verdes señoriales de tan importante arteria". Rataplán plán plán.

Y cayó. Sin decir una palabra, sin decir nada, sin mandar al frente a todos los otros árboles que entorpecen a los peatones de esta ciudad, sin decir dónde también están plantados los otros que levantan las veredas. Sin que nadie se entere en qué lugar, ni siquiera hay veredas. Murió. 

Simplemente murió en manos de verdugos empleados justicieros que cumplieron con eso de la obediencia debida.

Ya no está el testigo de mi primer beso en la boca, hace ya de esto mucho, mucho tiempo, cuando apenas yo, ilustraba mis 14 años y, mientras ella, suspiraba en mis brazos.

De eso, tampoco dijo nada. 
Nos impulsan a todos al abismo del olvido.

José Antonio Ibarrechea / La Gaceta Liberal


Comentarios

Publicar un comentario