SI LA FELICIDAD ENTRARA EN UNA CUCHARA

HISTORIAS

El manjar favorito de los argentinos



El Dulce de Leche, es sin dudas uno de los alimentos más amados en el país. 

Por Silvina Rufrancos

¿Dónde y quién lo inventó? ¿Cuál es el origen del dulce de leche? Son varias las historias que se disputan la creación de esta comida tan amada por los argentinos. Hay quienes afirman que fue el general José de San Martín quien la introdujo al país desde Chile, otros que aseguran que su raíz estaría en Indonesia; incluso algunos siguieron su rastro hasta 1815, en las trincheras de los soldados de Napoleón. Más allá de cuál sea la correcta, el relato más lindo de leer es el que cuenta que nació en la Argentina tras un descuido, quizás el mejor de descuido de la historia gastronómica.

Según un registro que se encuentra en el Museo Histórico Nacional, la fecha y lugar de origen sería en 1829 en la estancia La Caledonia en Cañuelas, en la provincia de Buenos Aires. Allí, arribó una noche el general unitario Juan Lavalle con el fin de reunirse con el dueño de la propiedad, su primo y oponente político Juan Manuel de Rosas, para negociar un acuerdo -lo que luego será el Pacto de Cañuelas- en el marco de una guerra civil iniciada con la revolución de diciembre de 1828.

Al llegar a la estancia, Lavalle no encontró a Rosas y, extenuado por el viaje, decidió recostarse y se quedó dormido. En ese momento, una de las criadas se encontraba preparando la "lechada" (era leche hervida con azúcar) para esperar a su patrón con unos mates. La mujer encontró a Lavalle en la cama del general y corrió a dar aviso a los guardias. En todo ese tiempo, la olla había quedado olvidada en el fuego. Rosas finalmente llegó, no le dio entidad a lo ocurrido con su primo y reclamó sus mates. Fue entonces que la criada se dio cuenta de su olvido y al regresar se encontró una sustancia amarronada y espesa. Lejos de disgustarse, Rosas quedó encantado con su sabor, tanto que incluso le convidó a Lavalle. 

Dejando la historia de lado y las disputas por qué nacionalidad porta el dulce de leche, no se puede negar que es el favorito de los argentinos y que su vínculo es reconocido mundialmente. Los números hablan por sí solos: de enero a julio de este año se elaboraron en el país unas 58.000 toneladas, de las cuales 1.751 fueron exportadas, y se consumen aproximadamente 3,100 kilos por año por persona, según datos del Centro Argentino de Promoción de este producto (Capidya), 

¿Cuál es la mejor receta casera? 

Hacer dulce de leche es muy fácil solo requiere paciencia. Se necesita un litro de leche, 350 gramos de azúcar, una cucharadita de bicarbonato de sodio y una cucharadita de esencia de vainilla. Colocar en una cacerola a fuego medio la leche con el azúcar, mezclar para que el azúcar se disuelva y no se pegue en el fondo de la cacerola. Cuando llega a hervor bajar el fuego y agregar el bicarbonato de sodio y esencia de vainilla. Cocinar hasta que logramos la consistencia del dulce de leche, mezclando cada tanto con una espátula. El tiempo que les puede llevar depende mucho del fuego de cada uno. Importante cocinarlo a fuego bajo y revolver siempre. Para ver el punto del mismo colocar un poco de preparación con la cuchara sobre un plato y ver como corre el mismo. Tip: agregar un platito de cerámica en la cacerola o cuatro canicas de vidrio con las que juegan los chicos. Esto ayuda a que le mismo no se pegue a la cacerola. Conservar en frascos esterilizados en heladera.

Otra receta casera es la tradicional: un kilo de azúcar, cuatro litros de leche, una cucharadita de bicarbonato y una chaucha de vainilla. Se ponen todos los ingredientes en la cacerola y cuando la leche hierve se revuelve constantemente a fuego muy bajo hasta que toma el color deseado. Tarda una hora o una hora y media en estar listo y se debe tener mucho cuidado para que no rebalse. 

Aunque no se sepa a ciencia cierta quién lo inventó ni dónde, hay algo que sí es seguro: la gran mayoría de los argentinos sabrían qué responder si alguien pregunta alguna vez cómo sería la felicidad si entrara en una cuchara.

Silvina Rufrancos / LA PRENSA


















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