EL CÓCTEL DE LOS PRINCIPIANTES

OPINIÓN / ACTUALIDAD
¿Hechos intrascendentes o decisiones irresponsables? 


Por Vicente Massot

Aunque suene poco probable, Alberto Nisman pudo haber decidido, en un momento de desesperación, quitarse la vida. Nadie se halla capacitado para determinar, más allá de cualquier duda, si fue asesinado. Pero puestas sobre la balanza las pruebas que han sido
ventiladas en los dos peritajes conocidos, las sostenidas por los especialistas de la Gendarmería lucen más sólidas. No son definitivas, lo cual no quita que resulten más serias y mucho más verosímiles que cualesquiera de las que se han presentado para abonar la teoría del suicidio. Si en la muerte del fiscal intervinieron los servicios secretos iraníes, o es pura fantasía de quienes desean cargar sobre el régimen persa toda la responsabilidad del caso, también es asunto sujeto a debate. Conclusión: como las desprolijidades desde el momento en que se descubrió el cadáver estuvieron a la orden del día, siempre habrá opiniones diferentes al respecto y nada hay de malo que así sea.

Vista la cuestión desde el ángulo de los peritos en la materia, no existen motivos para montar un escándalo porque unos sostengan una posición y otros fundamenten la contraria. Vista, en cambio, desde el ángulo gubernamental, la cosa tiene un color distinto. Sobre todo por los intereses en juego. Claramente la viuda de Kirchner es parte interesada y su parcialidad resulta manifiesta. Ello —por razones que no requieren demasiada explicación: es la vicepresidente de la república y la jefa del frente que gobierna el país— lo ha dejado al jefe del Estado en un lugar incómodo, del que ha tratado de salir de la manera más torpe en el momento menos indicado.

Hay tiempos en los cuales es preciso hablar y tiempos en los que conviene callar la boca. Con el atentado y muerte del general Qasem Soleimani, orquestado exitosamente por los Estados Unidos y que ha conmocionado al mundo y puesto en pie de guerra al Oriente Medio, y la proyección de la serie de Netflix batiendo récords de audiencias entre nosotros, era conveniente no menear el tema. Sin embargo la ministro de Seguridad, avalada en toda la línea dese la Casa Rosada, primero dijo que iba a revisar el peritaje de la gendarmería y luego —producto del revuelo que causaron sus declaraciones— explicó que se refería a una investigación “técnico-administrativa”. Esto en paralelo con la vergonzosa marcha atrás dada por el presidente para quedar bien con su valedora. En tiempos que la criticaba día, tarde y noche había sostenido enfáticamente la tesis del asesinato. Ahora, en un giro de carácter copernicano, ha dicho lo contrario. Imposible no pensar en la célebre frase de Groucho Marx: “Tengo unos principios. Si no les gustan, tengo otros”.

Si el último gobierno de Cristina Fernández no hubiese estado involucrado directamente en el caso —por el tratado con Irán y por la denuncia que iba a efectuar Nisman— el poner en tela de juicio el peritaje de la Gendarmería e inclusive especular acerca de la pista siria no tendrían la gravedad que ha cobrado el asunto debido a la torpeza o el error de cálculo de la administración kirchnerista.

Cuesta trabajo pensar que un político avezado como lo es Alberto Fernández no perciba lo que un chico del colegio secundario entendería con sólo prestarle atención al tema. Tres cosas son ciertas: que de política internacional el presidente sabe poco o nada y que su tendencia a hablar de todos los temas —divinos y humanos— no lo ayuda; que el canciller sabe menos aun que él; y, por último, que la señora Frederic es una ideóloga de izquierda. Semejante cocktail quizá explique porque han actuado como principiantes en medio de una negociación con el Fondo Monetario Internacional, en donde la palabra de Washington es siempre decisiva.

Sobre el particular existen, al menos, dos opiniones. Una, que ha sido abrazada por Alberto Fernández y su improvisado ministro de Relaciones Exteriores, es que el caso Nisman y las desafortunadas parrafadas de la responsable del área de seguridad no representan cuestiones de estado que vayan a entorpecer la relación con el FMI o con la administración de Donald Trump. Nuestro país no se ha sumado al “eje del mal” ni ha cerrado filas con el régimen chavista, sostienen enfáticamente en la Casa Rosada. Demasiados problemas tiene delante suyo la diplomacia estadounidense como para preocuparse por unos hechos intrascendentes generados en el Río de la Plata. La segunda, que es la postura de buena parte de la oposición y de no pocos analistas, pondera las decisiones tomadas por el kirchnerismo de manera diferente y considera que el ingreso de Evo Morales al país y la libertad que le fue conferida para hacer política; la reciente declaración oficial del Palacio San Martín acerca del atropello sufrido por Juan Guaidó en Venezuela —cuidando de no calificar a Maduro de dictador— y las inocultables simpatías que despiertan los seguidores del comandante caribeño muerto en el kirchnerismo, no son datos que pasen desapercibidos en los radares de la Casa Blanca.

Si Donald Trump se molestará por el perfil equívoco de la diplomacia criolla y obrara en contra del país, o si acaso será prescindente cuando deba tratarse nuestro caso en los despachos principales del Fondo Monetario, es algo acerca de lo cual caben todas las especulaciones imaginables. Es posible que —en efecto— lo que haga la Argentina, en la medida que no suponga un desafío abierto a la política hemisférica de Washington, sea de poca importancia para la administración republicana. Pero bien podría suceder lo contrario y entonces el país sufriría las consecuencias de un feroz error de cálculo.

Jugar a dos bandas tiene —como se comprenderá— sus riesgos. En otras circunstancias, los zigzagueos argentinos no llamarían la atención. En un mundo y una región a tal punto complicados, formar parte del Grupo de Lima y hacer rancho aparte al momento de firmar una declaración conjunta; reconocer en el Altiplano al ex–presidente que violó abiertamente la Constitución de su país; y relativizar la naturaleza terrorista del Hezbollah, para los halcones norteamericanos y parte del establishment israelí son posiciones algo más que irresponsables.

Vicente Massot / Prensa Republicana

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