UN AÑO, DOS MESES Y VEINTE DÍAS



CULTURA

(A falta de fútbol)

El literato estrella de nuestra editorial, nos trae otro de sus relatos


Un año, dos meses y veinte días
Por Walter R. Quinteros

I
El fletero, después de bajar los muebles con sus cuatro empleados y, una vez que terminaron de acomodarlos donde les señalé, fue el primero que me dijo que había una señora que hacía limpieza de viviendas y que, si yo quería, le podía hablar para que venga a ayudarme en semejante casa. Le dije que no, que por ahora estaba bien. Se fueron haciendo varias maniobras para no chocar con los pilares del portón de entrada y con la camioneta del Servicio Eléctrico que ese mismo día, vino a instalar la luz.

También los operarios que habían terminado su tarea de colocar la televisión por cable con internet en mi casa, me contaron que conocían una señora que hacía limpieza y que también cocinaba, que si yo quería, uno de ellos le hablaba para que venga. Les dije que no, que así estaba bien. Dispuse una boca de toma para conexión en la sala de estar, otra en mi dormitorio de planta alta y la siguiente quedaría libre entre los dos dormitorios de planta baja.

Luego se presentó el jardinero, dijo que lo enviaba el arquitecto que me había vendido la casa y cortó todo el césped de este amplio terreno, tarea que le llevó unas tres horas, y dos horas más en juntar todo en bolsas. Al día siguiente volvió con la paisajista y acomodaron todo tal cual les pedí. Me hablaron de que si precisaba de una señora para la limpieza, que ellos conocían a una. Los interrumpí diciéndole que así yo estaba bien.

Si, ya me estaban cansando. 

El arquitecto vino por la tarde con la decoradora de ambientes, ella consideraba que debía poner los sillones de la sala de estar así, y no como lo había dispuesto yo, y que las cortinas debían ser así, decía ella, por la luminosidad, por los reflejos del sol y, que el hogar para el invierno debía ser refaccionado y la alfombra, para que no invada otros espacios, debía tener una medida acorde con los sillones y, para ella, la escalera que llevaba a la planta alta, donde estaba mi dormitorio con vestidor, baño y la sala para escribir, debía ser tratada por un carpintero. Me decía que dos manos de laca sobre la madera estaban bien. Me hablaron de pequeños arreglos y que, para que pueda escribir tranquilo, que ellos conocían a una señora que hacía limpieza de casas y que también cocinaba. Y también me dijo lo mismo el señor que puso la bomba de desagote en la pileta que luego pintó y finalmente cercó con esmero. A todos les dije lo mismo. Que no, que por ahora no.

Sin perros ni gatos, escribir, vender, cobrar y nada más, doctor.

Como puede ver, la vivienda principal con esta amplia galería y cochera, tiene techo a dos aguas y tejas. después hacia el patio y frente a la pileta rectangular, está el quincho con asador, un horno de barro, y una mesa de madera para 18 personas. Siguiendo hacia el fondo, el departamento para el personal de servicio que tiene comedor, cocina, pasillo, baño y un dormitorio. Todo limpio, recién pintado y las aberturas barnizadas.

Mire, creo que trabajaron 12 días para arreglar todo el parque según las indicaciones de la paisajista y, hasta que la decoradora de ambientes me entregó la casa.

Dos días después, coloqué los libros y los discos en su lugar, y yo estrenaba mi cómoda cama, un sommier amplio, lindo.

En el hotel, antes de retirarme, también me hablaron de una señora que me podía ayudar en la limpieza de semejante casa para un hombre solo "y más de su edad", agregó sin contemplaciones una de las mucamas. De nuevo les dije a todos que por ahora no.

Por cábala, estrené mi casa un día martes. El jueves todos aquí en el barrio, sabían de mi. La señora que vive dos casas hacia abajo, como quién busca el río, me dijo que era enfermera, "por cualquier cosa que necesite" y agregó que conocía a una señora que me podía ayudar en la limpieza. De nuevo dije que muchas gracias, que por ahora no. 

La idea de una persona que me ayude en la casa, nunca merodeó por mi mente doctor.

El viernes, a la tarde compré la camioneta, la retiré por cábala el martes siguiente, con todas las transferencias hechas a nombre de mi hijo, usted sabe porqué. 

Cerca del mediodía volví a casa. Usted vio que para llegar, hay que salir del centro de la ciudad por la calle que lleva al puente sobre el río y que cruza para las sierras, dos cuadras antes de llegar al cruce, hay que doblar a la derecha, allí, el camino es empinado pero asfaltado, si, y complicado por eso se perdió, luego hay que girar hacia la izquierda para entrar por el portón principal, que como verá, esta cruzado. Si, esta vivienda está edificada en un terreno de 2.640 metros cuadrados, según la oficina catastral.

Cuando llegué, había una señora con un bolso, parada en el portón. Su aspecto dejaba mucho que desear, de cabello corto a la altura de la base del cuello, lucía despeinada, gorda, voluminosa, talla grande por decir algo no ofensivo y, a pesar del calor de noviembre, lucía un ajustado saco negro sobre su vestido color marrón.

Hablamos ahí, en la puerta, antes que desactive la abertura electrónica y la alarma. Ella sudaba, quizás por su sobrepeso, por su abrigo, o por un poco de nervios. Me dijo su edad, era dos años mayor que yo. Pasamos y le di dos vasos de agua fresca, tomó con ganas el primero, y con una aspirina el segundo.

Digamos que me convenció su franqueza, me dijo que ya no tenía dónde vivir.
Rosa fue mi empleada doméstica, un año, dos meses y veinte días. 


II
Rosa me dijo que nació en un pueblo de la Provincia de Misiones, que sabía hablar alemán por sus abuelos, y tenía los rasgos arios de su padre, hablaba también portugués, por ser hija de brasilera, algo de guaraní y nuestro idioma español perfectamente, porque sus padres la trajeron a estas sierras cuando ella tenía apenas ocho años, y que hizo aquí todo el primario y el ciclo básico, eso me dijo.

Volvió a la pensión donde vivía para retirar un segundo bolso con ropas. No, no se cual pensión era, pero toda la gente de por aquí debe saber.

A la tarde estuvo nuevamente en casa, la esperábamos Cecilia, la decoradora de interiores de la casa, y Carolina, la paisajista, que acudieron a mi llamado. Al verla, ambas me dijeron que era ella la recomendada. Buena persona, me dijeron.

Entonces la saludaron, y en el auto de Cecilia, volvieron al centro de la ciudad.

Las instrucciones eran, llevarla a la peluquera, que le depilen las piernas, comprarle ropa para uso diario, dos juegos de ropa de cama, toallas y uniformes de trabajo. Volvieron a las once de la noche.

Hubo que hacer algunos arreglos en sus uniformes, debían ser XXL, según su talle.
Rosa se instaló agradecida en la vivienda de servicio, la acomodó a su gusto.

Después, recuerdo que salí a cenar con mis nuevas amigas, Carolina que es soltera y Cecilia que es casada, a ella le dije "llamá a tu marido y a tu niño", compartimos una agradable cena mirando el río. Al regresar, ya de madrugada, Rosa me esperaba despierta. Así, fue siempre, aunque le haya pedido lo contrario, no, no había caso.

No voy a negar que a veces la detestaba. Especialmente cuando escuchaba en la radio, todo el día, la misma emisora de Córdoba, y cantaba esas horribles canciones típicas de esta provincia. Pero todo, absolutamente todo, estaba impecable. Cocinaba riquísimo, gastaba menos que yo en las compras y le puso días y horarios al jardinero. 

Almorzábamos juntos, a veces, yo cenaba afuera. Me cebaba mates y café mientras escribía, y cuando salía a pagar deudas y servicios, iba de uniforme, los lucía orgullosa dicen que siempre hablaba muy bien de mi y de las señoras que me visitaban.

Bueno, de eso no quería contarle doctor, pero mis amigas me frecuentaban cada tanto, previo llamado que muchas veces ella atendía, y se quedaban conmigo dos o tres días. Pero de eso no hablemos. Hablemos de Rosa, doctor.

Rosa tuvo su televisor a los quince días de estar conmigo, pero el de ella era de antena satelital, un radio reloj, y le compré también un placard.

Era, dicen, la mejor paga de las llamadas "domésticas cama adentro", y nunca quiso tener el dinero de su sueldo con ella, le abrí una cuenta en el Banco Nación, aprendió a depositar y a hacer uso de los cajeros automáticos. Aquí está, ¿ve? otro documento para agregar. 

Rosa era la que alegraba la casa, la que cantaba espantosas canciones, la que bailaba mientras cocinaba, la que siempre se dirigió hacia mi como "señor" y a mis amigas como "señora". La que atendía con esmero a mis invitados, la que asaba la carne en el quincho.

Pocas veces se tomaba días franco. No quería faltar en mis días más bulliciosos, los sábados, domingos y feriados. Siempre estaba conmigo y, cuando salía, era por algún cumpleaños de alguna conocida, según ella.

Esta es una confidencia doctor, y le pido que no lo comente, en su cumpleaños, el 14 de septiembre, cenamos por primera vez juntos en el salón comedor, los dos solos, luego bailamos y ella tomó demasiado. Por primera vez, se fue a dormir antes que yo y quedó la vajilla sin lavar en la mesada de la cocina. Por primera vez, esa noche pensé en ella, no como mi "empleada", sino como una amiga, recuerdo que más tarde bajé las escaleras para decírselo, la puerta de su vivienda estaba abierta. 

No se, realmente no se qué me pasó, pero entré y avancé hasta su dormitorio, estaba acostada, totalmente desnuda, con sus curvas anchas, blandas y blancas, con mucho vello en sus partes íntimas, la areola marrón de sus pezones y un ronquido suave y prolongado. Miré la hora en los grandes números rojos del radio reloj y salí, salí maldiciéndome. Eran las 4:30 de la madrugada.

Al día siguiente, por primera vez, entró a mi dormitorio a despertarme. Me despertó con un café bien caliente y me dijo que "debía terminar el capítulo de la bomba que había que desactivar para que no mueran esos pobres hombres atrapados en la trinchera húmeda, y que a la tarde venía la señora Raquel, la judía, a quedarse un día nada más. Menos mal, porque es la que menos me gusta para usted".

Si, estaba en todos los detalles.

Aquel día, Hugo el jardinero, llegó temprano. La escuché decirle que, "esa planta de ahí no la podés porque hay un nido de pajaritos, mejor no podés nada, bajá la máquina a dos centímetros y cortá de aquí para allá, después ayudame con el barrefondo en la pileta".

Hugo la vio caer, dice que Rosa se tomó el pecho, que cerró fuerte los ojos y cayó. "Pegó primero con esta parte en el piso, tocándose la parte derecha, después quedó boca abajo, quietecita", nos contaba a todos. Nos dijo que conversaba con los vecinos mientras cortaba el césped, y que les pidió a ellos que llamen al servicio de emergencia, inmediatamente subió hasta mi escritorio y me dijo "venga, venga rápido, Rosa se cayó y no se mueve".

Lo supe apenas la vi, Rosa había muerto.

La ambulancia llegó, el médico, intentó reanimarla, el enfermero, algunos vecinos y Hugo, subieron su pesado cuerpo a la ambulancia. El paramédico también tuvo que hacer tres maniobras para no chocar con los pilares del portón cruzado. 

Así es doctor, Rosa se iba para siempre, un año dos meses y veinte días después que entrara por ese portón.


III
Bueno, ahora hablemos de mi doctor. Cuando revisé sus cosas para entregar su documento, encontré en uno de los bolsos, toda esa documentación que tiene a la vista, fotos familiares, botones de uniforme de soldado alemán de la segunda guerra, medallas, condecoraciones, cartas, pasajes, mapas y estos papeles que parecen ser partidas de nacimiento. Rosa sería la menor de cuatro hermanos, hija de este supuesto criminal nazi que era buscado por toda sudamérica.
No se qué opina usted, qué hago, qué digo.

No, Rosa nunca me dijo que tenía dos hijas y cinco nietos.


Walter Ricardo Quinteros
Nació en Deán Funes, Córdoba, Argentina en noviembre de 1955. Escorpiano.
Difunde cultura. Cuenta cuentos. No le gustan los títulos, las distinciones, los premios, los reconocimientos honoríficos y de los otros, los Currículum Vitae, los tiempos impuestos para leer, los negociados, los fundamentalistas de la poesía y los plagios en la cultura.
Cuando no lee, escucha.
En los tiempos libres, escribe.
Fuente: https://diceelwalter.blogspot.com


Comentarios