NO ESTÁ PERMITIDO BESAR A LAS CHICAS

HISTORIAS/

Esa cosa de ir a Las Ponce



A finales de los años 60 y durante los 70, existía en el barrio Yapeyú de Córdoba, un conocido prostíbulo, conocido como “Las Ponce”, a escasos metros del sitio donde años antes, don Jerónimo Luis de Cabrera, se le dio por fundar esta ciudad.


Muchos de nuestros amigos pasaron y debutaron en ese mítico lugar. (Me dijo poniendo su mejor cara de naipe, otro amigo a quién se lo conoce como Poncio Pilato, pero este, en vez de lavarse las manos, se daba un baño termal de "yonofuí") Pero cuando alguien nombre a “las Ponce”, todos los habitantes de la "Docta" que mínimamente peinen algunas canas, sabrán de qué se trata.

La ciudad de Córdoba, en su apogeo era conocida como “la docta”, debido a la gran cantidad de estudiantes y profesionales que de ella surgían. Hoy somos conocidos por el fernet y el cuarteto, como verán, la degradación social se llevo puesto sin miramientos los años del intelectualismo que nos caracterizaba. 

Ir a “las Ponce” era ir de putas (para qué andar con eufemismos), pero para muchos jóvenes de los años cincuenta, los sesenta y los setenta, significó tal vez bastante más que eso. Escribe en su blog Juan Carlos Gamero.

¿Cuántas eran “las Ponce”? ¿Eran todas de la misma familia? ¿Es cierto que las madres iniciaron a las hijas y estas a su vez, a sus retoños? Preguntas que seguramente perdurarán con el paso de los años, por la simple razón que quienes tienen en su mente las respuestas, se niegan a hablar del tema. Por pudor, porque los tiempos ya no son los de antes o –tal vez- por el deseo que ese mismo misterio siga alimentando la leyenda que perdura en la memoria popular cordobesa hasta nuestros días.

¿Cuál era el "tour" que hacía la barra de muchachos que se juntaba en la esquina del barrio por esos días? "Mirá, los muchachos iban al centro, al cine Monumental, luego a La Cabaña a comer pizza y de ahí al Bajo Yapeyú, a Las Ponce. Eramos los mismos muchachos que el sábado a la tarde jugábamos al fútbol y juntos volvíamos al barrio tipo 3 de la mañana, más tarde tampoco. La noche empezaba mucho más temprano que ahora. Vos, a las diez de la noche ya estabas comiendo una pizza”. Dice Andrés.

La mayoría de los testimonios coinciden en imágenes que se repiten en la memoria de los protagonistas. Los ranchos a la orilla del río, las calles de tierra (ni hablar de asfalto, mucho menos de Costanera), las luces tenues de los faroles, los braseros encendidos y las chicas en la entrada de las casuchas.

He aquí, una compilación de relatos de amigos, ya veteranos y memoriosos:
El relato de estos hombres se repite una y cien veces entre aquellos a quienes se consulte para hablar de “Las Ponce”. En mi modesto entender, eran "chicas solidarias con el club de los muchachos con corazones rotos y principiantes de las artes amatorias y afines de Córdoba y sus alrededores".
“Ibas en ómnibus desde el centro por Avenida Colón, Olmos, 24 de Setiembre. Te bajabas pasando la Avenida Patria y caminabas unas tres o cuatro cuadras para el lado del río. Por ahí ya comenzabas a sentir los silbidos y los llamados de las chicas”. 
“Había algunos que eran clientes habituales, de ir siempre al mismo rancho, así que las chicas los conocían, había ya, una especie de confianza. En ese tiempo, el “pase” con una chica del Bajo te costaba unos 200 pesos de hoy.
Uno era estudiante y no le sobraba nada. Dice un socio del Club Social "Nosotros Los Muchachos". Es más, a veces tenías ganas y no tenías una moneda. “Y bueno, págame todo junto cuando vuelvas”, te decían. Y vos luego ibas y pagabas, porque sabías que ibas a parar ahí de nuevo”. 
“Salías del rancho y por ahí en la puerta había tipos que te invitaban un pedazo de falda, estaban haciendo un asadito y lo compartían con vos. Venía a ser lo que ahora conocemos como "marketing". O por ahí, dejabas unos pesos para el vino. Había otros códigos”.
“Estaba el brasero con el agua caliente. Llegabas y la mina te invitaba un mate. Había un sol de noche a querosén en el medio de dos habitaciones que te alumbraba lo que debía ser la posible cocina del rancho y vos entrabas. No había puerta, solo una cortina que te indicaba dónde estaba la piecita y vos por ahí sentías algún chico o un tipo que daba vueltas, pero no te decían nada, porque sabían que la mina estaba laburando. Entonces, vos pagabas. Te llevaban hasta la tradicional palangana que tenían ahí para que te lavaras y hacías lo que habías ido a buscar. Así de simple”. Señala Carlos.
“Yo, con la edad que tenía, unos 15 o 17, alguna vez me sentí protegido por esas mujeres a quienes nunca les pregunté el nombre ni la edad que tenían. Probablemente eran chicas de 30 o 35 años”. Dice Esteban
“Uno optaba por ir allí y no a otros lados, quizás porque era lo más confiable. Insisto en esto: los tipos de la zona, que podían a lo mejor ser medio mafiosos no te hacían nada, te conocían, te cuidaban el auto o la moto. Te cuidaban porque vos ibas, dejabas el mango y ellos vivían de eso también. A los tipos les convenía no hacerte nada porque si no, no volvías mas”. Aclara Jorge. 
“No tenían ni luz, ibas a la tardecita. Pero no había robos como ahora. Te cuidaban, te respetaban porque era una forma de cuidar su negocio. Los sábados eran los días de más movimiento. Llevaban a debutar a los pibes.” Dice Oscar.
Chicho nos cuenta que: En los dificiles años de la dictadura, las chicas cuidaban a su clientela. Bastaba un silbido y el "flaco hacete humo que hay razzia" para desaparecer de la zona, también tenían sus originalidades para atraer clientes con llamados clasicos como; "vení chico, tenemos calefacción" (era un brasero con carbón) o el célebre " pasá que hay chicas nuevas".
Carlos, un taxista, nos hace un poco de historia en su relato: "Grande mi docta ciudad, yo recorría las calles allá por el 66 hasta el 73, que época, la cana no te jodía ni por puta, el centro, la noche, los bares, los billares, los restaurantes, los cabaret, las chichí en el centro, la yuta, los botones, los canas, había otra moral (je je) pero piola, el respeto, lo sano, sin droga ni alcohol (sin exceso) tranqui, el bajo Yapeyú piola, pero recuerdo la bajada Pucará que grande, pasaba con la chichi, los muchachos y el asado tranqui, un trago y a la pieza alumbrada con un candil de querosén mechero, me amanecía porque me tomaba un par de "sangrias con vino Caroya" soda, limón, azúcar, bien frapé. Uno dejaba todo en el piso nunca un choreo, códigos de la época. Grande mi Córdoba. ¡Ay carajo! Volver a vivir eso merece morir mil veces. Y eso que era época jodida, los montos, el erp, las far, fap y toda la élite zurda y roja, pero la noche impecable, códigos de machos comechingones, intocable para la época. El comando y la guardia de infantería bien gracias, todo en orden señor. Carajo hasta en la época del proceso había respeto a las putas. Si, anduve de noche con controles del 3º cuerpo en puentes, calles, avenidas, era una ciudad sitiada, pero a la noche impecable, hasta las 06.00 los verdes del ejercito te decían, 'adelante señor', ahora muchas quejas, muchos derechos humanos y droga y alcohol".
Víctor nos hace reír, cuenta que: Llevamos a un amigo a debutar con quince años. "No te dejes besar, y no dejes que te crucen las piernas por la espalda, porque no te largan mas y capaz que te matan". Por supuesto la calentura pudo más. Lo que el negro no sabia, era que ya le habíamos pedido a la señorita que le cruzara las piernas. Entró el negro, y como a los 15 minutos salio llorando y diciendo a los gritos: "Me quiso matar, me quiso matar". Estuvimos como media hora tirados en el piso, recuperándonos de la risa. ¡Pobre negro!

El chango Rodríguez les compuso una chacarera: 
"Chacarera de Las Ponce"
A orilla del río primero se encuentran muchos ranchitos 
cuando uno pasa de noche de atrás le pegan un grito.
Ahí viven las chicas Ponce de muy buenos sentimientos 
pregunten a los muchachos de todos los regimientos.
En el rancho de la Lita 
estaba un turco sonriente 
pensando de que manera se le 
habían caído los dientes.
Chacarera, chacarera chacarera de las ponce 
donde vamos a parar recién después de las once.
A orilla del río primero 
llevamos una guitarra comimos asado con cuero 
chupamos una semana.
Y el cura de la catorce con su carita sonriente decía ¡Viva las Ponce! 
porque eran medio pariente.
Y cuando se armo el liaso por culpa casi del nada 
llovían los botellazos y fuimos todos en cana.
Chacarera, chacarera 
chacarera de las Ponce 
donde vamos a parar recién después de las once.

¿Qué fue de “las Ponce"? ¿Qué camino recorrieron hasta estos días? 
Muchas de ellas –y cuando decimos “las Ponce” sólo damos el apellido de referencia, claro está- son señoras mayores que caminan el barrio con su historia a cuestas, negando a rajatabla las más de las veces, su pasado y su propia leyenda.
Otras, se fueron con el rancherío. Desaparecieron de la zona buscando mejores horizontes. Algunas conocieron al fin al príncipe azul y no se las vio nunca más (suena como expresión de deseos). Otras, simplemente murieron y, nadie recordará su verdadero nombre. 
“Eran épocas difíciles, de algo había que vivir”, fue lo más que se le pudo sacar a modo de confesión a una de las ya casi míticas hermanas Ponce. Hoy, con 90 años, su presente no es el mejor. Tanto que ni justifica mencionarlo en esta nota. Uno preferirá reflejar aquellos tiempos de leyenda que forman parte de la historia misma de Córdoba.

Hoy, a un costado del Suquía, hay una franja de terreno casi baldío es el único sobreviviente de aquellos tiempos donde “ir a las Ponce” era casi un ritual, para miles de cordobeses.
A mi me dijeron, algunos otros amigos, que por allí había un cartel que rezaba: "No está permitido besar a las chicas". 

Walter R. Quinteros - Quiénes & Porqué 
Fuente: blog nosotroscordobeses - Juan Carlos Gamero - diario La Voz, Suplemento Vos - diario Alfil. Foto ilustrativa: “Machismo” de Ángel Boligán.

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