ISIDORA

HISTORIAS EN LA CÁRCEL

images (1).jpg

Por J. A. Ibarrechea

Aunque éramos niños, a las piernas de Isidora podíamos reconocerlas sin necesidad de ver dónde comenzaban ni dónde terminaban. 

Allá va, la vi pasar.

A ver muchachos, todos estamos de acuerdo en que bastaba verla caminar tan sólo treinta segundos para que la pensemos y la soñemos por treinta años, y necesitaríamos treinta años más para intentar olvidarla. 

Y hasta nos moriríamos diez malditas veces, pequeños rufianes, por haber recibido una misericordiosa caricia de su parte.

Porque ella era así, nos consideraba tan efímeros en su vida, como el tiempo caprichoso de la luz de su sonrisa al mirarnos.

Isidora era la dueña de una imagen que alteraba la serenidad de nuestra calma.
Y maldecíamos sobre la desgracia de no saber dónde dormía en sus noches.

Ella pasaba por aquí, con su cabello largo y suelto, como atrapando al viento. 
Con su ropa pegada a la piel para que, a través de ella, contemos los lunares de su espalda .
Con una cadena y un crucifijo haciendo equilibrio entre sus pechos.
Con mil luciérnagas robadas a la noche, acompañando su mirada.

Y cuando no la vimos más, nos dijeron que se fue a probar suerte en la tele y en el cine.
Pero no.

La otra vez, la reconocí, caminando como ella camina, aunque esposada, llevada por dos mujeres de la Penitenciaría al furgón del Complejo Carcelario. 

Pregunté y me decían que era una madama, narco y jefa de otras cosas más, la llevamos a declarar, me decían.

Pero como el tiempo es caprichoso, ya no se llamaba Isidora y su sonrisa descansaba, a un costado de su boca, apagada.

Ya saben entonces ex pendejos, a la hora de rezar, esta noche, le pidamos al Señor que la aparte esta vez,  de todo mal.

Redacción CdE / Quiénes & Porqué

Comentarios