SOBRE IZQUIERDAS Y DERECHAS

OPINIÓN / POLÍTICA


SOBRE IZQUIERDAS Y DERECHAS,
DEMOCRÁTICOS Y ANTIDEMOCRÁTICOS


Por Pablo Anadón

Hay una vieja broma sobre Juan Domingo Perón, en la que se cuenta que cuando era conducido en auto por su chofer y, en una encrucijada, el chofer le preguntaba si debía girar a la izquierda o a la derecha; el General le respondía que pusiera la luz de giro a la izquierda, pero doblara a la derecha. Tengo la clara sensación de que, en este país, como por cierto en otros, la pertenencia de los gobiernos a la mano izquierda o a la mano derecha se decide, precisamente, de antemano. Por ejemplo, si un presidente proviene del empresariado y es rico, su gobierno será previa e inevitablemente “de derecha”, aunque luego, durante su mandato, se haga la “reparación histórica” a jubilados que en los gobiernos “de izquierda” precedentes fueron dejados en indefinida espera, y se dicte una ley, por la cual se apedreó al Congreso, cuya fórmula de ajuste de haberes al fin se ha comprobado que favorecía a sus beneficiarios; se eleve el porcentaje del presupuesto nacional destinado a la protección de los sectores vulnerables, medida que podrá ser discutible, pero que nunca podría adjudicarse a un gobierno “de derecha”; no se persiga a la prensa disidente; se utilicen los fondos públicos para las obras a las que fueron destinados y no al enriquecimiento de los funcionarios a cargo; se sanee una policía plausiblemente sospechada de corrupción como la bonaerense y se combata, como nunca antes, al narcotráfico; se respete la división de poderes, etc. De la misma manera, si se decide que un gobierno pertenece a la “izquierda”, o como aquí les gusta decir, a ese impreciso ―pero para muchos tan cierto y preciso como un lugar común― “campo popular” (el campo popular, entre nosotros, parece propiedad privada de los herederos del General Perón, así como en el siglo XIX lo fue del estanciero Juan Manuel de Rosas, y actualmente de la multimillonaria familia Kirchner, enriquecida, de modo inexplicable, durante su función pública), será inevitablemente “de izquierda”, aunque de entrada congele la movilidad de las jubilaciones por seis meses (salvo, claro, aquellas de privilegio), y así impida que los “queridos abuelitos” de otrora cobren los aumentos que les correspondían según la fórmula promulgada por el anterior gobierno “de derecha”; transgreda en sus primeros días la división de poderes, concentrando en sí funciones propias del Poder Legislativo; vuelva a iniciar la persecución de la prensa opositora, incluso, manifiestamente, a través de la cuenta oficial del Senado de la Nación; realice un ajuste abrupto a través de una brutal devaluación y reponga el IVA a los alimentos ―que había eliminado el anterior gobierno “neoliberal, capitalista y de derecha”―, mientras contemporáneamente publicita ampliamente la reunión de un Consejo del Hambre, al que convoca menos a especialistas que a figuras mediáticas, como una cocinera televisiva, el conductor de un tristemente célebre programa de entretenimiento nocturno; deje sin efecto, en la práctica, la ley contra el nepotismo, haciendo una vez más de la política una “cosa de familia”; realice una verdadera campaña relámpago de cooptación de los organismos de control del Estado, etc. Como decía, no es una exclusividad, por cierto, de la Argentina: hoy vemos, por ejemplo, con una mezcla de consternación, indignación y vergüenza ajena, cómo un gobierno que logró asesinar a casi 6.000 personas en menos de dos años, amordazar a la prensa y encarcelar a los políticos opositores, empobrecer vertiginosamente a la población y provocar un exilio masivo de ciudadanos, es juzgado “de izquierda” y defendido por la militancia “progresista” latinoamericana, y quienes lo denuncian calificados “de derecha”. Tampoco es una novedad: recordemos, sin más, el modo en que un pensador de izquierda, pero democrático, como Albert Camus, fue hostigado por la izquierda francesa y europea por denunciar los “gulags” soviéticos y solidarizarse con sus víctimas. En efecto, y paradójicamente, tal prejuiciosa adjudicación de rótulos, al margen de las concretas medidas gubernamentales, como si contara más la supuesta ideología que inspira al gobierno que su concreta “praxis”, se puede percibir con mayor evidencia en la clase intelectual, la cual se adscribe, por tradición o por instinto gregario, a la “izquierda”: así, en estos días observamos a escritores, artistas, científicos, filósofos, etc., militar fervorosamente, por ejemplo, la necesidad de que el ajuste fiscal comience en el recorte de los haberes de los jubilados, lo cual pareciera confirmar aquella constatación de George Orwell, lúcido observador tanto de los artilugios del totalitarismo, sea de izquierda o de derecha, como de la ceguera o el cinismo de los intelectuales, cuando decía que «Está el hecho de que los intelectuales son más totalitarios en sus puntos de vista que la gente común. […] Muchos de ellos están perfectamente dispuestos a aceptar los métodos dictatoriales, la policía secreta, el sistemático falseamiento de la historia, etc., siempre que crean que ello beneficia a “los nuestros”.» Tal vez ya se podrían enviar los carteles de “izquierda” y de “derecha” a la papelera de reciclaje, por inservibles, o bien, justamente, reciclarlos, renovados. Bastaría, por ejemplo, en líneas generales, con sustituirlos por una distinción más clara y precisa, por ejemplo, entre partidos y gobiernos que defienden y garantizan los principios básicos de la democracia republicana, la independencia de los tres poderes del Estado, la libertad de prensa y expresión, la transparencia institucional, la igualdad ante la ley, el trabajo y la igualdad de oportunidades, la educación y la salud, etc., y aquellos que en cambio los transgreden, aunque hayan sido elegidos por el voto popular. Si queremos combinar estas categorías con las anteriores, no sería demasiado difícil distinguir entre democráticos, de “izquierda” y de “derecha”, y antidemocráticos, de “izquierda” y de “derecha”. Democráticos de “izquierda” y de “derecha” pueden convivir pacíficamente; democráticos y antidemocráticos, no.

Pablo Anadón 


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