UN TAL VENANCIO LUCERO

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Del tiempo de la maroma

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Por Walter R. Quinteros

Hoy les voy a contar sobre Víctor Abel Gímenez, a quién le llamaban el vasco. Había nacido el 9 de enero de 1922 en Coronel Vidal (Antes conocida por Arbolito) y falleció el 30 de septiembre de 2007 en Mar del Plata.

Fue libretista de los célebres programas "Un alto en la huella" y "A lonja y guitarra". Sus obras fueron grabadas por reconocidos intérpretes como José Larralde, Alberto Merlo, Víctor Velázquez y Argentino Luna. Recibió distintos premios, entre ellos el "Martín Fierro", "Santa Clara de Asís", "Lobo de Mar", siendo declarado "Ciudadano Ilustre de Coronel Vidal" y "Ciudadano Emérito de General Pueyrredon" en el año 2000 

Víctor Abel Giménez comenzó desde muy temprana edad con las expresiones nativistas, dando sus primeros pasos en el grupo "Tierra Querida" y luego como recitador con el sobrenombre de "El Chasqui".

Condujo también programas de defensa de la identidad y la cultura popular en radio y televisión como "Encuentro criollo", "Folklore junto al mar", el recordado "Buenos días, señor día" (23 años en las mañanas de LU6) y "Motivos populares argentinos". 

En su casa escuchó mucha música, durante toda su infancia, desde "Chispazos de tradición", allá cuando era de pantalones cortos. Por parte de su madre tiene un tío doce años mayor, Alejo Rípodas, quien le enseñó tono y dominante, con el cual conformó un dúo. Cantaban en las yerras, las fiestas de campo, los cumpleaños, y allí le nació una vocación por lo que después fue a cantar con la orquesta del pueblo y, que lo llevó a abandonar el pago chico e irse a Buenos Aires a probarse en los concursos radiales. 

El joven Giménez mamó y recaudó todo lo del hombre de campo y aprendió su terminología, porque en el pueblito se convivía con ellos. Y tanto pateaba en el potrero como se interesaba por el modo de hablar de paisanos como Feliciano Berro, que detrás de cada palabra decía un refrán. 

Según sus propias palabras: "Esto que le conté a la gente por radio durante tantos años lo aprendí viéndolo, no me lo contaron. Todo eso, aplicada la técnica que llegó luego, el disco, posteriormente la cinta, ahora el compacto, me sirvió porque puedo hacer un comentario y actualizarlo con una buena versión, que cada día es más grata al oído de la gente porque viene con mejor calidad. Yo edifiqué mi personaje pero lo definí escuchando a Fernando Ochoa, a Néstor Fredes, a La Tropilla de Huachi Pampa, a Los Trovadores de Cuyo, aprendiendo para luego ir a conocerlos".

Dice el cronista de folclore Catato Dáz, que los gustos musicales de Víctor Abel Giménez eran: En la música folklórica, por ser sureño, le gusta todo lo que hizo Abel Fleury. En la música de tango se declaró siempre fanático de Julio De Caro, más allá de que tenga una buena colección donde sobresalen Salgán, Troilo, Homero Manzi y Cátulo Castillo. Pero al Vasco no dejan de gustarle los Beatles, que no los haya difundido es otra cosa, porque no era lo suyo. También es un gran entusiasta de la música clásica, entre sus preferidas están la Sinfonía N° 40 de Mozart o casi todo Tchaikovsky. "No me detengo en mi gusto ancestrado, campero o como se lo quiera llamar" —supo comentar—. "De vez en cuando hay que darle la alternativa a la música popular para que se haga amiga de la clásica y hay músicos que las han juntado. Es zonzo el quenista que no hace Mozart. No me importa la raíz, me importa la calidad con que se ofrece, no me calienta el estuche sino lo que hay adentro."

Pasando a su obra lo catalogamos como autor prolífico, y para ello, está como prueba el libro de poemas "Yuyos" —además de tener cien temas grabados por distintos artistas profesionales o tener registrados más de 200 títulos en Sadaic—, le es muy difícil elegir un tema o poema de su autoría sobre otros. 

De todas maneras ha expresado: "Tengo cuatro canciones oficiales, tres en la provincia de Buenos Aires y una en La Pampa. Soy de Arbolito, canción oficial del partido de Mar Chiquita, uno de los temas que más quiero porque primitivamente así se llamó mi pueblo. Basada en la historia del caballo Bragado, hice con Belloso La del caballo Bragado sin pensar en que la ciudad también lleva ese nombre. Una vez fuimos a hacer "A lonja y guitarra" con Miguel Franco a La Pampa, a Victorica y con uno de los Tacunau hice una huella para la ciudad y la designaron canción oficial. 

Nos deleitemos leyendo "Del tiempo de la maroma"

Yo conocí de pichón
cerca de Divisadero
a un tal Venancio Lucero
(un viejito setentón).
Sabio en la conversación
sobre cosas del pasao,
hombre de campo, educao,
sereno como agua'e pozo
y que por sus años mozos
supo ser muy bien montao.

Contaba de aquellos días
interesantes pasajes,
cuando todo el paisanaje
habilidades lucía,
y como él también tenía
recuerdos de sus proezas,
refrescando su cabeza
mientras pitaba un "Brasil"
iba encendiendo el candil
del tiempo que no regresa.

Y me sabía decir
-hablando cosas camperas-
de aquellas fiestas primeras
donde a él le gustó lucir,
que era un orgullo subir
cuando se hacía una doma
y no era'e jugarle a broma
por más que uno lo practique,
de un corral de palo a pique
largarse de la maroma.

Me contaba que una vez
galopió más de diez leguas
por jinetearle unas yeguas
a un tal Deolindo Jerez,
hombre que supo ser juez
en el pueblo'e Lobería
y que una estancia tenía
muy cerca del Quequén Chico
y que habiendo sido rico
el juego... lo fundiría.

Mas volvamos al asunto
de aquellas yeguas del caso,
después de andar con el lazo
don Jerez, que hoy es difunto
le dijo: "Yo las rejunto
desde el canal para afuera
y al encarar la tranquera,
me gustaría, Lucero...
que se le tire primero
a aquella que's zaina overa.

Calculo que ese animal
tenía unos cinco años
midiendo por el tamaño
y su instinto tan brutal.
De todas las del corral
que andaban a las gambetas,
esa era la más inquieta,
y ande me gritó: "se asoma"
yo la esperé en la maroma
con las patas como horqueta.

Me le caí... propiamente
con el cuerpo acomodao
justo en la cruz, bien sentao
pa'peliar como la gente.
Y aún lo tengo presente
-la cosa fue en un momento-
crucé con la lonja el viento,
se la asenté en la paleta
y empezó aquella sotreta
a mostrar su sufrimiento.

Resopló y pegó un bufido
al clavarles las lloronas
y ensayó otras intentonas
para dejarme tendido.
Se hizo un arco retorcido,
se abalanzó largo trecho,
después se limpió en el pecho
la espuma'e las carretillas
y yo... como en una silla
iba en el lomo... derecho.

Y así la anduve aquél día,
primero la zaina overa,
después, la rosilla qu'era
yegua de muy mala cría.
Y terminé la porfía
con una cebruna clara
y una mora malacara
que me salió trabajosa,
porque de puro mañosa
se me sentó... ande montara.

Y las horas... se pasaba
recordando tiempos idos,
aquel hombre que no olvido
y que tan lindo me hablaba.
Era un gaucho que contaba
cosas que han quedado lejos,
cuando el criollo era parejo
para los lujos camperos,
y cuando nada extranjero
nos frunciera el entrecejo.

Los recuerdos fueron tantos
de aquél Venancio Lucero
que cuando los entrevero
cobran renovado encanto...
Quien sabe en qué Campo Santo
estará su sepultura,
aunque a mí se me figura
cuando el recuerdo se asoma
que lo veo en la maroma
alardeando... su bravura.

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Quiénes & Porqué / Catato Díaz / Carlos Risso  Imagen: el salto de la maroma / Victor Abel Giménez (Fotos viejas de Mar del Plata) /





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