BILLETERA NO TIENE VACACIONES

OPINIÓN / 

La Columna de Diana L. Caffaratti 


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Uno añora la niñez... Y esa añoranza es proporcionalmente mayor cuando vamos acumulando años y, por consecuencia de ser jubilado, se encuentra con mayor tiempo para la actividad del cerebro. Entonces, ya no escarba en la memoria: los recuerdos fluyen naturalmente, disparados por algún inesperado hecho que despierta asociaciones sensoriales para luego configurar viejas experiencias... 

En estos días de verano y vacaciones, los lugares con algún atractivo natural se convierten en centros de turismo donde convergen cientos de personas para disfrutar del sol, la vegetación, los ríos, el mar, el llano o la montaña, los lagos... Es el momento en el que la billetera adquiere una vigencia insoslayable que no solo implica pensar en los gastos en términos de viaje y estadía ( léase pasajes, hotel y comida) sino que las eventualidades que se imponen en cada lugar, hacen estragos en los compartimentos de la billetera: estacionamiento, alquiler de sillas, parrillas, colchonetas, instalaciones sanitarias, sombrillas, hielo, bebidas, tentaciones infaltables, hacen a un combo de gastos sujetos a valores caprichosos de quienes gestionan todo eso que se vende como necesidad impostergable. ¡Qué lejos de aquel tiempo cuando las playas eran nuestras, de todos...! "Ir al río" implicaba acceso libre a donde quisieras; llevar nuestra ropa de baño para cambiarnos en el lugar protegidos por el tronco de un sauce - el mismo que nos brindaría su sombra cuando desplegáramos un trozo de lona sobre el pasto para "tomar sol" - La botella con la chocolatada hogareña se sumergía en la corriente del agua para mantenerla fresca. El emparedado de pan francés o con “rasquetitas de Traslasierra", manteca, queso y fiambre, era el "fatto in casa"... Al momento de la distracción se jugaba a las cartas, o se armaban partidos de algún deporte que contemplaba dos equipos, pelota mediante que llevábamos de casa... La preocupación pasaba por mirar el cielo para pronosticar buen tiempo o tormenta en ciernes. 

Hoy, la preocupación pasa por el dinero de difícil previsión que necesitaremos para ingresar a aquellos lugares de antaño, pues el goce de la naturaleza ha pasado a ser un artículo de consumo comercial, y sin modalidad de cobros unificados... Hoy, para ingresar a parcelas de playas naturales -de ahí mismo donde antes ibas sin trámites a gozar de un día de sol- pagás entrada, estacionamiento, alquiler de sillas, alquiler de parrillas, alquiler de sombrillas (porque te quitaron las sombras naturales) alquiler de "minutos sanitarios"… Gozás de menos espacios porque la inclusión de stands de ventas te los va sacando... 

¿En qué momento sucedió que el sano esparcimiento se compra? Creo que hemos permitido que suceda cuando para llegar al mar nos colocaron una pasarela de madera hasta la playa y nos dispusieron una carpita para cambiarnos la ropa - que hoy en Punta Mogotes cuesta tanto como un alquiler temporario– 

Claro que acceder a un lugar cuidado y que nos cuiden tiene sus costos. Pero, no siempre sucede así: el cobro por servicios deficientes o inexistentes está a la orden del día. En el afán de vacacionar un poco, abrimos la billetera con una inusitada frecuencia y con consecuencias muy desagradables. 

Gestiones que no gestionan, harán de lugares mal atendidos y con cobros desmesurados, que esa fuente de ingresos que significa el turismo, muera en menos que cante un gallo con previsibles consecuencias para la economía del lugar que, las más de las veces, se activa en los meses de verano. 

Para reflexionar y poner las barbas en remojo; ¿verdad?

Diana Laura Caffaratti / especial para Quiénes & Porqué

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