RECORDANDO LA PRESIDENCIA DE PINEDO

HUMOR DE SÁBADO, PARA AFRONTAR LA REALIDAD

Entre los caprichos de Cristina que "arrastran" al improlijo de Alberto y la "tibieza" de Mauricio en leer y hacer respetar la Constitución Nacional, vamos a recordar al mejor presidente de la historia Argentina (porque solo estuvo en el cargo 12 horas) 

Este es un imperdible supuesto reportaje a Federico Pinedo, aquel senador que le entregara los atributos al presidente Mauricio Macri. 


Federico Pinedo es, objetivamente, el mejor presidente de toda la historia argentina. En su mandato no se incrementó el endeudamiento público, el peso mantuvo su valor, hubo inflación cero entre el momento de su asunción y el de su salida del poder, no se incrementó la planta de personal del Estado, no se privatizaron empresas públicas ni se estatizaron negocios inviables, no aparecieron fiscales muertos, no hubo discursos descalificadores para la prensa o la oposición y su patrimonio no tuvo variaciones. Ningún jefe de Estado anterior puede decir lo mismo.

"Simplemente cumplí con mi deber. Incluso salí más pobre que cuando entré, porque hubo un problema técnico en la cocina de la Casa Rosada y me tuve que pagar mi desayuno", contó a Angaú Noticias en una amplia entrevista en la que habló de las doce horas que estuvo en el poder.

Su presidencia, como se sabe, fue un puente entre el mandato fenecido de Cristina Fernández de Eternauta, que buscaba por todos los medios desligarse de la entrega del mando al ganador de los comicios de noviembre, Mauricio Macri, y la gestión que debía iniciar el mandatario electo. "Por momentos sentía que no lo iba a lograr. Había un feroz juego de intereses y presiones que me asfixiaba. Gracias a Dios, pude llevar esa nave endemoniada a buen puerto. Recibí un país en llamas y entregué una República", dice entrecerrando los ojos.

El estadista que faltaba

Pinedo parece marcado a fuego por su fugaz pero intensa mini gestión presidencial. Sus gestos, su forma de modular la voz, transmiten la sensación de ser alguien que ha descubierto, de repente, que es parte de la historia y habla desde los manuales. "No es así -minimiza con una modestia algo sobreactuada-, sólo hice lo que cualquier otro gran estadista mundial hubiera hecho en mi lugar".

Con todo, lo breve de su estadía en el poder lo privó de algunas mieles que sí disfrutaron los presidentes de mandatos ordinarios. Nadie llegó a colgar en su oficina un cuadro con él vistiendo la banda presidencial, no hubo jamás un discurso en el balcón y hasta provoca ternura ver en la reparada cocina de la Rosada un cartel manuscrito que reza, escrito con marcador verde, "Gestión Pinedo".

"No me importa la figuración -asegura él mientras nos sirve té en su departamento-, menos aún en un país donde todo es tan cambiante, volátil y acomodaticio. Clarín, por ejemplo, no me dedicó ninguna tapa, ni Noticias un informe sobre mi vida y mi familia. Pero bueno, son las cosas que hay que dejar fluir. Por suerte los boludos de ¡Hola! van a venir esta tarde a hacer fotos de mis muebles del living".

De tanto en tanto, Pinedo atiende el celular. Han pasado cuatro horas de su traspaso del mando a Macri. "Sí, puede ser, también lo vi un poco desagradecido. Pero dejalo, allá él. Lo mío era salvar a la Patria", dice a un interlocutor que desconocemos. "¿Hablaba de Macri?", preguntamos. Pinedo vuelve a achicar la mirada. "Lo dijo usted, no yo", dice, y deja el teléfono junto a su taza.

-¿Cómo vivió ese tiempo en lo más alto del poder político?

-Te mareás. Te mareás, y el que lo niegue, miente. Son 43.200 segundos que los voy a llevar grabados en mi mente hasta el final de mis días.

-¿Qué sintió cuando recibió la noticia de que se iba a tener que hacer cargo de esa transición de doce horas?

-Una gran angustia, sinceramente.

-Una responsabilidad muy grande.

-No, sino que tenía que ir a la recepción de una sobrina que vive en Catamarca, y esto me complicaba todo.

-¿Habló con Cristina?

-Hablé.

-¿Y qué le dijo ella?

-Fue una conversación bastante breve, por teléfono. Ella me dijo "le dejo las llaves debajo de la maceta verde que hay a un costadito de la canilla del patio". Y después me cortó.

-No debe haber sido fácil para usted.

-Sí, fue fácil, porque efectivamente las llaves estaban ahí.

-¿Qué le dijo a su familia?

-Que no podía rehuir al llamado de la Patria. Y que si era asesinado durante mi mandato, nunca dejaran de tener presente todo lo que los he amado. Que cuando mis nietos preguntaran por mí, les dijeran simplemente que fui un hombre que quiso dejarles un cielo más puro, un sol más noble, un horizonte lleno de esperanzas al alcance de sus manecitas.

-¿Cómo lo tomaron ellos?

-Bien, enseguida siguieron todos mirando tele.

-Cuénteme más sobre ese mareo del poder, del que hablaba al principio.

-Pues eso. El poder es un narcótico. Uno se siente una especie de dios. El desafío es no perder el propio eje.

-¿Usted sentía que podía perderlo?

-(Piensa unos segundos) No sé si contarlo, se va a entender mal...

-Por favor.

-(Piensa) Bueno... Aclaro que fue algo de un momento, no más de cuatro o cinco horas. En fin, uno quiere dejar una huella, es natural.

-¿Pero qué es lo que hizo?

-Nada, sólo planes. Reuní a mi equipo y pedí que exploraran la posibilidad de que durante mi mandato (tengan en cuenta que todavía me quedaban como cinco horas de ejercicio de la presidencia) se organizara un nuevo Mundial en la Argentina, y también evaluar la posibilidad de declararle la guerra a Chile y recuperar el Canal de Beagle.

-¿¿En serio??

-(Endurece el gesto) Si se lo estoy contando es porque luego fui capaz de ver que no estaba del todo bien diagramar acciones como ésas. Le repito: el poder puede marear. Al cabo de un intenso debate de cuatro horas, mis asesores me hicieron comprender que eso no era factible. Y tampoco lo de llegar a la Luna, porque había sido que el Arsat no sé cuánto es una porquería que no se puede tripular.

(Pinedo vuelve a atender su teléfono, que no cesa de sonar suavemente. "Gente de empresas que quiere contratarme para dar charlas a sus ejecutivos", dice al cortar).

-¿Es verdad que hay una sensualidad del poder?

-Sí, es totalmente cierto. Hay mujeres que jamás me prestaban la más mínima atención y que a partir de mi llegada a la presidencia le daban "me gusta" a las fotos de paisajes que yo subía a Facebook.

-¿Y ahora? ¿Cómo sigue su vida?

-No sé. Cuando se llega a lo más alto de todo lo que uno soñó, es difícil saber cómo sigue el camino. Quiero editar, eso sí, un libro sobre lo que fue mi gobierno. Algo así como el otro lado de lo que es estar en el poder.

-¿Le gustaría escribirlo?

-Ya lo escribí, recién, antes de que vengan ustedes, mientras me traía el taxi. Lo va a editar Planeta. Son tres páginas. Incluyen dos láminas sobre cómo es la Casa Rosada por adentro, y todo eso. Ah, y los números de teléfono de los presidentes latinoamericanos.

-¿Qué es lo que más rescata de su paso por la Rosada?

-Que dejé un país gobernable, serio, bien visto por el mundo, luego de haber recibido una republiqueta bananera menos respetada que un libro de Claudio María Domínguez. Mis colaboradores me dicen que también en mis doce horas la inflación fue 0%, medida de punta a punta de mi mandato. No cayó el nivel de empleo, no se movió el dólar, no cayeron las reservas, no empeoró la balanza comercial, no fue en cana ningún funcionario, no reventó nada del Estado matando gente, los fiscales siguen todos vivos, el Tango 01 no llevó de paseo a nadie... Ningún otro gobierno logró algo así. Es histórico.

-¿Qué le gustaría hacer de aquí en más?

-(Piensa) Me gustaría aportar todo este bagaje de conocimientos adquiridos, esta experiencia, en pos del bien común. Pienso proponer la creación de un comité internacional de expresidentes, donde podamos ser fuente de consultas de los jefes de Estado en ejercicio. Le mandé un correo a Clinton sobre este tema, aunque todavía no me contestó, pero ya me mandó un video porno y un aviso de que va a estudiar mi proyecto. También me ofrecí para mediar entre los Estados Unidos y Vietnam, a ver si podemos terminar con ese conflicto tan terrible.

-¿Y a nivel local?

-Voy a proponer una reforma política. Fíjese en los resultados que le comentaba recién de mis doce horas de gobierno. Hay que reducir drásticamente la duración de los mandatos. Si los fijamos en doce horas, tendríamos 730 presidentes por año. Es imposible que entre todos esos no haya uno que no haga las cosas bien y que no robe. Creo que lo tenemos que sacar cuanto antes.

-¿Volverá de inmediato al Senado?

-No creo. Después de lo que fue lo de la presidencia, me gustaría tomarme un tiempo para disfrutar de mi familia. Siento que los dejé solos. Creo que sería bueno tomarme dos o tres años para estar con ellos, y después ver. Necesito dejar atrás todo ese horror.

Por Sergio Schneider / Nota publicada en el 2015 en Angau Noticias
¡Libertad de expresión ya, al Chuñi Benite!


Espacio publicitario:
Publicite aquí.


Comentarios