QUE DESDE EL CIELO, ELLA TE ALIENTA



La Gorda Matosas, esa despampanante mujer


Mucho antes del surgimiento de las barras bravas, existió un personaje en las tribunas argentinas reconocida por su ingenio y no por engendrar violencia. La Gorda Matosas, sigue siendo hoy una excepción porque fue más que una mujer en medio de un ambiente machista. Aquí, un recorrido por su historia en las gradas de local y visitante.

Puede alguien morir de forma espantosa o feliz, como la Gorda Matosas. La hincha caracterizada pasó a la eternidad el 4 de julio de 1996, justo una semana después de que River Plate obtuviese su segunda Copa Libertadores. Murió a los 63 años, reventada de dicha. Llevaba meses de lucha frente a una infección pulmonar, tras 30 años de fumar más de dos paquetes diarios. Sus días finales fueron como el sorbo a un cóctel de ingredientes explosivos. Desmejorada, viajó a Chile para ver al River de Ramón Díaz en la semi frente a la U. No pudo estar en la final frente al Amércia de Cali, pero a River, la Gorda le dio todo.

La Gorda fue imparable: gualichos, cábalas varias y hasta el robo de trapos a la hinchada de Boca. Era un símbolo esa figura que alentaba en la tribuna San Martín baja cada domingo, cada fecha de local o visitante. El mango que le daba de morfar fue una agencia de Lotería en La Plata. Viajaba dos veces por semana a Capital, pero nunca quiso mudarse para estar cerca del Monumental. Siempre repetía: “Prefiero el Lobo al Pincha y me gusta vivir en La Plata porque acá no se ven tantos bosteros”.

Había nacido en Granada, España, en noviembre de 1933, como Haydée Luján Martínez. 

Su vínculo con River comenzó de pequeña cuando por casualidad su padre (hincha del Real Madrid) la llevó a ver un clásico en el Antonio Vespucio Liberti. Paseaban por Núñez un domingo cualquiera y, curiosos, se filtraron con parte de la hinchada que venía desde La Matanza. Y el flechazo la impactó. Y volvió por más. 

Pasó a la fama cuando el propio jugador uruguayo Roberto Matosas (defensor-volante entre 1964-68) le regaló su casaca con la número 6. 

Ese evento le imprimió el apodo a la Gorda se dio luego de que el Millonario levantara un resultado frente a Atlanta a quince minutos del final con un hombre menos. Nunca más se sacó la camisa con la banda roja que le regalara Matosas. 

Sobre su amor incondicional, dejó una frase para epitafios. “River es mi amigo, mi novio y mi amante”.

Hacia 1975 y con River aún en sequía de títulos, la Gorda Matosas ya era toda una eminencia en las tribunas. Puteadas, gritos, agite y en busca de tesoros como una bandera que le robó a la hinchada Xeneize, en 1974. 

Por eso y otras cosas más, hoy continúa en el imaginario de las tribunas riverplatenses como símbolo del aguante, mucho antes que existieran las barras como las conocemos (y padecemos) hoy. Ese mismo año se casó con un señor, también hincha de River, al que abandonó un mes después de la boda. “No quería que vaya los domingos a la cancha el muy sotreta”.

Conocida por el universo River y muy bicha para vender, viajaba una vez a la semana desde La Plata a Buenos Aires para encarar a los jugadores a la salida de los entrenamientos y encajarle billetes de lotería. Entre ellos, a Daniel Onega, Pinino Más, Pato Fillol y el Beto Alonso. Los domingos, los amigos grandotes de la hinchada la acompañaban hasta la estación Constitución para que tomara el tren de regreso a La Plata. En varias entrevistas, siempre remarcaba que nunca recibió dinero de la dirigencia, “esos señores de saco y corbata que nunca ven a River cuando es visita”.

La Gorda Matosas ya tiene un espacio destacado en las gradas de local y visitante. Faltan menos de 48 horas para jugar otro clásico más en la Bombonera, allá por noviembre de 1977. Desde un móvil para la tevé, la Gorda —voz ronca y diálogo entrecortado— se pasea por el campo de juego y anuncia —lagarto en mano— que se trata de un maleficio “para que los innombrables no ganen el domingo”. El notero intenta hacer preguntas, pero ella no se detiene y agita un collar con pezuñas y con el lagarto tomado de la cola, tira: “Soy capaz de venderle el alma al diablo con tal de ganarle a estos”. Ganó River 2 a 1.

Gran nota de color y un interrogante: ¿Podría hoy un/a referente de la parcialidad visitante entrar a la cancha para hacer algo colorido como un gualicho? La Gorda lo hizo.

Otra data colorida fue su forma de reemplazar cualquier palabra que hiciera alusión a los de Boca. “Me gusta comer trompadillos de acelga” o “estaba por cruzar la jetacalle”. 

Gran personaje que siguió a River a todas partes: en Argentina, América y por todo el mundo. Fue disfrazada de gallina en el avión a Japón cuando el equipo del Bambino obtuvo la Intercontinental. Cruzó a Chile en un estado de salud calamitoso cuando en la Libertadores 96 River empató con Universidad de Chile 2 a 2 en semifinales. Estuvo en el desenlace (1-0) de vuelta en el Monumental. Y eso la descompensó.

Silvia, la enfermera que la cuidaba en sus últimos días, narró que Matosas se despaturraba de emoción en la cama cuando River ganó la Libertadores. “Revivió y no podíamos tenerla quieta y se mantuvo viva con la esperanza de volver a las tribunas”. 

Su médico, quien le aconsejó que no siguiera yendo a ver los partidos, pero ella no dejó de seguir a River y sus pulmones no aguantaron más.

La Gorda Matosas, como una campeona, se retiró para siempre el 4 de julio de 1996.

Que desde el cielo, ella te alienta, y todos la vuelta, la vamo' a dar.

Quiénes & Porqué / sobre un relato de Félix Mansilla / Centrofobal

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